10 ídolas peliculeras

04 / 12 / 2014
POR Maria Arranz

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Parece que últimamente las representaciones cinematográficas de mujeres poderosas y luchadoras empiezan a tener cierto protagonismo, en gran parte gracias a esa última hornada de heroínas del celuloide (más o menos cuestionables) en la línea de Lisbeth Salander, Katniss Everdeen o Lucy. Sin embargo, muchas de las representaciones tradicionales de mujeres empoderadas, no pueden evitar caer en viejos clichés como el de la superwoman (Erin Brockovich), la ejecutiva agresiva (Tess McGill en Armas de mujer), la mujer perfecta e hipervitaminada (Mary Poppins), la desequilibrada (Annie Wilkes en Misery o Eve Harrington en Eva al desnudo), la rebelde —con o sin causa— (Jo en Mujercitas o las protagonistas de Spring Breakers), la adinerada caprichosa (Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó), la guerrera revolucionaria (Sarah Connor en Terminator o Evey Hammond en V de Vendetta), la heroína histórica (Juana de Arco), la heroína de videojuego o de ciencia ficción (Alice Abernathy en Resident Evil, Lara Croft en Tomb Raider o Ellen Ripley en Alien) o la idealista (Annie Hall), entre otros tantos arquetipos. Algunas, es cierto, resultan inspiradoras; otras, no tanto. Pero de lo que no hay duda es de que a la mayoría las tenemos ya muy vistas.

Sin embargo, existen una serie de representaciones femeninas que suelen brillar menos en las listas de “grandes mujeres de la historia del cine”, bien porque pertenecen a películas algo más underground, o bien porque sus personajes se han visto eclipsados por otras representaciones de mujeres luchadoras más amables y digeribles para el gran público. Las mujeres irreverentes, las violentas, las promiscuas, las niñas prodigio, las brujas o las que se buscan la vida, no suelen aparecer en estos listados, y lo cierto es que resultan bastante más interesantes que las otras. Ellas son las que brindan las lecturas más diversas y complejas de valores como la fortaleza, la valentía, el poder o el tan sobado concepto de heroína.

Aquí van 10 de estos ejemplos (aunque se me quedan fuera muchas más).

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Betty Rizzo en Grease

A diferencia de sus noñas compañeras de pandilla, Rizzo (Stockard Channing) era la única de las Pink Ladies que parecía tener dos dedos de frente y la que aparentemente menos se preocupaba de lo que pensara el resto del instituto (y del mundo en general). Es independiente, segura de sí misma y de su sexualidad y, aunque su apariencia de fortaleza era sólo una fachada —como ella misma confesaba en la maravillosamente melodramática There are worst things I can do—, Rizzo tenía algo de lo que las demás Pinks Ladies carecían: personalidad y un buen par de ovarios para callarle la boca a quien hiciera falta. Algo que le sirve para ahorrarse numeritos de transformación ridículos para impresionar al macarra de turno, como el de Sandy al final de la película. Aunque tanto Rizzo como Sandy (Olivia Newton John) representan clichés propios de la época —finales de los 50, cuando la liberación sexual comenzaba a despuntar y a alterar las ya de por sí alteradas hormonas adolescentes—, siendo Sandy la chica buena y algo mojigata y Rizzo su contrapunto rebelde y promiscuo, el personaje que interpreta Stockard Channing es infinitamente más atractivo y poderoso que el de la pobre y lastimera Sandy. Mientras Rizzo afirma no estar dispuesta a quedarse en casa esperando a Mr. Perfecto, dándose duchas de agua fría para bajar el calentón, Sandy trata de amoldarse a los gustos de Danny Zuko, convirtiéndose, si es necesario, en otra persona. Es cierto que el mensaje final de la peli es algo así como que no hay que ser tan mojigata como Sandy ni tan viva-la-vida como Rizzo, sino que la virtud está en el punto medio, pero, sinceramente, el carisma de Rizzo gana por goleada a la empanada mental que tienen el resto de las Pink Ladies. Por cierto: en el musical original que precedió a la película que todos conocemos, Rizzo sí que se quedaba embarazada y decidía abortar, algo que en la peli se resolvió con un facilón “era una falsa alarma, y aquí paz y después gloria”. Parece que, a finales de los 70, cuando se estrenó la película, la industria hollywoodiense aún era demasiado mojigata para tratar estos temas en la gran pantalla…

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Varla, Rosie y Billie en Faster, Pussycat! Kill Kill!

Vale, no son una sino tres, pero este trío mortal formado por Tura Satana, Haji y Lori Williams en una de las exploitation movies más célebres de la historia, se merecía entrar de cabeza en esta lista. Firmada por Russ Meyer, ídolo del porno softcore, Faster, Pussycat! Kill Kill! cuenta la historia de Varla (Tura Satana), Rosie (Haji) y Billie (Lori Williams), tres strippers que, en su tiempo libre, se divierten peleando, asesinando, recorriendo el desierto de Mojave a 200 por hora y, en general, haciendo el mal. Sus personajes, lejos de ser modelos de conducta, son un buen ejemplo de mujeres autosuficientes y peleonas, que usan su cuerpo como un arma en todos los sentidos posibles: tanto para hacer frente a puñetazo limpio a cualquiera que se les ponga por delante, como para poner sus encantos al servicio de sus intereses más oscuros. A pesar de la evidente mirada masculina de la película, hay que reconocerle diversos guiños a la subversión de los tradicionales roles de género (como, por ejemplo, el mostrar a las mujeres como protagonistas de la violencia y no únicamente como víctimas de ésta) y la potencia escénica y simbólica que tienen estos tres perversos y voluptuosos personajes. Para rematar, la canción central de la película a cargo de The Bostweeds, que es un temazo.

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San en La Princesa Mononoke

“Cuando el bosque desaparezca y no haya más lobos, esta será la tierra más próspera del mundo y la princesa lobo se volverá humana”. O eso es lo que le gustaría a Lady Eboshi, la dirigente de la Ciudad del Hierro, en lucha permanente con los habitantes del bosque por conseguir los recursos que éstos protegen y que ella necesita para asegurar la supervivencia de sus ciudadanos. Está claro que San no es una princesa cualquiera: su alma fue robada por los lobos y desde entonces, se convirtió en la princesa de las bestias y en la guardiana del bosque. Ella cree ser una loba y su fin en la vida es el de matar a Lady Eboshi. Bueno, en realidad su fin es el de vengar a todos los habitantes del bosque de los humanos, que les están arrebatando los recursos; no en vano, la traducción de “Mononoke” es “espíritu vengador”. Una princesa que lleva puñal, escupe sangre, se pasea por ahí a lomos de una gran loba y no teme a la muerte, se parece mucho más a mi idea de una princesa molona que la que proponen cuentos como Blancanieves o La Bella Durmiente. Además, San no pierde la cabeza por el príncipe de turno, pues ambos son conscientes del deber que tienen que cumplir. Así, al final de la película (ojo, ¡spoiler!), San permanece guardando el bosque, mientras Ashitaka se marcha a reconstruir la Ciudad del Hierro (aunque quedan en verse de vez en cuando, una relación de lo más moderna para el Japón medieval). Pero San no es el único personaje potente de esta historia. Eboshi es la líder de la Ciudad del Hierro y es mujer; Moro, madre adoptiva de San, es la diosa loba del bosque y es hembra. Y no sólo ellas, las mujeres tienen un peso fundamental en esta historia (como lo tienen, por cierto, en muchas de las historias de Hayao Miyazaki), hasta el punto de que cuando Lady Eboshi acude al bosque a pelear, deja la ciudad en manos de las mujeres para que éstas se encarguen de defenderla. La historia de Mononoke es, en realidad, la historia de la civilización y del expolio de los recursos naturales por parte de los seres humanos. El hecho de que las mujeres tengan un papel tan importante en esta historia de ficción (con algunos visos de realidad) sobre la gestión de los recursos del planeta, resulta bastante revelador.

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Nancy Downs en Jóvenes y Brujas

Igual es que a mí me llama un poco demasiado el Lado Oscuro, pero estoy segura de que si en plena euforia adolescente, alguien nos dijera que tenemos poderes sobrenaturales y que podemos convocar a los vigías de las atalayas del norte, del sur, del este y del oeste y hacer levitar a nuestras amigas en las fiestas de pijamas, nuestro comportamiento se acercaría más al de Nancy (Fairuza Balk) que al de la buena de Sarah (Robin Tunney) en Jóvenes y Brujas. La líder de este cuarteto de hechiceras adolescentes invocadoras de Manon, es uno de los mejores personajes jamás creados en la historia del cine teenager. Y es que, si la vida te ha reservado el peculiar destino de convertirte en bruja, lo suyo es tomárselo como hace Nancy: A LO GRANDE. Mientras sus amigas se entretienen creando hechizos de amor, haciéndose retoques estéticos o dejando calvas a las rubias racistas del instituto, Nancy se preocupa por obtener todo el poder que pueda de Manon. Así logra convertirse en la bruja más poderosa, al menos hasta que los poderes se le suben demasiado a la cabeza y la buena de Sarah (que resulta que era bruja de nacimiento, no como las demás) tiene que hacerle frente invocando también a Manon para vencerla. Nancy, que no soporta haber perdido todos sus poderes, acaba internada en un psiquiátrico. Pero eso sí, al acabar la película, no cabe la menor duda de quién era la verdadera bruja de la pandilla. Como escena memorable, cabría destacar esa en la que Nancy desata toda su ira contra Chris Hooker (Skeet Ulrich) —el chico que humilló a Sarah contándole a todo el instituto que se había acostado con ella— gritándole mientras levita sobre el suelo “Tú no eres nada, eres una mierda… Sólo conoces un modo de tratar a las mujeres y es tratarlas como putas. ¡Y eso se acabó!”. Y luego le tira por la ventana. Bien por Nancy.

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Alabama Whitman en Amor a quemarropa (True Romance)

Tarantino ha retratado en sus películas a un buen número de heroínas femeninas muy potentes, pero Alabama Whitman fue la primera de todas y una de las más inolvidables. Interpretada por Patricia Arquette, Alabama es una prostituta de quien Clarence (Christian Slater), un friki de los cómics y el kung-fu, se enamora tras pasar una sola noche juntos. En realidad, son los dos los que se enamoran locamente el uno del otro. Por recomendación del espíritu de Elvis, Clarence decide ir a cargarse al chulo de Alabama (un casi irreconocible Gary Oldman), metiendo a ambos en un lío de drogas, persecuciones y tiroteos de proporciones descomunales. Aparte de su vitalidad y su espontaneidad (por no hablar de sus increíbles looks a lo largo de la peli), lo mejor de Alabama es que es ella la que le acaba sacando las castañas del fuego a Clarence en más de una ocasión, sin dejar de repetirle, eso sí, lo guay que es. De hecho, en la película es ella la que narra la historia; es también ella la primera en darse cuenta de que la mafia les ha seguido hasta California y la que conduce hasta México con un Clarence herido y tuerto a su lado, todo ello tras sobrevivir a una brutal paliza que le propina uno de los gigantescos matones de Coccotti y lograr cargárselo con un sacacorchos, un bote de laca y un mechero (bueno, y al final también con unos cuantos tiros, pero ya sólo para rematarlo). A pesar de lo surrealista que es casi todo en esta peli, el rasgo que hace más grande al personaje de Alabama es toda la verdad que hay en ella. Y en el amor que siente por Clarence, por supuesto. Que por algo la película se titula True Romance, ¿no?

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Matilda Wormwood en Matilda

La historia de esta pequeña y poderosa heroína, creada por Roald Dahl a finales de los 80, tuvo su adaptación cinematográfica unos años después, gracias a Danny DeVito. Matilda, nacida en una familia desestructurada que pasa ampliamente de ella, ha sido capaz de desarrollar una portentosa inteligencia casi de forma autodidacta (y contra todo pronóstico, viendo la ineptitud de sus progenitores), hasta que un buen día se da cuenta de que además posee poderes telequinéticos. Una vez que aprende a manejarlos, decide utilizarlos para castigar a los adultos que tratan mal a los niños y también para ayudar a sus compañeros del cole cuando éstos caen en las garras de la malvada señorita Trunchbull. Matilda es el mejor ejemplo de que una debe creer en sí misma a pesar de que nadie a tu alrededor lo haga; no sólo es inteligente, sino que es sensible, cariñosa, buena amiga, tremendamente despierta y muy, muy valiente. Y la causante de que muchas tratáramos de mover vasos de agua con la mente durante las aburridas clases de matemáticas en el colegio. Punto extra por poner sobre el tapete el hecho de que una mujer soltera (la señorita Honey) con una hija (adoptada, en este caso) pueden constituir una idea de familia perfectamente feliz.

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Valerie Solanas en I shot Andy Warhol

El cine nunca ha sido muy dado a mostrar el feminismo en la gran pantalla, y cuando lo ha hecho, ha optado por su versión más extrema y delirante. No estoy muy segura de si I shot Andy Warhol le hace un flaco favor al feminismo o más bien al contrario, pero de lo que no cabe la menor duda es de que se trata de una película capaz de generar encendidos debates. En ella se narra la historia de Valerie Solanas (interpretada por Lili Taylor), escritora feminista diagnosticada como esquizofrénica, que le pegó tres tiros (no mortales) a Andy Warhol. La historia de Valerie Solanas, que es de hecho bastante dramática (su abuelo alcohólico abusó sexualmente de ella, hasta que logró escapar de su casa para vivir en la calle, mendigando y prostituyéndose; tuvo un hijo, que dio en adopción, pero a pesar de todo, logró ir a la universidad y graduarse en psicología), suele reducirse frecuentemente al ataque contra Warhol y a la publicación de su famoso Manifiesto SCUM. En este texto, Solanas, abogaba por destruir el gobierno, el dinero y al sexo masculino en general, a quien culpaba de todos los males del mundo. Esta última parte es la que mayor difusión ha tenido y, a pesar de que la propia Solanas admitiera que su Manifiesto era un texto satírico y un recurso para provocar debate en la sociedad (aunque otras veces afirmara que iba totalmente en serio, todo sea dicho), frecuentemente se ha querido identificar con él a todo el movimiento feminista. Más allá de SCUM, los motivos por los que Valerie Solanas disparó a Andy Warhol nunca han estado del todo claros, aunque se intuye que fue una mezcla de varios hechos reales y algunas paranoias: la falta de interés que Warhol mostró hacia el guión de una de sus obras, su posterior humillación y el convencimiento por parte de Solanas de que Warhol y su editor estaban conspirando contra ella y querían apropiarse de su trabajo, parecen las causas más probables para que la escritora se presentara en The Factory y disparara contra Warhol, entregándose posteriormente a la policía. A pesar de lo surrealista de toda esta historia (hay quien cree que el intento de asesinato fue la gran performance de Valerie Solanas), su personaje tiene bastantes aspectos inspiradores, y ella, más allá de su enfermedad mental y sus delirios, era una mujer tremendamente luchadora e intelectualmente brillante.

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Marge Gunderson en Fargo

Además de ser uno de los retratos policiacos más atípicos de toda la historia del cine, el personaje que interpreta Frances McDormand en Fargo es, sin duda, uno de los grandes aciertos de la película. Embarazada de varios meses, la jefa de policía Marge Gunderson se recorre las carreteras nevadas de Minnesota tratando de resolver el enrevesado caso de Jerry Lundegaard y los torpes criminales que éste ha contratado para secuestrar a su mujer y cobrar así el rescate que pagará su adinerado suegro. Aparte de lograr resolver el caso y enfrentarse a uno de los secuestradores cuando le pilla in fraganti metiendo el cuerpo de su compañero en una picadora de madera, demostrando pericia y valentía por un tubo, uno de los rasgos más destacables del personaje de Marge es la increíble historia de amor que tiene con su marido, Norm. Aficionado a los sellos, a la pintura y a la pesca, Norm dejó su trabajo como policía para hacerse cargo de las tareas del hogar, mientras su mujer seguía dedicada a su profesión. Mientras trabaja, a Marge no se le escapa un detalle de ninguno de sus casos, pero por muy inmersa que esté en ellos, tampoco se olvida jamás de comprarle a Norm las lombrices de pesca que le había pedido que le trajera cuando volviera a casa. Esta forma de cuidar el uno del otro, de dejar el trabajo fuera de su apacible hogar, sus largas conversaciones intrascendentes en la cama y, en general, el infinito amor que se profesan, son para levantarse y aplaudir. O mejor para retorcerse de ternura en el sofá. Marge es la viva imagen de la serenidad, de la educación y de la profesionalidad, pero también de la felicidad más absoluta, de esa que hay que buscar en las cosas pequeñas de la vida. En los sellos, en las lombrices y en la persona que abrazamos cada noche antes de dormir.

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Jackie en Jackie Brown

Otra de las grandes heroínas tarantinianas, protagonista de la que muchos consideran la menos tarantiniana de las películas del director estadounidense. La despampanante Pam Grier interpreta de forma magistral a esta ídola del blaxploitation, una azafata de vuelo de una pequeña aerolínea mexicana que se mete a correo de un traficante de armas para conseguir el dinero que necesita, hasta que la pillan y se ve obligada a negociar con Ordell (Samuel L. Jackson), el traficante en cuestión, para que no la mate, haciendo creer a la policía que está cooperando con ellos mientras logra hacerse con cientos de dólares de contrabando, que luego promete entregarle a él. Pero en realidad, la buena de Jackie le consigue hacer el lío a todo el mundo, engañando a Ordell y a la policía y quedándose los 500 mil dólares para ella, logrando huir con ellos hacia su nueva vida al ritmo de Bobby Womack. De hecho, la letra de esta canción define perfectamente al personaje de Jackie Brown y explica el por qué de lo que ha hecho: Doing whatever I had to do to survive / I’m not saying what I did was alright / Trying to break out of the ghetto was a day to day figh (…) I knew there was a better way of life that I was just trying to find / You don’t know what you’ll do until you’re put under pressure… Pues eso, buscarse la vida (y evitar que la maten por el camino) como mejor ha podido.

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Hedwig Robinson en Hedwig and the Angry Inch

Mi favorita entre las favoritas. Hedwig, que es mujer en toda su esencia (al menos durante buena parte de la peli), a pesar de que esa “pulgada enfadada” —el trozo de carne que le dejaron colgando entre las piernas cuando se sometió a su operación de reasignación de sexo— le amargue bastante la existencia, es para mí uno de los personajes más intensos, valientes y poderosos jamás mostrados en la historia del cine, y desde luego, en la historia del cine musical. Para Hedwig (nacida como Hansel) las cosas nunca fueron demasiado fáciles. Criada en el sector oriental de la Alemania pre-caída del muro, Hedwig sueña con sus ídolos adolescentes, cantando temas de Bowie y de la Velvet con la cabeza metida dentro del horno, mientras su madre pela tomates en el comedor. Su vida cambia para siempre cuando conoce al sargento Luther Robinson, un militar estadounidense por el que se someterá a la operación que le permitirá salir del país como la esposa de éste y que marcará el resto de su existencia. Ya en Estados Unidos y abandonada por el puñetero sargento, Hedwig se rebela contra el mundo y funda su banda de punk rock —Hedwig and the Angry Inch—, girando por los peores antros y diners de todo el país y escandalizando al personal con sus irreverentes letras. Por el camino, conoce al pequeño Tommy, a quien enseña todo lo que necesita saber sobre sexo, música y talento en general, hasta que éste la traiciona nuevamente, apropiándose de todos sus temas y triunfando en el mundo de la música, sin reconocer ni un poquito del trabajo de su mentora. La incansable pelea de Hedwig por desacreditar a Tommy, su rabia y su furia sobre el escenario, su carisma, su fortaleza, su creatividad, su sensibilidad y su enorme capacidad para seguir creyendo en el amor a pesar de las múltiples traiciones que se suceden en su vida, hacen de ella un personaje del que es imposible no enamorarse. Hedwig es mi modelo de conducta, mi auténtica ídola. Y esta peli una de las mejores historias jamás contadas sobre la búsqueda de la identidad propia, el significado y el origen del amor. Todo ello, encima, a ritmo de punk rock. ¿Qué más se puede pedir?