La transfeminidad, la belleza y la conquista de nuestro cuerpo

15 / 06 / 2021
POR Vanina Bruc

Ilustración de la serie HEROINAS de Maria Herreros, publicada en #VEIN2

Hay una superficie reflejante justo frente a ella. Un espejo, enmarcado, impecable, en el que su ojo le devolverá con realismo la totalidad de sus formas, y se mira, y como hoy es un mal día no está segura de lo que verá. ¿Se sentirá cómoda? ¿Será agradable? ¿O será un golpe en las entrañas, una cascada de agua fría, un grito al vacío de la incomprensión? Los ojos le resiguen y sabe qué es un mal día, un día en el que ve la pulsión de su frente, la proyección del mentón, los resultados de la testosterona en la adolescencia proyectados en su cráneo y su esqueleto y se contempla con miedo, con ira, ¿soy esa yo? Yo, que soy femenina, ¿soy yo femenina? ¿Merezco ese trato? Si en mi cabeza no hay ese espacio, y sin embargo me duele y me confunde y me hace sentir rechazo porque no soy yo, no me entiendo, no lo comprendo, por qué. Y si sigue con los ojos cada vez es más punzante. ¡Basta! Y recuerda que ayer la llamaron en masculino, y se pregunta si es eso lo que ven, si es eso lo que leen, si toda ella pide a gritos el derecho a ser reconocida y a alinear lo que siente.

Tienes que ser fuerte, pero cómo duele. Eso mismo podrían pensar muchas personas transfemeninas que conozco, entre las que honestamente me incluyo, en uno de esos días duros en los que la realidad trans pesa y se hace palpable y confirma que nuestra resiliencia es un motor de inspiración global. Es curioso porque de algún modo u otro, todas llegamos a conclusiones parecidas de reconocimiento y celebración de nuestra feminidad, de nuestro carácter genuino, y pasamos por situaciones excepcionalmente duras y excepcionalmente críticas con nosotras mismas. No es algo aleatorio, ya que influyen muchísimos factores: la existencia fuera de lo binario, la reclamación de una feminidad en un mundo que nos la niega, el lidiar constante con desconocidos que nos tratan con los pronombres inadecuados, y que hacen cuestionar habitualmente nuestra identidad y nuestra expresión de género. Algo sobre lo que reflexionaba últimamente es que yo misma, por el hecho de ser una persona femenina, he sentido el peso y la exigencia de lo bello aún y estando deconstruida, entendiendo la belleza como mi pasaje a la feminidad. ¿Es eso un pensamiento mío? No de entrada. Pero lo que se asocia al mundo femenino, las lecturas, las exigencias, nos caen encima y se nos aplican del mismo modo aún y cuando luchamos contra eso. Los estereotipos de belleza normativa, el concepto en sí de lo femenino estandarizado, es una idea abstracta e imagen ideal aplicada que creo que toda mujer y toda persona femenina habrá visto sobre su cabeza, comparada, cuestionada, analizada, desgranada en su totalidad, y de la que es difícil escapar o esquivar desde un espacio mental sano de aceptación. Lo bello es percibido por la mente que lo observa, porque algo lo transmite, por lo que la expectativa de una moneda única es desconcertante.

 

Jedet en #VEIN15 tras su cirugía de feminización facial en FACIALTEAM

 

En el caso de las personas trans, ese concepto se nos antoja aún más lejano porque continuamente nos leen como algo que detestamos, que aborrecemos, de lo que hemos huido porque nos ha sido asignado y no nos representa, y es lo masculino, que se entiende como la contraposición a lo femenino. Y esa autocrítica es implacable, es voraz, y se alimenta de nuestra inseguridad y de nuestra disforia como un monstruo de tres cabezas, ya que –creo y en general- sentimos que tenemos que compensar con ese extra de testosterona que se liberó en nuestro cuerpo y que no pedimos, y que va a dar forma a nuestra existencia durante todo el tiempo que caminemos sobre la Tierra. Y es complejo. Según un estudio titulado Social Perception of Facial Feminization Surgery Outcomes: Does Gender Identity Alter Gaze?” en el que se mostraban fotografías de rostros para que identificaran su género a 18 participantes cisgénero y 14 transgénero, las personas trans tendían a fijarse muchísimo más en la frente, la mandíbula y el mentón que las personas cis, puesto que tenían más conciencia de ello y de cómo se pueden leer socialmente. Y al convivir en un espacio social, surgen más preguntas. ¿Qué siento yo y qué me han impuesto? ¿Cómo es tan grande la presión para estar femenina de un modo estándar para poder ganarte ese trato en femenino, para esquivar esas miradas atroces de personas grises que diariamente y sin educación nos interrogan por la calle? Miradas que podemos ignorar cuando nos sentimos pletóricas, miradas que devolvemos con ira cuando estamos cabreadas, miradas en sí que significan mucho de los problemas de la sociedad y de la estrechísima vista de muchos seres humanos que pueblan el planeta.

 

Y después de esa limpieza, o no, empezamos nuestro camino, nuestra transición, una etapa en la que nos glorificamos, lloramos, renacemos como fénix y nos damos cuenta de la magia que habita en nuestro interior. Y en ese momento, algunas cirugías de confirmación de género pueden hacernos infinitamente felices, pueden salvar nuestras vidas, pueden saldar un dolor. ¿Es esto igual para todo el mundo? Desde luego que no. El espectro trans es muy extenso y los modos de serlo y sentirlo también, y las personas femeninas, las chicas trans, las personas no binaries, cada una vive la incomodidad o la disforia o la euforia de dar pasos hacia el género con el que nos identificamos a su modo. Para algunas de estas personas, determinadas cirugías como la feminización facial pueden facilitar su seguridad y el desarrollo de sus vidas, si por ejemplo habitan en países abiertamente tránsfobos como Rusia, algo que va más allá de lo estético, de lo eufórico, y que llega al territorio de la supervivencia. Me sorprende cuando personas cisgénero cuestionan estos procesos y los aluden como innecesarios, cuando no tienen ni la más remota idea del privilegio que supone que les traten como a su género identificado, ya que es algo en lo que jamás han tenido que pensar. Nosotras sí. Y nos toca hablar de ello.

 

Ana (+50 años), FRENTE POR CORONAL, BLEFAROPLASTIA COMPLETA y RINOPLASTIA. Cortesía FACIALTEAM

Es curioso, porque investigando sobre la feminización facial, una descubre que los procedimientos que se incluyen suelen ser óseos y no de tejidos blandos, y se aplican principalmente al hueso de la frente, a la mandíbula y al mentón, que son los lugares afectados por esa secreción de testosterona durante la pubertad que antes mencionaba. En España, hay un centro especializado en estos procedimientos llamado Facialteam, el primer lugar del país y pionero en buena parte del mundo en técnicas y cirugía de confirmación de género facial y salud trans, y atención especializada en trabajo óseo destinado a mejorar la disforia y la vida de las personas transfemeninas y no binaries. No estamos acostumbradas a espacios seguros en los que nos traten con nuestros pronombres y nos entiendan, por lo que un lugar así rodeado de jardines y concienciado con nuestra realidad, y en España, resulta refrescante. Personas de todo el mundo van a consultar y a realizarse los procedimientos que consideren para alinear su identidad de género con su aspecto exterior, y en muchos casos hacer de su vida una experiencia mucho más fácil. Entender esa profundidad en la feminización de ciertos rasgos, y cómo feminización y belleza son objetivos distintos resulta clarificador, pues muchos de estos procedimientos buscan y celebran la autenticidad y singularidad de cada persona manteniendo su esencia y celebrando su diversidad, que es una de las mejores cosas con las que contamos en este mundo.

 


Saga (+20 años), FRENTE, RINOPLASTIA, MENTÓN y TRÁQUEA. Cortesía FACIALTEAM

“Yo quiero que me llamen por mi pronombre cuando voy a comprar el pan”. Una frase que escuché recientemente y en la que pienso, pues volvemos al privilegio cisgénero del que hablábamos antes y de cómo un momento así puede resultar incómodo, vulnerable o tóxico para nosotres. Aún así, la elección de las cirugías o la naturaleza de ellas –si se realizan- depende enteramente de la elección de cada persona y nunca hay que esperar que se las realicen, únicamente escuchar y acompañar si ese fuera el caso. Sueño con un mundo sin juicio en el que ese tipo de decisiones –sea tomarlas o no hacerlo- no levantaran reacciones inmediatas que no se han pedido, o burlas, o cuestionamientos, o mofas sobre la concepción de la feminidad, puesto que cada una la vive a su manera, y sin ese juicio cuán fácil sería todo, cuán amable, cuán bueno para todes, en toda la gloriosidad del pronombre neutro. Y en este jardín en el que nos encontramos, está bien contar que preguntar sobre cirugías a personas trans sin que ellas saquen el tema es altamente invasivo.

 

Téa (+30 años). FRENTE, TRASPLANTE CAPILAR, MANDÍBULA y TRÁQUEA. Cortesía FACIALTEAM

Volvemos a nuestra amiga frente al espejo. A su disforia, a su incomodidad, a sus decisiones sobre su propio cuerpo –en función también de su bolsillo, un coste que tener en cuenta. La transición es un proceso largo y costoso, y sus elecciones y consecuencias atañen únicamente a la persona que la vive. Y hay algo en lo que me gusta pensar; nunca sabemos lo que ha pasado la persona que tenemos delante para llegar a ser lo que es y estar ahí orgullosa y crecida, hermosa en su vulnerabilidad, y eso debería hacernos rodear de pura gentileza. Ella se mira en el espejo y decide que su camino será como ella decida y hará lo que considere, lo que siente, lo que pueda para alinear lo que tendría que estar alineado, en un cuerpo que no está equivocado porque está vivo y funciona y la ha traído hasta aquí y le permite comer y reír y sentir y darse a la felicidad. Un cuerpo que está conquistando, que hará suyo, que siente que le corresponde por primera vez. Vas a brillar. Y nosotres estaremos contigo.