Georgia O’Keeffe, estilista y creadora de su propio mito

17 / 03 / 2017
POR Anabel Serrano

Su elegante vestuario, el cuidado con el que le hacían fotografías y su atracción por el arte y la belleza influyeron en la creación de su fuerte identidad, elevándola a nivel de ‘icono’.

 

 
Desde el 3 de marzo el Museo de Brooklyn acoge «Georgia O’Keeffe: Living Modern», una exposición sobre la personalidad pública de Georgia O’Keeffe, imagen que ella cuidadosamente construyó a través de su vestuario, sus fotografías y su estilo de vida.

Nacida en 1887, Georgia O’Keeffe fue una de las primeras en oponerse al corsé, al igual que muchas mujeres progresistas de principios de 1900. Desde una temprana edad comenzó a tener una colección de túnicas, vestidos de camisa, trajes de dos piezas y otros conjuntos sueltos que, sin embargo, se adaptaban al cuerpo de la mujer. En una era mucho anterior a la difusión de la marca, los medios de comunicación social o el marketing, todos estos elementos formaron una sola estética poderosa que fue fundamental para su fama y la creación del mito.
 

Por Alfred Stieglitz – Retrato de 1918 / O’Keeffe en la montaña del lago George, 1927

 
Este elegante y práctico vestuario moderno la posicionó como pensadora independiente, pero también le ayudó a crear su estética personal. “Cubría su cuerpo y su cabeza con piezas de formas abstractas, como a menudo hacía en sus lienzos”, dijo Wanda Corn, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Stanford, en una entrevista para Artsy.

Georgia O’Keeffe quiso marcar diferencia con cada aspecto de su vida. Entre otras cosas, controlaba la forma en la que era fotografiada, tan cuidadosamente como si se tratase de un estudio profesional. Muchas de las fotografías fueron hechas por su marido, el comerciante de arte y fotógrafo Alfred Stieglitz, que fue fundamental para ayudarla a cultivar su propia imagen. Hasta el más mínimo detalle, como la inclinación de su barbilla o el broche en espiral que la artista Alexander Calder creó para ella, revelan el esfuerzo por presentar a Georgia O’Keeffe como una estrella de Hollywood.
 

Por Alfred Stieglitz, 1920-22

 
Además de fotografiarla, Stieglitz representó a O’Keeffe en su galería. Era la única mujer que exponía sus pinturas entre otros modernistas estadounidenses como Marsden Hartley, John Marin, Paul Strand y Arthur Dove. Las obras de la artista siempre estuvieron ligadas a una polémica por ser asociadas con formas que evocan al cuerpo femenino: pétalos de flores voluptuosas, ondulantes laderas que sugieren vulvas o labios hinchados; a pesar de esto, su vestuario, la mayoría en blanco y negro, hacía más oscurecer su forma femenina que revelarla.

Muchos le echan la culpa a Alfred Stieglitz, su marido, por su actitud profundamente manipuladora. «Fue muy influyente en críticos en los años 20 y 30», dice Corn, «y realmente fue el instigador de la idea de que ella estaba pintando contenidos sexuales».
 

Hibiscus with Plumeria, 1939 / Blue Flower, 1918

 
Georgia O’Keeffe salió del ambiente de las artes y los oficios, el movimiento de principios del siglo XX que se esforzó por crear una estética natural holística ante la deshumanización de la fusta victoriana y la industrialización. «Le enseñaron que cualquier cosa que se hiciera debía ser hecha con sentido del estilo y de la belleza.»

También fue fuertemente influenciada por el modernista estadounidense Arthur Wesley Dow, con quien estudió en la Universidad de Columbia, y quien enfatizó ese mismo holismo. Al igual que Dow, O’Keeffe se sintió atraída por las tendencias minimalistas y meditativas de la cultura asiática, e incluso se hizo con auténticos kimonos de Japón.
 

Bruce Weber, Georgia O’Keeffe (1984)

 
A lo largo de su vida, continuó siendo una fuente de fascinación para numerosos fotógrafos. Su sentido del estilo, a pesar de su avanzada edad, era un tema claramente de interés. Incluso con sus 90 años, se aferró a la exquisita ropa en blanco y negro, neutral y sin mucho adorno. En cuanto a la conexión entre sus pinturas y la forma en que vivía y se vestía, se trata realmente de juicios estilísticos, concluye Wanda Corn.