¿Qué hay de nuevo? Del FOMO al JOMO

27 / 11 / 2023

¿Qué hay de nuevo? La columna de Estel Vilaseca para VEIN

El término FOMO: “miedo a perderse algo” comenzó a popularizarse a mediados de los dos mil a medida que las redes sociales empezaban a marcar el ritmo de nuestras vidas y mediatizaban nuestras interacciones. La llegada del acrónimo JOMO un poco antes de la pandemia, que sustituye la palabra miedo por alegría, nos ofreció de repente una alternativa optimista a esta sensación de bucle infinito en el que muchas nos veíamos atrapadas. Pasar del miedo a la felicidad con el móvil en la mano no es algo sencillo – al menos a mí me sigue generando cierta angustia abrir las redes sociales un domingo por la tarde – pero el cansancio se palpa en el ambiente. La revista de referencia del mundillo tecnológico, WIRED, publicaba este mes de noviembre “First-Gen Social Media Users Have Nowhere to Go”, un interesante artículo en el que confirmaba que aquellos que fuimos usuarios pioneros ya no nos sentimos cómodos en ninguna de las redes sociales que vimos nacer y hemos hecho crecer. “La era dorada de la conectividad se está acabando”, empieza.

@wired

Los testimonios que aparecen en el artículo os resultarán familiares. Es mi historia y probablemente la tuya. “Al principio, internet tenía buena pinta”, escribía ya Jia Tolentino en su novela “Falso Espejo” de 2020. Sí, yo vibré con el Fotolog. ¡Qué precioso espacio!. Fundé mi propia revista online, algo que sólo me trajo cosas buenas. También logré construir una enorme comunidad en Facebook que, tras muchas alegrías y muy a mi pesar, con la aparición de Instagram dejó de tener sentido y puso en evidencia quién había perdido y quién había ganado en esa relación de más de diez años. (Mark Zuckerberg 01 – Estel Vilaseca y todos lo que invertimos un montón de tiempo para construir algo allí – 0 ). Instagram me emocionó bastante al principio, pero la compra de Facebook, la introducción de publicidad y un algoritmo traicionero han dejado poco espacio para la esperanza. Por lo que mejor no hablar del triste final del pajarito Twitter. Como testimonio del fin de esta época extraña, “Contenido” de Carlo Padial, una especie de epitafio a “Playground”, promete.

Pero el agotamiento y el deseo de abrazar la desconexión digital no es exclusiva de la generación millennial. El momento de gloria de BeReal en 2022 demostró que había ganas de simplificar, creando espacios virtuales alternativos en los que recuperar el control de nuestros relatos y la autenticidad de nuestras relaciones. Por otra parte, con la popularización del hashtag #InRealLife, la vida real, sin filtros, reivindica también su propio espacio, al mismo tiempo que usuarios muy jóvenes se están desconectando de las redes alegando que no les aportan suficiente. No hay que pasar tampoco por alto la migración de muchos creadores de contenido hacia Substack, Patreon, Medium o Spotify. Y es que al fin y al cabo, todo esto tiene que ver con el hecho de que las finalidades iniciales por las que estas redes fueron creadas –  Facebook para acercarnos a amigos que tenemos lejos; Instagram para conectarnos a través de la inspiración; Twitter para informarnos y hacernos partícipes de la conversación – han desaparecido y se ha subvertido en pro de una mercantilización que ofrece poco a cambio.

A todo este conexto, es importante mencionar la rebelión de los padres con el objetivo de retrasar el primer móvil de sus hijos hasta los 16 años para evitar la abducción tecnológica de los adolescentes. Este movimiento iniciado en el barrio de Poblenou de Barcelona este otoño congrega vía telegram a miles de voluntarios. Un artículo con el llamativo título “Hay que prohibir los móviles hasta los 16 años”, firmado por Francisco Villar, psicólogo clínico experto en conducta suicida adolescente que ejerce en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, encendió la mecha. Para Villa, las “redes asfixian la vida a los adolescentes”. Michel Desmurget, autor de “La fábrica de cretinos digitales” y especialista en neurociencia, es otro de los expertos que ha alertado de los peligros que las redes sociales pueden acarrear a las nuevas generaciones, hasta el punto de que “estamos frente a la primera generación en la que el coeficiente intelectual es menor al de las generaciones anteriores”. Ya lo advirtió el sabio de Bauman hace algunos años: “Las redes sociales son una trampa”.

El propio inventor del World Wide Web, Tim Berners, lleva años trabajando para devolver a la red el espíritu inicial por el que fue creada: «Yo quería algo universal y que funcionara en cualquier ordenador, cultura o idioma (…) era muy emocionante y el feeling inicial era poderoso (…) pensábamos que llegaría un momento en el que todo el mundo se sentiría empedrado y conectado”, explicaba sobre su invento el pasado mayo en una conferencia en Valencia. Por desgracia no se desarrolló como él se esperaba: “ La gente no quiere verse manipulada, quiere recuperar el control de lo que hacen en la web y retomar el rumbo”. De nuevo, todo pasa por rescatar y volver a ser dueños de nuestros datos, nuestras relaciones, de nuestras historias y, en definitiva, de nuestras vidas en la red.