Torcidxs es una bomba escénica queer, ruidosa y excesiva que celebra el fallo, el artificio y la incomodidad. Las Nenas lo cuentan todo: desde el caos, con humor y brillo.
En Torcidxs, nada es lo que parece y todo está diseñado para incomodar. La pieza, creada por el colectivo Las Nenas (Ane Sagüés y Cristina Tomás Olaya) con la colaboración en la dirección de Alessandra García, se presenta como un cóctel explosivo de referencias pop, estética trash y violencia envuelta en purpurina. Desde una mirada queer profundamente encarnada, la obra desafía las convenciones del teatro tradicional y apuesta por el exceso, el error y la saturación como formas de resistencia. Inspirada en las figuras rotas del imaginario dosmilero —como Britney Spears, las gemelas Olsen o Lindsay Lohan—, Torcidxs desmonta la lógica del espectáculo perfecto para abrir un espacio donde el fallo, el artificio y la contradicción se convierten en motores creativos.
A lo largo de la obra, el cuerpo, la voz y el texto se disocian deliberadamente, generando una experiencia sensorial en la que el público debe decidir constantemente dónde poner la atención. Con humor absurdo, efectos sonoros desbordantes y una escenografía que fracasa a propósito, la propuesta apela tanto a la inteligencia como a las tripas. En esta entrevista, Las Nenas desmenuzan el proceso detrás de la creación, reivindican lo cutre como estrategia radical y celebran el caos como lenguaje propio.
¿Cómo nació la idea de Torcidxs y qué inquietudes personales o colectivas motivaron su creación?
Surgió a raíz de una residencia emergente en el Festival de Teatro de Olite. Veníamos de Ramos y Gramos, nuestra primera pieza, donde dos personajes se mataban mutuamente una y otra vez, en una espiral poética, explosiva y catártica. Sentíamos que necesitábamos otro tono, un lenguaje más desenfadado, igual de violento pero pasado por el filtro de la comedia. Nuestras referencias eran las estrellas caídas de los 2000, como las gemelas Olsen, Britney Spears o Lindsay Lohan: ese universo de iconos rotos, de chicas estéticamente perfectas pero emocionalmente hechas polvo. Alude también al imaginario del fracaso de las estrellas Disney, contrastando ese componente de confort visual con la creación de escenarios incómodos, cargados de abusos, juicios tóxicos e infinidad de formas de violencia.
La obra explora la “disonancia entre cuerpo y voz”. ¿Podríais profundizar en cómo se representa esa disonancia en escena?
Torcidxs es un popurrí de lenguajes escénicos superpuestos, como si fueran capas de ropa mal combinadas a propósito. En escena hay simultaneidad, saturación. El cuerpo dice una cosa, la voz otra, y el texto teórico —como un runrún molesto—, otra más. La obra genera un efecto de pantalla dividida: el público tiene que elegir qué mirar, qué escuchar, qué ignorar.
¿Qué significa para vosotrxs trabajar desde una estética queer y cómo esta perspectiva atraviesa la pieza?
Lo queer no es una capa más, es desde donde partimos: nuestras referencias culturales, nuestras formas de estar en el mundo, nuestras estéticas… todo nace desde ahí. Lo queer surge de nuestra práctica diaria. Lo trash, lo mal hecho, lo raro, lo sensible, lo excesivo… todo eso está en Torcidxs.
Hay un uso muy particular del autotune y otros efectos sonoros. ¿Qué papel juegan en la narrativa o en la construcción de sentido?
El autotune nos permite llevar la voz a un lugar no humano, más allá de nuestra técnica vocal. Es una prótesis estética. Conecta con el universo sonoro del que venimos: el pop dosmilero y el trap con glitter. Es drill teatral, una violencia sonora que perfora, atraviesa y es ridícula.
La frase “quiero ser la copia barata de otra persona” resuena como una crítica potente. ¿Cómo dialoga la obra con las nociones de autenticidad y originalidad?
“Quiero ser una copia barata de otra persona. Tengo un alma de plástico. ¿Qué más da?” Es nuestro statement. Hay una ironía ahí, pero también una verdad incómoda. Todo está hecho, todo es remix. Pero nunca antes una de Etxauri y una de Almansa se habían juntado a hacer esto. No creemos en la autenticidad como virtud: creemos en el plagio, en lo cutre como estética radical.
¿Cómo fue el proceso de codirección entre Las Nenas y Alessandra García? ¿Qué aportes diferenciales trajo cada parte al proceso creativo?
Alessandra fue clave para aterrizar el caos. Nos ayudó a encontrar una forma para nuestro lenguaje. Tiene una mirada excepcional que nos dio herramientas para concretar una identidad escénica que, a veces, se nos escapaba de las manos. Estamos muy agradecidas de habernos encontrado y de ser amiga x100pre.
La obra juega con la metateatralidad y rompe con lo tradicional. ¿Cómo esperáis que el público reciba esta propuesta escénica?
Nos interesa que el público se deje atravesar por la propuesta, más que que “la entienda”. Que entre en el caos y en las contradicciones. Hemos trabajado mucho la forma para que cada capa tenga una función: lo visual, lo sonoro, lo textual, lo corporal. Todo está ahí para activar distintas maneras de mirar y escuchar. Buscamos provocar una experiencia en la que el público se sienta descolocado, implicado y cómplice.
¿Qué papel tiene el humor —aunque no necesariamente “positivo”— en una obra que toca temas tan complejos como la violencia estética o la identidad?
El humor es una herramienta muy poderosa. Nos sirve para hablar del horror sin que se convierta en pornografía del dolor. Es absurdo, es ridículo, es incómodo. Pero ahí está la empatía: en compartir la vergüenza, la risa nerviosa, el cringe.
¿Qué tipo de investigación o lecturas influyeron en la creación de Torcidxs?
La fenomenología queer, de Sara Ahmed; Dysphoria mundi, de Paul B. Preciado; Feminismo disociado, de Nuria Gómez; la película A por todas, But I’m a Cheerleader, el muro de comentarios de Leticia Sabater… TikToks de “jambos”. Una mezcla entre teoría queer y cultura pop mal digerida.
¿Cómo se aborda el “fallo” como acto de resistencia dentro de la dramaturgia y la performance de la obra?
El fallo está integrado como una herramienta escénica, no como algo a evitar. Nos interesa tensionar la idea de control y cuestionar la exigencia de precisión y virtuosismo que muchas veces se asocia a lo “bien hecho”. Apostamos por una práctica que visibiliza el error, el desfase, lo que no encaja, y lo coloca en el centro. No como accidente, sino como estrategia. El fallo interrumpe la lógica de lo espectacular, abre espacio a lo imprevisible y desplaza las jerarquías tradicionales del hacer escénico.
El escenario está en constante transformación. ¿Cómo influye esa escenografía cambiante en el desarrollo de los personajes y sus conflictos?
La escenografía se transforma, falla, se construye mal, es frustrante. Hay una escena que evoluciona hacia la desesperación solo porque hay que usar un plástico muy grande que no sirve para nada. Todo es un recurso que evidencia que es un recurso.
¿Qué os gustaría que el público se lleve consigo tras ver Torcidxs?
Que no hay nadie como nosotras. Que somos las más listas, las más guapas, las más raras y las más modernas. Que lo que han visto no lo van a olvidar. Que digan: “¿Qué coño acabo de ver?” y que quieran volver a verlo.