Última llamada a escena con Irene Escolar

22 / 12 / 2025
POR Juan Marti

Irene Escolar es la guía entre bambalinas de su nueva obra, “Personas, lugares y cosas” dirigida por Pablo Messiez y que arrasa entre público y crítica.

Es una tarde nublada de finales de noviembre en Madrid. Estos meses tienen algo especial: la ciudad empieza a iluminarse, se respira un ambiente frenético y, al mismo tiempo, tierno. Llegan las fiestas, la Navidad, y aunque la ilusión a veces venga envuelta en luces y compras compulsivas, hay un entusiasmo que se cuela por las calles. Ni siquiera el frío helador que ha estado castigando Madrid estos días logra apagarlo.

A pocos minutos de que empiece la función, en el Teatro Español ya se percibe un clima de impaciencia y anticipación. La cola se agolpa en la plaza desde hace horas. Antes de que el público ocupe sus butacas, Irene Escolar me recibe y se convierte en anfitriona para guiarme por los entresijos de Personas, lugares y cosas, la obra que protagoniza, escrita por Duncan Macmillan y dirigida por Pablo Messiez.

Irene ya está preparada para salir a escena como la inestable y frenética Emma. Lleva el vestuario de su personaje: un pantalón rojo de adidas con las tres rayas laterales y un jersey de punto gris. El teatro parece su segunda casa. No es difícil entender por qué: Irene ha construido una carrera teatral extensa y respetada, participando en decenas de montajes, desde clásicos como Mariana Pineda o 50 voces de Don Juan Tenorio, hasta obras contemporáneas como El público, Vania, Blackbird, Mammón o Finlandia, trabajando con directores destacados como Àlex Rigola, Andrés Lima, Miguel del Arco o Pascal Rambert.

Su camerino está decorado con flores que le han enviado. Hay un pequeño diario, calcetines para no pasar frío, bolígrafos. Todo desprende un ambiente casi ritual, íntimo, respetuoso. Se percibe en ella una veneración profunda por el oficio, por el teatro, como si cada función fuese un acto sagrado. Irene está feliz de estar allí, y su sonrisa lo confirma en todo momento.

Los actores van entrando y saliendo de los camerinos. Algunos pican un poco de fruta, otros se dejan colocar los micros mientras comentan la jugada. Esa tarde Pablo Messiez está indispuesto. El esfuerzo previo a un estreno importante pasa factura, pero no hay nervios ni alarma: todo el equipo está preparado. El ayudante de dirección, Miguel Valentín, toma el timón con cercanía y alegría. Brays Efe consulta algún mensaje en su móvil y se saluda con Irene con un cariño evidente. Entre todos hay química. Se nota que quieren estar ahí, que creen en lo que están haciendo y que desean entregarlo al público.

Irene me conduce hasta el escenario. El patio de butacas, vacío, rojo y dorado, impone. El Teatro Español, sin público, es casi más sobrecogedor: un titán silencioso. Estar ahí arriba, bajo los focos, hace entender el peso y la responsabilidad del escenario, del público soberano que pronto ocupará cada asiento.

Irene extiende una esterilla y comienza a estirar, a hacer flexiones, a soltar el cuerpo para calmar los nervios. Uno de sus compañeros, el actor Manuell Egozkue aparece sonriente y se dirige hasta una mesa de DJ ya que no solo acompaña a Irene en esta trama, también animará al público durante el descanso pinchando unos temas. Los técnicos prueban los fondos: primero un gran ventanal, luego una tela que recorre todo el escenario y sugiere un jardín precioso. Todo va encajando poco a poco.

El resto del reparto, entre los que están Javier Ballesteros o Sonia Almarcha, se va reuniendo en escena, formando una especie de círculo, casi una hoguera improvisada. Comparten cómo ha sido su día: alguno ha ido a comer cocido, otro ha echado la siesta. Parecen una familia, o un grupo de compañeros de colegio a punto de salir de excursión. Irene escucha, observa, está presente. Tiene una palabra, un gesto, una complicidad para cada uno.

El director pone música. Todos bailan, se desahogan, sueltan tensión. Hay algo en el aire. Algo que va a suceder. Porque cada función es única: puede ser el estreno, puede ser la última de la temporada, pero siempre es especial. Cada noche cuenta, y todos lo saben.

Personas, lugares y cosas habla de las adicciones, de la identidad, de la fragilidad y la reconstrucción. Y mientras los veo ahí, juntos, antes de salir a escena, entiendo que la verdadera magia del teatro también ocurre aquí, entre bambalinas. Haber podido compartir este momento con ellos, acompañar a Irene en su casa escénica, es un regalo. Uno de esos instantes que se quedan contigo, silenciosos y luminosos, mucho después de que caiga el telón.

«Personas, lugares y cosas» hasta el 11 de enero en el Teatro Español