‘El horizonte’ y otras 8 películas de identidades rurales

20 / 04 / 2021
POR Alberto Richart

Ahora que contemplamos los beneficios de volver de la ciudad al campo en tiempos pandémicos y aprovechando el estreno de ‘El horizonte’, damos la bienvenida a la astenia primaveral con 8 melodramas donde el auto-descubrimiento de los personajes viene acompasado por su relación con la naturaleza.

Desde que la actriz Lilian Gish abriese las ventanas de su casa y permitiese pasar el violento aire que tanto le aterraba en ‘El viento’ (Victor Sjöström, 1928), la psique de muchos personajes en la historia del cine se ha visto reflejada por los cambios naturales del entorno rural donde habita. Dejando a un lado los wésterns y las road movies, donde el paisaje es un elemento fundamental en las historias, los melodramas familiares escenificados en un entorno campestre acostumbran a poner en la misma balanza la lucha por la supervivencia familiar en este tipo de condiciones naturales y la identificación de los personajes con los vaivenes de un entorno a veces apacible, a veces salvaje. 

La película ‘El horizonte’, de Delphine Lehericey, ganadora a la mejor película y el mejor guión en los Premios del Cine Suizo, se estrena el próximo 31 de marzo y condensa en su relato toda una serie de sucesos que resquebrajan progresivamente la unidad familiar al mismo tiempo que Gus (Luc Bruchez), el hijo pequeño, descubre un secreto que le hará confrontarse frente a una nueva vida. Todo ello se enmarca en el caluroso verano del 76, en una casa del campo suizo donde la escasez de agua amenaza con acabar con la estabilidad económica y emocional de la familia.

A propósito de la película de Lehericey, repasamos un total de 8 dramas familiares donde, al igual que el paso de las estaciones, las identidades de los personajes transitan entre el ardor sexual – lleno de descubrimientos y dudas – y el gélido distanciamiento.

El horizonte

La periodista Lucía Lijtmaer definía acertadamente como “espeso” el ambiente plasmado por Lehericey en ‘El horizonte’. En esta historia, la familia de Gus, capitaneada por su padre Jean (Thibaut Evrard) y su madre Nicole (Laetitia Casta), se encuentra en un momento crítico en el que las altas temperaturas están matando las gallinas de su criadero. Su padre se agobia ante la situación y Nicole trata de mantener el tipo ante sus hijos, pero necesita escapar ocasionalmente del ambiente tóxico y patriarcal que Jean genera en el espacio doméstico. A través de un club de lectura, Nicole entra en contacto con la cultura y otras pasiones escondidas a las que habitualmente no tiene acceso en la granja.

La puesta en escena de este momento de canícula e interminable labor en el campo provoca el sudor en la frente del espectador. Por suerte acude al rescate un soplo de aire fresco, personificado en Cécile (Clémence Poésy), una amiga del club que trae consigo un carácter moderno y jovial a la casa. Durante una de sus típicas tardes veraniegas de aburrimiento, Gus descubre algo que no querría haber presenciado y que cambia la visión que hasta ahora tenía de su madre. Es en este momento cuando el joven se debate acerca del partido que debe tomar como hijo y como hombre.

Lehericey adapta la historia del libro ‘El centro del horizonte’ de Roland Buti y presenta un guion conciso y directo sobre la pulsión liberal inherente en la condición humana. Las decisiones de sus personajes – incluso las de los animales que figuran – se presentan como algo inmutable por fuerzas ajenas. La paleta de colores de esta masía en mitad de la nada remiten sin dudas a las películas de la francesa Céline Sciamma, con la cual Lehericey comparte el deseo y parte de la emoción de aquellas primeras veces.

Minari

Si los wésterns acostumbran a narrar la conquista de lo nuevos pobladores por el entorno salvaje, Lee Isaac Chung realiza algo similar con ‘Minari’ (2020) desde el punto de vista de los nuevos estadounidenses: una familia de orígenes surcoreanos en los 80 que llega a un terreno despoblado de Arkansas para tratar de labrarse – literalmente – un futuro en el país de los sueños. Motivos como el esfuerzo, la practicidad de la fe y la unión familiar entran en juego ante las dificultades del terreno en el que la familia asienta su hogar. Llama especial atención la interpretación de Alan S. Kim en su papel de David, el cándido niño de 7 años que trata de entender los sacrificios por los que pasan sus progenitores para garantizarle a él y a su hermana un buen futuro mientras pasa las horas aburridas en una casa con ruedas. Así como la intervención de Youn Yuh-jung, en el rol de esa abuela atípica y deslenguada que pasa por el proceso de adaptación de las costumbres norteamericanas. 

‘Minari’ es una obra delicada y simpática que, siguiendo la filosofía estética de su distribuidora A24, presenta una puesta en escena sensacional impregnada por la banda sonora de Emile Mosseri y la identidad – y los recuerdos autobiográficos – de Chung, corroídos por la tosquedad del terreno donde creció. Unas memorias atiborradas de tardes bebiendo Mountain Dew, jugando a las cartas y viendo crecer los matojos que la abuela ha plantado en el arroyo en un intento de mantener la tradición rural surcoreana.

La nube

Porque la vida en el campo también puede ser terrorífica, el director francés Just Philippot propone una historia de sacrificio personal y familiar que juega con el género fantástico a la hora de recrear el calvario por el que pasa su personaje principal, Virginie (Suliane Brahim), una madre soltera y criadora de langostas que posteriormente vende convertidas en harina. 

La emprendedora lleva a cabo un negocio que va progresivamente en alza en el momento en el que descubre un ingrediente secreto que hará aumentar su producción. Su relación con los insectos traspasa la atracción corporal. El ritmo de reproducción de los saltamontes demanda cada vez más su atención física y emocional, algo que tendrá consecuencias inimaginables en su carácter y el vínculo con sus hijos. Unos notorios efectos digitales y una interpretación soberana por parte de Brahim, premiada en la pasada edición del Festival de Sitges, construyen una sólida crítica al sistema industrial más chupóptero y a los naufragados intentos de concilio entre la vida laboral y la familiar. La película se estrenará en cines el próximo 9 de abril. 

Tierra de Dios

Más allá de su título bíblico, ‘Tierra de Dios’ (Francis Lee, 2017) es un relato profundamente humano donde dos jóvenes del mismo sexo descubren su afecto en un ambiente no tan tocado por la espiritualidad divina como por la fuerza de la naturaleza. La pasión homosexual prohibida que ya tratase el director Ang Lee en los prados de ‘Brokeback Mountain’ (2005) se traslada aquí a los campos de pastoreo de Yorkshire, Reino Unido, a través de las miradas de deseo entre Johnny (Josh O’Connor), un joven adicto al alcohol y Gheorghe (Alec Secareanu), un inmigrante rumano que llega para echarle una mano con el rebaño. 

La comunión entre la naturaleza y la relación de los chicos se evidencia cuando Gheorghe consigue llamar la atención de Johnny en el momento en el que reanima a una de sus ovejas. Su incipiente complicidad se convierte en un mar de dudas, pues deben decidir si son capaces de llevar la granja al mismo tiempo que dan rienda suelta a su amor. Cuestiones como los prejuicios racistas y homófobos  entran en juego a la hora de auto-aceptar los sentimientos o dejarse llevar por la ira violenta de la negación.

Los fuertes

En la misma línea que ‘Tierra de Dios’, Lucas (Samuel González) y Antonio (Antonio Altamirano) se conocen en un pueblo marítimo en el sur de Chile y allí comienzan un idilio, tan especial como inesperado, que deben ocultar de la mirada de los vecinos. Antonio no desea que lo vean con Lucas pero al mismo tiempo tampoco puede soportar la idea de que este se vaya a estudiar lejos de la aldea. 

La preciosa fotografía del paraje chileno y la fuerza bruta del océano, contenida por unos fuertes de piedra que protegen la localidad, figuran como analogía natural de la pasión por la que ambos protagonistas luchan contra viento y marea en ‘Los fuertes’ de Omar Zúñiga (2019). A ello solo faltaría sumarle la arrebatadora canción ‘Ese hombre es mío’ de Paulina Rubio para ambientar una de las secuencias más íntimas de la película y ensalzar la historia como una de las últimas obras indie-pop que mejor reflejan las contradicciones del amor contemporáneo alejado de la metrópoli.  

Lazzaro feliz

Lazzaro (Adriano Tardiolo) nos acompaña a un inmaculado terreno de ingenuidad e inocencia. El personaje de la directora y guionista Alice Rohrwacher en ‘Lazzaro feliz’ (2018) vive una vida costumbrista, encargándose de las cosechas y haciendo favores a sus vecinos en la alejada aldea italiana de La Inviolata, donde la modernidad no parece haber llegado ni se le espera. Cuando este se hace amigo de Tancredi (Luca Chikovani), el hijo de la marquesa, pronto descubrirá en qué consiste la diferencia de clases, pese a no albergar en su interior ningún tipo de ambición.

La historia de Rohrwacher funciona a modo de cuento contemporáneo salpicado de realismo mágico. En los ojos escudriñadores de Lazzaro vemos la esencia más pura, curiosa pero incorruptible, que un ser humano sea capaz de interiorizar. Es a través de esos ojos que la película se despliega como un retrato de una sociedad sin escrúpulos y de una extraña divinidad justiciera – llámese Dios, llámese X –, muy arraigada al viento, que regala el privilegio de la música a los oídos de los más desfavorecidos. El guión de Rohrwacher fue premiado en el Festival de Cannes y la película se consolidó como uno de los referentes del año en múltiples festivales de todo el mundo.

Old Joy

De una directora europea a otra del cine indie norteamericano que acostumbra a retratar sus historias en el entorno rural de la América profunda. En ‘Old Joy’ (2006), la cineasta Kelly Reichardt reúne a dos amigos que llevan mucho tiempo sin verse para realizar un road trip por el estado de Oregón. El paisaje industrial de la ciudad da lugar a los bosques verdes conforme el vehículo de los dos amigos se adentra en el vacío existencial de su relación. El tiempo ha transcurrido y ya nada parece ser lo mismo entre ellos. Solo queda la incertidumbre que responderá si todavía guardan una pequeña esencia de lo que un día fueron. 

La banda sonora de Yo La Tengo y las pequeñas pinceladas de una naturaleza parsimoniosa, con las que el ojo observacional de Reichardt nutre el relato, ofrecen una historia calmada y atípica de la amistad y la búsqueda de la identidad en relación a quién nos acompaña. La secuencia del spa en medio del bosque es de las más relajantes y, al mismo tiempo, de las más tensas del film. 

Wildlife (Lo que arde con el fuego)

Los Brinson no viven precisamente en una granja ni en un invernadero, sino más bien en una zona residencial de los suburbios del estado de Montana. Sin embargo, la amenaza cercana de los incendios forestales irrumpe de pleno en la relación entre Jeanette (Carey Mulligan) y Jerry (Jake Gyllenhaal), los padres de un chico de 16 años (Ed Oxenbould), que va descubriendo facetas desconocidas sobre sus progenitores y trata de mantener unido el nido familiar cuando todo estalla en cenizas.  

La opera prima como director de Paul Dano – actor de películas como ‘Pequeña Miss Sunshine’ (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006) o ‘Swiss Army Man’ (Dan Kwan, Daniel Scheinert, 2016) – parte de la novela ‘Incendios’ de Richard Ford para retratar este episodio de derrumbamiento familiar en aquellos años 60 tan idealizados por la visión del sueño americano. Un sueño cada vez más inalcanzable para Jeanette, maravillosamente caracterizada por Mulligan, quien se siente abandonada tras la marcha de Jerry para luchar contra el fuego con las brigadas forestales. Los contrastes entre la luz y los colores escasamente saturados del paisaje desolador de ‘Wildlife’ (2018) sitúan a Dano como un cineasta de autor, con motivaciones expresivas y emotivas, al que no debemos perder de vista. 

El olivo

La que lía Alma (Anna Castillo), una joven de 20 años, para recuperar el olivo de su abuelo no tiene nombre. Pero es que ese árbol fue arrebatado a la familia y representaba toda su juventud en el campo y los buenos momentos en compañía de su abuelo. Valiente y empecinada, Alma decide recuperar el árbol cueste lo que cueste, pero no será tarea fácil. Ahora el olivo se encuentra en las oficinas de una multinacional en Düsseldorf que desea vender una imagen corporativa ecológica. 

Icíar Bollaín filmó en 2016 este soleado relato sobre los valores familiares que Alma hereda directamente desde sus propias raíces. Pese a contar con un guion firmado por Paul Laverty en ocasiones demasiado forzado, la cinta consigue emocionar como lo hacen la filmografía de Bollain, a un nivel intimista y social. El personaje de Castillo rompe con la visión estereotipada de una juventud despreocupada por la simbología y la identidad familiar.