Cuando la anatomía solo era cosa de hombres

18 / 03 / 2016
POR Maria Sánchez

A mediados del siglo XVIII, un grupo de mujeres de belleza desbordante empezaron a inundar clases, salas de museos y espectáculos por toda Europa. Las llamaron Venus de la Anatomía: modelos hiperrealistas de mujeres de cera donde el pecho se deshace para dejarse ver. Donde el cuerpo de la mujer sin vida se sigue representando como un objeto. Sí, la cosificación de la mujer también alcanzó a la anatomía.

 
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Una mano manchada de oligisto se dispone a contar una historia sobre la pared de roca de una cueva. Otra va rellenando poco a poco con mirra el vientre de un cuerpo que dejó de latir y que terminará envuelto entre bálsamo. Se empieza a oír el tamborileo de unos dedos golpeando la madera en el estrado de un teatro anatómico al comenzar la disección. Si hay algo que se repite una y otra vez en nuestra historia y es tan antiguo como la raza humana, es la necesidad del ser humano por ser inmortalizado. El deseo por proteger de la descomposición -y a fin de cuentas de la inminente desaparición-, al cuerpo del fallecido, ha sido una constante que ha formado parte de todas las civilizaciones. Pero después del rito vendrían, entre otros, el brandy y el formol, la inquietud por preservar el cuerpo para su estudio: la nueva era del conocimiento.
 
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Se abrían las tumbas, se saqueaban, se daban los cuerpos a los anatomistas del renacimiento. “Los hombres de la resurrección”, como así se llamaban a los ladrones de cadáveres, calmaban el ansia por el conocimiento y por las disecciones públicas. Pero la carne aun no puede convertirse en algo perdurable. Proliferaron dibujos de las disecciones, perfectas reproducciones de regiones anatómicas, de sistemas circulatorios, de complejos musculares, de accidentes, orígenes e inserciones… El hombre quería conocer con detalle cada milímetro de sus entrañas, admirarlo, y cómo no, poder hacerlo espectáculo.
 
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Y sí, llegó el espectáculo: y cómo no, en el cuerpo idealizado de una mujer. Las Venus anatómicas, modelos hiperrealistas (y muy idealizados) de mujeres de cera, recorrieron Europa durante los siglos XVIII y XIX, no sólo como mera herramienta para el aprendizaje y la divulgación científica, sino como una forma de entretenimiento más.
 
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Todos los sabemos: hasta hace relativamente poco la mujer en sí era sinónimo de palabras como sensibilidad, aniñamiento, pasividad, pasión, delicadeza, belleza… Y las mujeres de Venus cumplían con lo socialmente establecido a rajatabla. Las modelos de cera representan a una mujer con un cabello envidiable, una piel resplandeciente, maquillaje, ojos de cristal, y acompañada de adornos como tiaras de oro y cintas de seda. Pasivas, desvalidas, reclinadas sobre almohadones de terciopelo, ante los curiosos, sus piezas desmontables sólo cumplen la función de mostrar las entrañas. Mientras que en los dibujos y representaciones del hombre en la anatomía, la piel era un mero obstáculo para enseñar lo que de verdad importaba, la musculatura (¡ah, la fuerza del género masculino!), en lo que respecta a las representaciones de las mujeres hay un afán contundente de sexualizar al maniquí.
 
Basta googlear “Anatomical Venus” y observar las imágenes que nos devuelve el buscador. Los cuerpos de cera sin desmontar son meros objetos sexuales. Y aunque en las representaciones itinerantes que llevaban como estrella a estos modelos lucían lemas como “conócete a ti mismo”, ¿podemos afirmar que sólo un conjunto de órganos “desplegables” conseguían convertirse en el imán para la multitud?
 
Detail of the ”Venerina" (Little Venus) anatomical model by Clemente Susini, 1782, Palazzo Poggi, Bologna, Italy
 
Pero no solo se persigue aquí el cuerpo como objeto e ideal de belleza en el género. Al abrir la mayoría de las Venus anatómica nos encontramos con la razón final para la mujer de la época: ser madre. Tras las curvas, las joyas y los colores brillantes de los cuerpos de cera nos encontramos con la única función por entonces pensada del vientre de una mujer: cuna, fin y alimento. Y, como consecuencia, otro “objeto” más a manipular por la comunidad médica y científica.
 
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Reconozco que la primera vez que descubrí estas reproducciones de cera de mujeres quedé totalmente fascinada. Pero como estudiante de anatomía y alumna colaboradora del departamento de neuroanatomía y anatomía de mi facultad, he pasado muchas horas entre hojas de bisturí, olor a formol, disecciones y plastinaciones. Y el “envoltorio”, por así decirlo, es lo que menos importa en el conocimiento de la anatomía. Sí, son imprescindibles entrañas, músculos y huesos… y nada más. Basta detenerse en los cuerpos del alemán Von Hagens, el inventor de la técnica de la plastinación: aquí no hay ostentación o piel, lo importante está dentro. Las Venus Anatómicas pueden maravillarnos, intrigarnos, excitarnos, incluso darnos un poco de miedo, pero terminan convirtiéndose en otro ejemplo más de como se ha utilizado a la mujer como mero objeto de contemplación e instrumento.
 
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Bibliografía:

Body Worlds, Gunther Von Hagens.
Ode to anatomical Venus, Joana Ebenstein.