La autora catalana nos desvela cómo el cómic se ha convertido en su herramienta mágica para dar forma tangible a sus pensamientos, dotándolos de tiempo, atmósfera y una palpable fisicidad.
La escritora de cómics Nadia Hafid (Tarrasa, 1990) regresa con Mal Olor (Apa Apa, 2024), una nueva inmersión en su particular universo donde su estilo, marcado por la simplicidad y la geometría a modo de jeroglíficos del s. XXI, cuenta una historia tan anclada en el presente que da miedo. Nadia usa el cómic para dar forma tangible a sus pensamientos, fruto de lo que ve, lo que vive y de las obras que la inspiran, en un proceso mágico que florece desde la soledad de su estudio en Barcelona.
Octavia Butler, una de las madres del afrofuturismo y diosa de la ciencia ficción, ha tenido influencia en Mal Olor. Ella usaba la ficción para predecir el futuro y reflexionar el presente, sosteniendo que este género era perfecto por la capacidad de ofrecer infinitas posibilidades para contar una historia. ¿Qué ha sido lo que más te ha inspirado de ella? ¿Compartes la misma idea sobre el género, como para querer desarrollarlo?
Descubrí la obra de Octavia Butler a través de un artículo sobre autoras y ciencia ficción. Nunca he sido muy amante o apasionada del género, pero creo que lo realmente interesante es la idea que hay detrás de lo que se quiere contar, sea o no ciencia ficción, y si la historia está bien construida y tiene un fondo complejo y rico, me atrapa por completo. En mi caso, me fascinó especialmente la edición de Hijas de sangre y otros relatos (Consonni), porque incluye reflexiones de la propia autora, apuntes sobre los puntos de partida de algunos relatos y sus fuentes de inspiración, además de ensayos autobiográficos muy reveladores. Fue inspirador descubrir cómo su madre la motivó desde niña: “Creía fervientemente en el valor de los libros y la educación. Quería que yo tuviera lo que a ella se le había negado”. Para mí, los referentes no solo son estéticos, sino pequeñas luces que alumbran el camino creativo.
Geometría y proporción, hay matemática en tus dibujos. ¿Cómo resumirías el proceso hasta llegar a un estilo tan concreto? ¿Podrías definir tus primeros trabajos y la evolución hasta el presente?
Me atrae la sencillez. Uso formas geométricas, una paleta reducida y plana, sin veladuras ni texturas, perspectivas rudimentarias y la figura humana simplificada, desprovista de rasgos distintivos. Esto me permite conectar de manera directa y sin distracciones con lo que cuento. Ese contraste entre la forma simplificada y la profundidad de las historias logra una conexión casi incompatible: leer sin artificios ni recursos accesorios. Desde mis primeros fanzines hasta hoy, mi estilo se ha consolidado a medida que dominaba la técnica y ganaba confianza; fui eliminando elementos superfluos, influida por mis referentes e intereses estilísticos.
¿Qué querías ser de pequeña? ¿Cuál consideras que fue tu inicio, o qué fue lo que marcó un punto de inflexión para desarrollar tu oficio?
Desde muy pequeña sentí una fuerte atracción por el cómic. Crecí en los años noventa en Cataluña, durante el boom del anime en la televisión autonómica, y mi hermana y yo pasábamos horas absorbiendo aquellas historias con estéticas distintas a las de los canales infantiles. Esto nos llevó al manga y a descubrir que existen muchos tipos de cómic. En 1998, con la apertura de la Biblioteca Central de Terrassa, descubrí la sección de cómic para adultos: allí encontré autores y autoras que cambiaron mi manera de entender la narrativa y el dibujo como herramienta de expresión.
¿Qué es lo que más te inspira para comenzar tus historias? Aquello que te llame la atención de nuestro contexto y te anime a dar tu propia versión.
El cómic es mi herramienta para comprender, exponer ideas y reflexionar. Cualquier gesto, recuerdo, vivencia o incluso una conversación puede ser la semilla de una historia. En lo formal, me inspira ver, leer u oír la obra de otras creadoras y artistas; alejarme del dibujo pura y exclusivamente y acercarme a otras creaciones es un motor creativo que reconforta y enriquece.
En cuanto a la dinámica de trabajo, ser dibujante supone recluirse muchas horas en soledad. ¿Cómo es tu rutina cuando estás dando vida a algo?
Para mí, la soledad es indispensable. Disfruto del silencio y de aislarme, pues así entro de lleno en mis historias. Luego, me encanta compartir el trabajo en festivales de autoedición como Graf o Gutterfest en Barcelona, donde establezco vínculos con otras creadoras y reflexiono sobre el medio; es una experiencia muy enriquecedora.
¿Consideras que se está diluyendo esa sacralidad del trabajo que tuvieron generaciones anteriores, o nos la están vendiendo de otra forma sin darnos cuenta?
Estamos rodeados de mensajes que glorifican “ser tu propio jefe” y la hiperproductividad como sinónimos de éxito y realización personal. Se nos vende como elección libre, pero oculta la precarización laboral, la explotación y las dificultades para conciliar. Es fácil caer en la trampa de creer que si no producimos sin parar es por falta de esfuerzo, cuando deberíamos cuestionar quiénes promueven estas ideas y qué problemáticas estructurales esconden.
Alguna historia que hayas escuchado o leído últimamente que te haya atravesado.
Una de las últimas películas que vi fue Grand Tour del director portugués Miguel Gomes. Es una hermosa historia de pasión y fragilidad, sobre la experiencia de la vida y la búsqueda de sentido a través de la melancolía, la nostalgia y lo cotidiano. Visualmente es una maravilla: cada imagen es preciosa e inolvidable.
Un sueño o acción que te encantaría cumplir y otro que ya hayas cumplido.
Siempre hay sueños por cumplir, y eso es estimulante. Pero me siento muy afortunada por haber realizado uno de los mayores: ser dibujante de cómics.
Texto y fotos: Rocío Madrid
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