Celebramos el centenario de la muerte de la escritora gallega con una selección de poemas recogidos en ‘Las frases frágiles’ (La Bella Varsovia).
Emilia Pardo Bazán falleció tal día como hoy en el Madrid de hace 100 años. Allí se trasladó desde La Coruña, su ciudad natal, para crecer como periodista cultural, crítica e historiadora de la literatura, dramaturga, traductora de autores como Tolstoi o Dostoievski y, finalmente, convertirse en uno de los máximos exponentes de la novela naturalista española. Entre sus títulos más destacados, se incluyen ‘La madre naturaleza’, ‘Los pazos de Ulloa’ o ‘Insolación’. Fue, además, primera socia del Ateneo de Madrid y primera catedrática de la universidad española.
De familia burguesa y con un perfil nada maniqueo, que abarca desde el carlismo hasta el feminismo pasando por el catolicismo, contribuyó también a la expansión por España de nuevas ideas políticas relacionadas con la liberación de la mujer. Lo hizo a través de una editorial, ‘La Biblioteca de la Mujer’, y como traductora y prologuista de ‘La esclavitud femenina’, de John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill.
A pesar de haber sido traducida en vida hasta al japonés, pocos saben que comenzó su carrera literaria en la poesía. Lo hizo a través de un poema narrativo de estilo romántico, ‘El castillo de la fada’ (1866). Años más tarde, publicó un poemario, ‘Jaime’ (1881), en el que reflexionaba sobre la maternidad. Su obra poética apareció en revistas y publicaciones colectivas. Sin embargo, fue ella misma quien acabó afirmando, sin miedo a equivocarse, que sus poemas eran “los más malos del mundo”. Retiró los poemas de sus obras completas y el silencio reinó sobre su producción poética.
Para acabar con este silencio y para demostrar que Pardo Bazán se equivocaba al juzgar la calidad de su poesía, el pasado marzo la editorial La Bella Varsovia, de la mano de Elena Medel, publicó ‘Las frases frágiles’. El título hace referencia a uno de los versos de la escritora gallega: “las frases frágiles que grabé un día”. Sus poemas son instantes atrapados al tiempo, rescatados e inmortalizados para cuando la memoria fallase. Tiempo, realidad, vida, paisaje, ciencia y escritura son algunos de los temas que definen la obra poética de Pardo Bazán. Aquí va la selección de #VEINDIGITAL de los mejores poemas de la autora:
LA AURORA
Dos cosas hay en el suelo,
una pura, otra florida,
y son la aurora del cielo
y la aurora de la vida.
Una salpica las flores
de rocío abrillantado,
otra con dulces amores
llena el pecho entusiasmado,
y en ambas con armonía
se reúnen al instante
color, belleza, alegría,
luz deliciosa y radiante;
como visión vagarosa
duran tan solo un momento
la luz de color de rosa
y la edad del sentimiento;
que hay dos cosas en el suelo,
una pura, otra florida,
y son la aurora del cielo
y la aurora de la vida.
ODA
¡Ficción, brillante Diosa! Rasga el velo
que al poeta prestaste,
y aléjate callada.
Ya que a la sacra voz del patrio suelo
vibra el arpa olvidada,
despiértela del sueño en que yaciera,
único numen, la Verdad severa.
¡Oh, Verdad! ¡Ansia eterna, paraíso
prometido al mortal! Tus resplandores
la frente iluminaron del que quiso
sendas al pensamiento abrir mejores:
del que armado de crítico escalpelo
con firme pulso disecó la vana
retórica que en aulas se aprendía,
y —de nombre no más— filosofía
era disfraz a la ignorancia humana.
¡Palabras solamente! A tal confuso
montón de frases arrojado al viento
llamaban el sofista y el iluso
sublime concepción del pensamiento:
en árida, capciosa sutileza
el ingenio español, extraviado,
se agotaba y estéril revolvía
girando sin cesar sobre sí mismo:
y de la luz del día
como el ave nocturna horrorizado,
sellaba la razón con el candado
del viejo dogmatismo.
***
Velo Feijóo. Con generoso alarde
dice «atrás» al error, «marcha» a la idea,
«libre vuela» al espíritu cobarde,
y a la tímida ciencia «avanza y crea».
Y radiante la faz, y el alma henchida
de entusiasmo y de unción, tiende la mano
señalando la gran Naturaleza.
«Dad», les grita, «al olvido
tanto sofisma vano:
campo es el Universo, a la mirada
de los contempladores siempre abierto,
cuya magia y belleza
nos revela un Artista soberano:
su atenta observación es rumbo cierto;
la hipótesis es nada».
***
Y a su voz, como cría de altanera
águila, en breve jaula detenida,
si los hierros quebraron
de su estrecha prisión, rauda y ligera
se lanza a los espacios y a la vida,
así, sedientas de tender su vuelo,
las ciencias se elevaron
con un grito de júbilo hasta el cielo.
Sin trabas ni recelo
la física estudió los naturales
fenómenos, a leyes reducidos,
por su misma unidad más colosales;
rasgó la medicina sus anales
y escéptica emprendió la nueva vía;
globos y mundos registró sin cuento
en el éter azul del firmamento
con telescopio audaz la astronomía:
y distinguió la atónita ojeada
en el espacio escrito
con refulgentes letras siderales
este verbo «infinito».
***
Mas no sin combatir ganó la palma
de la victoria el sabio.
Cual víbora sedienta
cebó la envidia en él rabioso labio:
y como tras la calma
en el mar se desata una tormenta,
sacudiendo mugientes oleadas
contra la escueta roca,
injurias y libelos a bandadas
en el firme peñasco de su alma
se fueron a estrellar con furia loca.
***
Impávido los vio.
Jamás rendido
de la verdad el campeón vacila:
antes, por alta mano sostenido,
camina al ideal apetecido
que en lejano horizonte se perfila.
¡Gladiador del porvenir valiente,
que nada tu fe robe!
Si te ciñen espinas a la frente,
di, como Galileo: «E pur si muove!».
***
¡Filósofo profeta! ¡Si te fuera
dado que retornases a la vida
y vieses ya cogida
la rica mies, cuya semilla acaso
sin esperanza derramaste al paso!
Hoy, lozana do quier, do quier florida,
se propaga la ciencia,
como tú la pensaste,
en el hecho fundada y la experiencia:
de base tan segura
surge el Conocimiento, lentamente,
como en el mar Pacífico está el diente
del pólipo creando
un nuevo continente.
Poco a poco, sus velos desgarrando
va la Naturaleza:
y cual el relojero
que fabrica el reloj pieza por pieza
para después organizarlo entero,
así dato con dato se eslabona,
y la cadena el pensador uniendo
especula y razona.
***
Si pudieras alzarte
y arrojar tu sudario,
¡oh, genio del análisis!, ¡qué vario
y grandioso espectáculo mostrarte
lograra Europa!
El rayo aprisionado
por un hilo sutil veloz camina,
mensajero del raudo pensamiento:
del buque en el costado
y del tren en el seno chispeante
enciérrase una fuerza misteriosa
por la cual ya ni el viento
ni la distancia teme el caminante:
el químico analiza
desde el breve infusorio y la flor bella
hasta la brisa que las olas riza
y el resplandor de la remota estrella.
Con fuerzas de gigante
la inteligencia a la vivaz materia
sujeta y tiraniza,
y el hombre casi olvida su miseria.
***
De tanta y tan magnífica conquista
solo escuchar la lista
quizás haga a tus huesos,
¡oh, Feijóo!, estremecerse de alegría,
allá en la noche de la tumba fría.
Mas no eleves la frente,
no alteres tu reposo:
que si tiendes la vista
un siglo encontrarás inteligente…
¡pero no venturoso!
***
Jamás tu natural filosofía
trocó tu corazón en un desierto:
siempre guardó tu entendimiento claro
la llama de la fe, bendito faro
que te tornaba al puerto.
Hoy… ¿Cómo te diría,
sin apenar tu espíritu sublime,
la fiebre y la locura,
el hondo malestar y la amargura
en que este siglo gime?
Edad de transición, de sorda pena,
de lucha de encontrados intereses
y escéptico dolor, a su cadena
amarrada, cual nuevo Prometeo,
dudando hasta de Dios y de su alma,
ha perdido la calma
y le resta el deseo.
¡Mil veces sabio tú, que respetaste
del hombre la conciencia,
y que, sin deshojar una creencia,
asido de la mano, le guiaste
al templo de la ciencia!
¡Mil veces sabio tú! Cuando el misterio
profundo, inexplicable, de las cosas
abrumaba tu mente,
en extático anhelo
alzabas tus miradas hasta el cielo.
¡Sabio mil veces! El poder divino
lo explica todo al que la fe respeta.
Habla Feijóo… «¡La ciencia es el camino,
pero Dios es la meta!»
JAIME (II)
Alma mía, pasó ya la noche,
la noche y su sombra,
y en ti y en los cielos
despunta la aurora.
Alma mía, despliega esas alas
que inertes y rotas
plegaste, cual suele
la herida paloma.
Alma mía, renace al consuelo,
renace a la gloria:
amable es el mundo,
la vida es hermosa.
Alma mía, poblose el desierto
de mirtos y rosas,
susurros, perfumes,
gorjeos y notas.
JAIME (XIV)
En un rosal de mi huerto
un jilguero labró nido
y con noble confianza
en el sitio más florido,
más central y descubierto,
colgó el lecho de esperanza.
Delicado huevecillo
puso allí, como una perla
que entre flores se cuajase;
y voló después, sencillo,
sin recelo de que, al verla,
su postura le robase.
Haces bien, ave del cielo,
que no cabe a tus amores
asechanza en mí ninguna;
ven, incuba tu polluelo,
que tu nido está en las flores,
y en mi cuarto está la cuna.
EVOLUCIÓN DE LA ROSA
Por tierra de unidad y de armonía
la vieja Grecia se preció de hermosa:
símbolo de belleza fue la rosa;
Venus entre sus rizos la prendía.
Duraba su esplendor tan solo un día;
era pomo de esencia deliciosa;
y, borracha, la alegre mariposa
en el cáliz de fuego se dormía.
Vienen la edad moderna y los Linneos;
llega el floricultor, y en variedades
la rosa dividió, como en casillas…
¡Venus y Anacreonte, estremeceos!
¡Cantores del amor! ¡Muertas deidades!
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