Incensurable, el nuevo libro de Luna Miguel, se mueve entre ensayo, ficción y crítica literaria para imaginar un 2029 en el que Lolita de Nabokov ha desaparecido de bibliotecas y planes de estudio. A partir de ese borrado, el libro interroga el deseo, el consentimiento y la lectura como experiencia corporal. Conversamos con la autora sobre teatralidad, mística y proceso creativo.

Abrir Incensurable (Lumen, 2025) es como entrar al teatro con el telón ya levantado: desde la primera página la voz de su protagonista, Lectrice Santos, irrumpe sin preámbulo, en pleno monólogo. Todo el libro está marcado por una dimensión escénica, de seminario universitario que adopta un tono casi ritual. La trama del nuevo libro de Luna Miguel se sitúa en 2029, en una España donde Lolita de Nabokov ha desaparecido de bibliotecas y planes de estudio. Lectrice, filósofa almeriense, sube al atril de la Universidad Autónoma de Madrid para hablar de placer y censura. Desde ahí convierte la conferencia en un gesto performativo: utiliza el llamado “apagón L” -ese borrado silencioso que ha eliminado Lolita del mapa cultural- para pensar la censura, el canon masculino, el deseo, el consentimiento, la lectura como acto corporal y la incapacidad contemporánea de enfrentarnos a lo que nos incomoda.
Lo que empieza como una conferencia pronto se desborda del marco académico en una deriva que lleva a la profesora y a sus alumnas hasta la casa de Lectrice, un viaje que evoca, a su manera, el descenso a los bajos fondos de Luces de bohemia. A medida que la conferencia se transforma en relato, el libro proyecta sombras esperpénticas: la precariedad que atraviesa su vida intelectual y académica, la envidia que la impulsa, los problemas de alcoholismo que la desestabilizan y la vulnerabilidad que se amplifican como en un espejo cóncavo.
A lo largo del seminario, la voz de Lectrice va tomando la forma de un arco de revelación que da forma a su metamorfosis: de Lolita a Humbert, de la lectura al síntoma, de la invocación a la caída. La publicación de Incensurable, de Luna Miguel, coincide con el lanzamiento de Lux, de Rosalía. Tanto el libro como el disco, junto a las entrevistas que ambas han concedido, exploran la experiencia mística y el momento creativo. Las dos hablan de la iluminación y también de la gravedad. Son ideas que cobran otro peso cuando una mañana de noviembre, sentadas en una cafetería del barrio barcelonés de Sant Antoni, y a punto de comenzar esta entrevista, Luna Miguel me pregunta qué me ha parecido Lux.

Justo te iba a preguntar lo mismo, porque la presentación de Lux me hizo pensar en tu puesta en escena de Ternura y derrota. También el silencio de Rosalía mientras sonaban las canciones me llevó a La muerte de la lectora. ¿Te ocurrió algo parecido?
Ostras, pues no te creas que no se me cruzó cuando la vi tumbada en ese suelo blanco. Me acordé, efectivamente, de haber estado yo 48 horas seguidas en el suelo. Y pensé que quizá ahí hay algo generacional, de que muchas veces nos exigimos tanto que parece que nuestra imagen debe estar siempre en lo alto, debe brillar, debe estar bien, debe estar guapa, debe estar limpia, debe estar brillante. Y a lo mejor también hay que mostrar que en realidad para llegar a donde llegamos nos estamos arrastrando. A mí me gustan mucho las entrevistas literarias; por ejemplo, el libro de Álvaro Colomer, Aprender a escribir, donde conversa con distintas autoras y autores. Y casi todos coinciden en lo mismo: se trabaja en pijama, se crea desde lo desordenado. Porque, en realidad, todo proceso creativo nace desde el suelo, casi inmovilizado por tus propios pensamientos, por tus lecturas, por tus ideas.
Lo interesante es ser capaz de levantarse. Esa puesta en escena suya me gustó porque era ella a ras de suelo. Y me hizo pensar en muchas puestas en escena de poetas que trabajan también con lo escénico y para quienes el suelo es superimportante, como, por ejemplo, Cristina Morales y sus performances de danza. Quizá hemos llegado a un momento de querer conectar no solo con lo divino, sino de querer conectar además con la raíz. Al fin y al cabo Rosalía bebe de Simone Weil. ¿Y qué mejor manera de conectar con la raíz que conocer el suelo?
Incensurable arranca con el inicio de la conferencia impartida por Lectrice Santos. Al leer sus primeras palabras imaginé cómo en las paredes del aula rebotaban los ecos de otras dos conferencias convertidas en libros: ‘Una habitación propia’, de Virginia Woolf, y ‘Yo soy el monstruo que os habla’, de Paul B. Preciado. Pero también en la estela de Angelica Liddell. ¿Cómo es esa puesta en escena?
Me gusta la expresión puesta en escena porque realmente la primera tentación viene de una clase escrita para la gente de mi club de lectura y la primera frase era el problema. No es Lolita, el problema son las malas lecturas de Lolita. Desde ahí ya había una voluntad de querer llamar la atención, quizá porque me he criado en la era del clickbait, y señalar que el problema no es este libro, el problema es la mala lectura que seguramente nosotras también vamos a hacer. Esa fue la primera puerta de entrada.
Cuando quise darle una narrativa a este texto, cuando quise inventar a un personaje que fuera profesora y que pudiera narrar y performar estas ideas, tuve que tirar de mis referentes. Y ahí están, evidentemente, todas las lecturas de Angélica Liddell. Y las de Preciado y de Woolf. Además se cruza que mientras yo estaba escribiendo este libro, se estrenó Orlando, la película de Paul B. Preciado, basada en la novela de Woolf, y que yo presenté en un cine aquí en Barcelona. Inevitablemente eso se me metió un poco en el cuerpo. También escuché muchísimas conferencias. Me interesaba la idea de cómo algo que se ha pensado para ser dicho se transforma en algo escrito, que a su vez antes de ser dicho ha sido escrito. Porque la conferencia tiene esa cosa que tiene todas las capas de la oralidad y tiene todas las capas de la escritura juntas.

¿Y cómo ha influido tu experiencia escénica tanto de Ternura y derrota como de La muerte de la lectora en el proceso de escritura?
Mucho. Yo no soy actriz, yo no soy performer, pero a veces a los escritores se nos exige ponernos guapos y salir de casa, salir de la biblioteca. Ternura y derrota y La muerte de la lectora fueron retos absolutos para mí. Ambos exigían ponerse en el centro haciendo algo que sabes que no sabes hacer. Y, sin embargo, puede ser atractivo, puede ser gustoso, puede gustarle al público, a la lectora, ver a una persona performar su lectura.
Tengo un gran archivo, por ejemplo, que es muy egocéntrico, de vídeos de mis retos de lectura. Por YouTube hay un fragmento de cuando leí Ana Karenina. En ese vídeo mi intención era ponerme la cámara e ir leyendo, comentando y también ir viendo cómo me afectaba la lectura. Y de repente había ciertas frases como “Quiero amor, pero eso no existe” que me hacían llorar. No sé si porque era consciente de que había una cámara o porque verdaderamente ese libro me estaba afectando en cierto modo.
Así que esos gestos de ver cómo la lectura nos atraviesa, esas investigaciones privadas en casa, un poco de loca también, que están en Ternura y derrota, y que están en La muerte de la lectora, influyeron mucho en el proceso de escritura. Y justo cuando estaba terminando Incensurable aparecía ante mis ojos el nombre de Camila Cañique, performer y escritora, que murió durmiendo y cuya obra gira precisamente en torno al descanso y a la muerte. Me pareció una especie de pequeña tragedia milagrosa, en cierto sentido. Su mera existencia me resultó fascinante. La cuestión es que en octubre del año pasado Eloy Fernández Porta me invitó a replicar una performance que había hecho Camila Cañique leyendo a Emily Brontë, Emily Dickinson, y más Emilys, y yo añadí además a otras Emilias de la literatura latinoamericana. El hecho de imitarla, de ponerme en el cuerpo de otra performer, que además había fallecido, me hizo sentir una serie de escalofríos sobre la suplantación de identidad, sobre el plagio, sobre copiar, ya no la escritura, sino el cuerpo de otra. Gesto narrativo: también estaba en el suelo con una sábana blanca leyendo a Camila Cañeque. O sea, que ese suelo tiene mucho.
Establecías en una entrevista paralelismos entre la anunciación de la mística y el inicio del proceso creativo, como “una paloma que viene y te da algo y se va”. Me hizo pensar en una especie de triangulación entre la iluminación, el mensaje que deposita y el cuerpo que como escritora lo somatiza.
Creo que eso es lo más increíble de cualquier proceso creativo. Es un tema que me interesa mucho hablar con las autoras con las que trabajo en la editorial o con amigas que escriben: ese momento en el que sabes que algo tiene que ser así, es decir, en el que sabes que ahí ha nacido un libro, en el que sabes que ahí ha nacido la obsesión que tú vas a trabajar. Hay un instante de saber, un momento creativo, de que algo se te pone en el corazón. No solo como en la tradición cristiana, sino también en la islámica, donde Gabriel deposita el Corán en el corazón de Mahoma.
Hace poco conocí a Antonio de Diego, profesor de historia de la filosofía en Málaga y quien ha traducido entero el Corán. Hablándome de la mística sufí, me contaba que muchas veces la creencia o la fe pasa por darse cuenta de que las palabras se están volviendo transparentes, de que de repente ahí hay algo físico que desaparece. Y creo que el proceso creativo tiene que ver un poco con eso. Tú estás buscando una palabra, una palabra, una palabra, y de repente todo se vuelve transparente, fluye, todo funciona, todo se coloca, pero se coloca de una manera descolocada porque luego tú te tienes que sentar a escribir, aunque por lo menos sabes que existe. Maurice Blanchot lo llama el “todavía no” de la escritura. Está aquí, está en un lugar, no sabes dónde, pero existe para ti. A partir de ahí el trabajo puro es el de sentarse y hacer que otros lo puedan ver. Materializarlo.

Por eso mencionaba también el paralelismo con la carne: porque lo tienes que traer al mundo tangible.
Exacto. Tienes que preñarte, tienes que dar a luz, más bien. Yo no he crecido en una casa religiosa, ni mucho menos, pero sí que estéticamente ha habido siempre muchas imágenes religiosas a mi alrededor, como una virgen que heredé de unos antepasados. Es decir, que estéticamente, artísticamente, siempre me ha interesado mucho. Y creo que como lectora feminista llegué a un punto en el que no me podía olvidar de todas esas mujeres que desde sus respectivas creencias, ya sean islámicas, ya sean cristianas, habían trabajado también una escritura somática. Pues no sé si era Mirabai de la India que se quemó viva mientras recitaba. Había una serie de gestos físicos asociados a esa escritura, experimentados por estas místicas que muchas veces eran místicas sin iglesia, como, por ejemplo, Hadewijch o Beatriz de Nazareth, pero que simplemente fluían en esas palabras transparentes, en ese magma de transparencia, por así decirlo.
Es un tema que me interesó porque porque cruzaba no solo a una serie de mujeres que vitalmente habían transgredido su tiempo, y ya sabes que la recuperación de voces de autoras a las que se ha ocultado, casi siempre por machismo y misoginia, es una búsqueda que atraviesa El coloquio de las perras y buena parte de mi trabajo. Pero también me interesaba por lo que me podían aportar a todas mis ideas y teorías a propósito de la lectura como acto creativo. Yo creo que leer es un acto creativo y para aprender a leer hay que aprender a narrar. Cuántas veces hemos mirado un texto y hemos dicho “no lo entiendo”. Porque para leer hay que saber narrar, hay que saber entender la lógica de esas palabras.
Si hay algo de mística en Incensurable son precisamente todos esos aprendizajes de la lectura de místicas diversas llevados a la teoría de la lectura como acto creativo y a la teoría de la creación también como magia, iluminación, casualidad. Y me gusta mucho la imagen de la Anunciación precisamente porque es como una luz que llega y te pone esa idea en el corazón con la que te vas a obsesionar y que ya nadie te puede quitar de la cabeza.
Con respecto a lo que decías sobre encontrarte con textos que al principio no entiendes, me ha recordado a la metáfora que usó Paul B. Preciado en la presentación de Dysphoria Mundi con Ernesto Castro: en ocasiones acercarte a una lectura es como llegar a un videojuego sin saber para qué sirve algo, pero vas pasando pantallas y sobre la marcha lo vas entendiendo.
Es que al final la lectura se integra al proceso de la vida. Una de las cosas que me gusta de que mi hijo juegue a videojuegos es que te enseña a fallar, o sea, a caer en game over constantemente. Y me hace mucha ilusión porque últimamente, cada vez que cae, cada vez que se rompe, cada vez que tiene que empezar de cero, no llora, no se queja. Sabe que forma parte de poder llegar a la última pantalla. ¿Cuántas veces hemos dicho “no puedo con el Ulises” o “he cerrado el Quijote porque ya no aguanto más”? O cuántas veces hemos dicho “no he podido ni pasar de la primera página de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro porque es muy complicado”. ¿Cómo no va a ser complicado si el narrador omnisciente es el propio pueblo, unas veces la tierra, otras el suelo, otras las mujeres?
Pensando en Lectrice Santos -académica, madura, precaria, que viaja en cercanías- me venía a la mente el perfil de mujer trabajadora en el ámbito cultural que dibujó Remedios Zafra en El entusiasmo.
Pues mira, no he leído Remedios Zafra, pero sí que es un referente clarísimo para todas mis amigas académicas. Yo no soy académica, pero estoy rodeada de personas que sí, como mi pareja. Y me doy cuenta de que incluso personas que trabajan allí, que parecen gente privilegiada, con la responsabilidad que tienen sobre los pensadores del futuro de nuestro país, pueden estar cobrando 1.200 euros.
El subtítulo de El entusiasmo es Precariedad y trabajo creativo en la era digital. Trata sobre la academia, pero también de edición, escritura, artes, comunicación, creación de contenido, etc.
Sí, en ese sentido he tirado mucho de ideas de Ana Pacheco, pero también de todo lo que hacen autoras como Carolina Meloni, Gabriela Wiener, etcétera, que además ponen esa dificultad extra de ser migrantes, de ser latinoamericanas. Y hay algo de la provincia, pues esta profesora es de un pueblo almeriense, del lugar más recóndito e incluso, a lo mejor, del lugar más pobre de Andalucía. Y eso también me apetecía ponerlo como valor, o como dificultad, de por qué hay que pasar por Madrid para ser alguien, por qué hay que llegar al centro de la península para que parezca que ahí hay algo prometedor.
Quería señalar esa contradicción: muchas veces la gente que tiene que pensar es la gente que no tiene un lugar para pensar, lo que es una derivación de la habitación propia. Yo creo que hay más Virginia Woolf que Nabokov en muchos de los planteamientos teóricos del libro. ¿Es suficiente la habitación propia en estos tiempos concretos? Hay mucha gente pensando sobre eso, por ejemplo Itziar Ziga con Un zulo propio.

La misma Zafra tiene Un cuarto propio conectado… En Incensurable mezclas géneros y muchas críticas lo han llamado ensayismo mágico. Pensé entonces en la reedición de La risa de la Medusa, de Hélène Cixous, y en las autoras de la écriture féminine, a menudo cuestionadas por escribir desde el yo y por permitirse lo poético en un terreno donde muchos esperan un discurso estrictamente racional, marcado por el método.
Quien más me ha influido en ese sentido ha sido Monique Wittig, que además tiene toda su práctica llevada a la teoría y viceversa, con textos literarios muy complejos, versionando El Quijote a través de una Quijote lesbiana, o a Dante, para teorizar sobre el feminismo, la política, el heteropatriarcado, etcétera. Y muchas veces parece que no se nos permite querer abarcarlo todo. Es decir, si tú estás haciendo teoría y literatura, te dicen que ni estás haciendo teoría ni estás haciendo literatura. Si tú estás escribiendo un manifiesto, como en el caso de Legacy Russell, y estás teorizando, o es un manifiesto político o es teoría, pero las cosas no pueden ser porque “no aspires a tanto”.
Y, sin embargo, luego nos flipa que James Joyce haga una novela en la que cada capítulo es distinto. Es decir, ¿a quién le permitimos transgredir? Es una pregunta bastante pertinente. En este caso, ¿a quién le permitimos gozar con la escritura? ¿Y a quién le permitimos experimentar? O sea, ¿a quién le permitimos transmitir y a quién le permitimos experimentar? Aquí vuelve Paul B. Preciado y su último libro, Dysphoria Mundi, que es como un largo poema en cierto sentido, pero al mismo tiempo un tratado filosófico tan potente que creo seguirá siendo leído en el futuro para entender el momento actual, y está publicado en la parte de narrativa de Anagrama. Muchas veces la crítica es esa: “esto ya no es filosofía”. ¿Por qué no?
A menudo se critica a estas escritoras por no contemplar todas las realidades posibles de las mujeres. Es evidente que eso no puede hacerse en un solo ensayo, y también que no se puede deslegitimar a una autora por ese motivo. Al fin y al cabo, ¿qué libro podría representar la experiencia humana en toda su diversidad?
Eso es. A una feminista se le exige que lo cuente todo, que abarque todo, que sea sorora con todas. Un tío puede no citar a ninguna mujer nunca, pero si tú solo citas a tres en vez de a cuatro, ya estás haciendo mal tu trabajo. A mí me pasó con El coloquio de las perras. Por ejemplo, el titular de la reseña de Alberto Olmos, “¿Dónde están las perras que faltan?”, que lo tengo clavado en la mente. Porque, ojo, también a mí me hizo pensar lo mismo: “este libro que yo he escrito durante un par de años de mi vida, es verdad que a lo mejor merecía una investigación más amplia, a lo mejor tenía que haberme esforzado más”. Sin embargo, fue un libro que funcionó como manifiesto y del que estoy muy orgullosa, porque la mayoría de las autoras que entonces no estaban editadas en España ahora sí lo están. Yo con eso estoy contenta.
En ese sentido, Alberto Olmos tenía razón. Yo hice un trabajo de divulgación muy veloz, no académico, en el que faltaban nombres, claro. Pero qué bien que falten, porque eso significa que todavía me queda mucho por leer y mucho por aprender. De aquella crítica un poco estúpida procuré quedarme con lo mejor. Lo que me molesta es lo otro: en vez de aceptar que tú no conoces al noventa por ciento de las autoras que presento porque no te han interesado, porque eres ese lector misógino al que apela el libro, lo que haces es decir que yo lo he hecho mal como feminista. Y eso es lo mismo que planteas con respecto a Cixous. Esta idea de que cada obra debe ser total, cerrada, en lugar de abrir otras conversaciones. Yo prefiero abrir conversaciones.

En la librería Calders, con libros de Nabokov
En Incensurable, el personaje de Viviana Flor Sombrina propone “salir a leer al escritor macho con un puto cuchillo entre los dientes”.
Pues fíjate, fue una frase ampliamente comentada en los procesos de edición porque parecía demasiado mal puesta, ¿no? Pero a mí me parece que ese lenguaje tenía que estar. Es lo que hace divertido también. Además tenía a mi Cristina Morales como referente, es decir, me apetecía introducir ese tipo de… ¿por qué una académica no puede hablar así? ¿Por qué en una conferencia no se puede decir “con un puto cuchillo entre los dientes” y que quede serio e ilustrativo y que valga más que decir “salir a criticar el patriarcado con las técnicas…”? O sea, no. Es un cuchillo entre los dientes y punto, no se puede decir de otra manera.
Y en cuanto a Viviana Flor Sombrina, es una más entre los escritores inventados que aparecen a lo largo del libro, y eso me divirtió mucho. Como entre 2009 y 2029, dentro de la ficción, no parece existir nada sobre Lolita, necesitaba crear voces que dijeran cosas que en realidad sí se han dicho durante esos años. Me interesaba esa posibilidad de inventar personajes que me permitieran salir no solo de mí misma o de Lectrice, sino también de la realidad, y así introducir un lenguaje como este.

Tanto en Incensurable como en El funeral de Lolita la curiosidad sexual de las chicas jóvenes funciona como un hilo constante, junto al juicio inmediato que se proyecta sobre ellas, especialmente en esos espacios donde no sabemos del todo qué desean, dónde empieza o termina su consentimiento o cuál es su dolor.
Yo aquí, mira, como el libro no nos muestra cómo siente Lolita, yo no puedo ponerme en su lugar, algo que procuro defender hacia el final: como no sabemos lo que siente y piensa, todo son especulaciones sobre si verdaderamente está enamorada o no, sobre si llegó a gustarle ese hombre o no, sobre si solo era curiosidad. Porque muchas veces es curiosidad, y condenar la curiosidad de una niña también tiene algo perverso, ¿no? Lo hemos visto, por ejemplo, en Los domingos, cuando ella tiene un momento de curiosidad sexual que es plenamente condenado por todas, por los familiares más feministas, por los familiares más conservadores. Y entonces para mí el dilema es: si eres una chica normal te van a juzgar hagas lo que hagas, te guste un chico o no te guste un chico, hagas lo que hagas te van a juzgar. Entonces, si tú optas por esta cosa de experimentar, la vida va a ser muy dolorosa.
El problema de lo sexual es que todo el mundo juzga muy rápido y nunca entendemos cada caso por separado. A mí una de las cosas que siempre me había interesado, pero sobre todo en la anterior novela, El funeral de Lolita, era ver cuál es el dolor de esa persona, cuál es la curiosidad de esa persona, qué siente verdaderamente una chica joven que sale con alguien mayor, a la que le gusta alguien mayor, cuáles son sus miedos, cuáles son sus gustos, cuándo se siente violentada, cuándo se siente juzgada, cuándo se siente querida. Muchas veces no nos permitimos mirarlo desde ahí.
¿Cuánto se cabreó Vox por la educación sexual a niños? Estas propuestas que hacía Irene Montero en su momento. ¿Por qué nos cabrea tanto que un niño conozca lo que significa el sexo? Yo creo que son dos cosas que están separadas aquí. Una cosa es una relación de abuso, pero también están separadas y también están juntas, porque muchas veces el abuso se produce porque, como no tenemos conciencia de qué es la sexualidad, de qué es el consentimiento, de qué es la aceptación, de qué posibilidades hay, de si eso se puede hacer o no, de si eso me gusta hacerlo o no. Como no sabemos qué hay, la ignorancia es lo primero que nos lleva también muchas veces a sufrir.
Bueno, no, todo nos lleva al sufrimiento, la vida nos lleva al sufrimiento. Pero muchas veces no saber es lo que nos lleva a aceptar cosas que a lo mejor nos están haciendo daño. Uno de los grandes problemas con este tema es que proyectamos, es decir, que si a nosotras nos ha dolido una relación pensamos que a todo el mundo le va a doler ese tipo de relación. Vuelvo a Ternura y derrota con el tema del BDSM. Hay gente que piensa que eso es denigrante, que jugar y tener roles es denigrante para la mujer. Yo creo que depende. Depende. La cuestión es si se ha elegido hacer eso o no. Para mí el problema es: ¿Lo ha elegido limpiamente o lo ha elegido forzadamente? Y ahí entra el gran debate del consentimiento, sobre el que yo no puedo decir mucho porque todavía no sé qué es el consentimiento, básicamente.
Frente a los relatos clásicos donde la violencia hacia niñas y mujeres aparece naturalizada, ¿qué introduce Lolita para que ya no podamos leerla del mismo modo?
La diferencia con los relatos anteriores a la aparición de Lolita -desde Helena de Troya hasta Caperucita o los mitos en los que Zeus ejerce la violencia desde su condición de dios- es que aquí el texto nos obliga a decidir, a preguntarnos si queremos seguir leyendo. Nabokov lo dice claramente en entrevistas: ‘Humbert Humbert es un ser inmundo’. Son sus palabras. Esa es la voluntad del autor. La pregunta entonces es si queremos formar parte de ese delirio incensurable. Y ese es, para mí, el gran cambio: el poder que Nabokov coloca en manos del lector.

Lee aquí un fragmento de Incensurable (Lumen, 2025), de Luna Miguel
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