Lo que me enseñaron los cielos de la Costa Dalmática.
Con coche alquilado, tribu cañera y Lonely Planet en mano, este verano no pudimos evitar hacer la clásica de “The plan is no plan” que a veces sale increíble y otras un desastre total. Esta vez salió genial.
Con más de mil islas, más de seis mil km de costa y más de ciento un dálmatas (sí, se confirmaron todas mis sospechas: la raza dálmata proviene de la costa Dalmática), Croacia fue nuestro destino.
En nuestra ruta de caos organizado, pudimos disfrutar de sitios como Pula, Split, Hvar, Zadar. No me preguntes por qué, pues no lo sé, pero siento que, a través de muchos momentos, pudimos ver o entender que: ni el vaso, ni la jarra de agua, ni esta foto, ni la situación peor hallada, ni nada, están medio llenos o medio vacíos, que todo es relativo y el lleno o vacío simplemente lo pones tú.
Reafirmando a ni más ni menos que al Señor Hitchcock, en Zadar, se experimentan algunas de las puestas de sol más potentes que puedas imaginar, gracias al arquitecto Nikola Basic y su instalación “Greeting to the Sun” con la que, gracias a las olas, los tubos de sus escaleras silban con tanta fuerza que hacen vibrar.
Nunca deberíamos sacar los “trapos sucios” de nadie. En todo caso deberíamos limpiar los nuestros (que todos alguno tenemos). Y una vez hecho, si se secan al sol y sin secadora, mejor que mejor. Cuesta aprender que a veces no es sólo el dónde, sino el qué, cómo y sobre todo el porqué.
Que, como dice Risto Mejide, los mejores amigos son como una farola (en mi texto, como la luna o si lo prefieres con la mítica señal de Café/ Bar). Que aunque a veces no la veas, siempre están “a tu vera”.
Y que en temporada alta, en algunas de las principales ciudades de Croacia, si miras al suelo o al frente es probable que tu mirada se encuentre con la masa, pero que afortunadamente, si alzas la vista al cielo, siempre podrías encontrar un poquito de magia.