Ana Fontenla o cómo sortear tu tiempo en beneficio del arte

04 / 03 / 2019
POR Noelia Fariña

Julia Roberts, Isabel Pantoja o Bad Gyal son algunos de los referentes de esta versión millenial de Marina Abramovic. En sus proyectos trata temas como la precariedad, el tiempo o las redes sociales y acaba de presentar Números Vermellos, su primer obra publicada.

 

Imagen de la portada de Números Vermellos, polaroid de Mar Suárez

 
Como un soldado de la performance, así se siente Ana Fontenla (Vilagarcía de Arousa, 1992) cuando habla de su trabajo artístico. Y la metáfora tampoco es casual, porque esta artista multidisciplinar ha conseguido transformar los problemas con los que lucha a diario en el objeto de su obra: la precariedad laboral, la búsqueda de la identidad, las inseguridades propias, el feminismo o las redes sociales… Su última pieza precisamente parte de un spam en el que le recomendaban hacer concursos para aumentar su popularidad en Instagram. “¿Por qué no sortearme a mí? ¿Por qué no sortear mi tiempo? Realmente es lo único que puedo ofrecer”, pensó. Y el resultado es un proyecto en el que, mediante concursos en Internet y actividades con los usuarios que resultan ganadores, explora los límites de la realidad y la ficción que sostienen el mundo moderno. Elementos también muy presentes en su primer libro, Números Vermellos (Editorial Galaxia), un conjunto de relatos, poemas y monólogos que, mediante humor ácido y cierta nostalgia, sirven para trazar una radiografía perfecta de la juventud y todos sus tormentos.
 
 
En una entrevista Marina Abramovic cambió su definición de ‘la abuela de la performance’ por ‘guerrera de la performance‘. ¿Qué es lo que te atrae de este tipo de expresión artística y cómo te gustaría definirte?

Creo que la performance es el conducto más honesto que he conocido hasta el momento. La lucha interna constante que requiere creo que hace que Abramovic se auto defina como guerrera. No es sencillo trabajar con una misma e interiorizar que el producto con el que estás comercializando eres tú. Sin mecanismos ni filtros que lo desdibujen. Partir del yo es peligroso a la par que estimulante. Una vez que lo pruebas es difícil que quieras reconducir tu modo de hacer de otra forma. Partiendo de esa fórmula ahora mismo me siento más soldado que guerrera. Me siento más como herramienta, como instrumento. Supongo que tiene que ver con el momento que vivimos, que todo se analiza desde la distancia o proyectado desde una pantalla. La realidad es diferida, el aquí y ahora ya no es aquí si no allá, y el espacio-tiempo de cada uno lo escoge su dispositivo de teléfono móvil.

 
Has decidido convertir tu tiempo en el objeto de tu última performance. ¿Cómo surgió la idea de sortearlo en Instagram?

Recibí un spam que decía que mi Instagram era muy bonito pero que apenas tenía seguidores y me daba consejos de cómo podía mejorar mi relación con los demás usuarios. Una de esas premisas eran los sorteos. Decía que así generaría un feedback más real y directo con mis followers. Más real y directo… ¿Cuánta realidad puede haber delante de nuestras pantallas? Creo que el concepto real está más que desdibujado ahora mismo. Es hasta ridículo.

 

Retrato de Carla Souto

 
Llama la atención que ahora que tendemos a relacionarlos en un plano digital, tu propuesta sea desvirtualizar de algún modo a tus seguidores para hacer planes con ellos. ¿Qué es lo que buscas explorar con tu performance?

Siempre que comienzo a dar forma cualquier proyecto parto de la idea de que voy a perder dinero. Esta regla está muy interiorizada. Siempre me dicen, y siempre procuro decirme, que es una inversión necesaria para mi futuro y que no puede ser de otra manera porque sino no haría nada. Eso significa que siempre empiezo mis proyectos resignada. Lo que además hace que me olvide de contabilizar mi tiempo. Reduces la pérdida a la inversión material y obvias tu tiempo. Lo pierdes y desechas por elección. Cuando recibí el spam lo vi claro: ¿Por qué no sortearme a mi? ¿Por qué no sortear mi tiempo? Realmente es lo único que puedo ofrecer. Yo soy el resultado del producto que genero, así que no puede ser de otra manera.

 
Precisamente la precariedad es uno de los temas más recurrentes en tus últimos proyectos. ¿Resignación o crítica?

Las dos cosas, absolutamente. Para llevar a cabo este proyecto me dieron una beca y decidí invertirla en el desplazamiento, el material y los gastos que la actividad requiriese. Si quiero registrar realmente el hecho de sortear mi tiempo así tiene que ser. Para la última actividad de pasar 24 horas en la casa del usuario ganador sí que especifiqué que debía tener lo indispensable para no tener que salir. Pero la idea es que yo ponga todas las facilidades posibles para llevar a cabo la actividad.

 
Aunque tú estableces previamente las bases del sorteo, en realidad nunca sabes qué es lo que te puedes encontrar. ¿Te genera cierta ansiedad o preocupación?

Sí, mucha. El momento de realizar el sorteo siempre resulta muy tenso. Se trata de que se apunte el mayor número de gente posible, por lo tanto es imposible impedir que algún usuario que no sea de mi gusto participe. Pero ahí está la gracia, me gusta dejarlo en manos del azar y no poder controlarlo de ningún modo. He de decir que en muchas ocasiones es duro y me genera inseguridades. Soy bastante cuadriculada y mi zona de confort es tenerlo todo bajo control. Partiendo de que mi profesión impide que esto sea así, decidí ponerme un reto mayor, más real, y ahora sí que sí. Dejar que las cosas se hagan sin manipulación alguna, permitir que la acción se construya mediante el azar, hace que me exponga incluso más, porque lo que puede pasar en cualquier encuentro está fuera de control y eso me desbanca. Los sorteos los realizo en sortea2.com o páginas similares. El último lo hice en streaming para que los participantes pudieran ver que no está pactado ni meto mano de ningún modo.

 

Retrato de Carla Souto

 
Has realizado ya tres sorteos: una película en el cine, un paseo en bus urbano y un día entero conviviendo con el ganador en su casa. ¿Qué es lo que has extraído de tu encuentros?

Pues un poco de todo, la verdad. Hasta el momento me ha tocado gente conocida en mayor o menor grado, y eso facilita el encuentro. Aunque cuando llevas mucho tiempo sin ver a una persona y te encuentras bajo estas circunstancias a veces se dan situaciones incómodas. Algunos participantes no son conscientes del grado de implicación que requiere llevar a cabo este tipo de actividades, tanto por mi parte como por la suya. Ya me ha pasado que el usuario ganador me ponga excusas y no quiera llevar a cabo la actividad. En una de las ocasiones, las mentiras que se inventó el usuario fueron tan heavys que me dejaron absolutamente desbancada. Al final llevamos a cabo el encuentro, pero no cumplió el tiempo estipulado. No quiero desvelar demasiado porque espero que podáis verlo materializado pronto, pero ha sido una de las anécdotas más divertidas que me han pasado. La gente es maravillosa.

 
Es decir, los sorteos no son performances independientes que nacen en Instagram y terminan cuando se lleva a cabo la actividad. ¿Los estás documentando para que pasen a formar parte de una obra final?

Sí, empecé con la idea de materializar todo esto de algún modo, pero sin ninguna idea concreta en la cabeza. Así que registro los encuentros de diferentes formas, para obtener el mayor material posible. Escribo mi sensación antes del encuentro y después. Durante, hago una ficha técnica sobre la persona y sobre mí (sus características físicas, cómo va vestido…) para retratar de algún modo nuestras similitudes y diferencias. También registro las actividades de manera audiovisual. Grabo parte del encuentro y saco fotografías. Ahora también he integrado la firma de un contrato por ambas partes, donde se recoge que he llevado a cabo la actividad tal y como estaba planteada.
Al principio no sabía qué quería hacer con todo esto, si un libro, una pieza teatral o incluso un documental. Ahora que he realizado tres sorteos y he podido analizar el material registrado hasta el momento, tengo en mente hacer una conferencia performativa.

 

Ana Fontenla fotografiada por Mar Suárez

 
Muchos artistas se han empezado a revelar contra Instagram. En algunos casos, porque se ha convertido en una herramienta de medición: tantos seguidores tienes, tanto vales. ¿Cómo es tu relación con la aplicación?

Tengo dualidades morales con las redes sociales. A mí personalmente me generan mucha ansiedad. Creo que cada vez nos conocemos menos a nosotros mismos. Es muy cómodo seleccionar lo que uno quiere enseñar y ser partícipe de un escaparate perfecto y masificado. Pero también es fácil perderse, desvirtuarse, acomodarse y dejarse llevar. Por otro lado, soy consciente de que un buen manejo de éstas puede resultar positivo para movilizar tu trabajo. A mí hasta el momento no me ha funcionado, pero ése es el discurso que me venden siempre. Cuando comencé este proyecto no sabía cómo captar la atención de mis seguidores o hacer que resultase suculento para que otra gente comenzaran a seguirme y a participar de forma activa. Me hablaron de realizar una estrategia de marketing que finalmente no llevé a cabo. Mi objetivo no es ser influencer, es hacer una pieza. Le eché un pulso a Instagram y pagué por publicitar el segundo sorteo. Las publicaciones se dispararon en likes, pero no hizo que ninguna persona nueva participase en el concurso. En cambio, yo me dediqué a salir a la calle, hacer mi día a día, y cuando surgía la oportunidad, comentarle a la gente lo que estaba haciendo. Se sumaron 37 personas nuevas. Yo no tengo la fórmula desde luego, simplemente hago las cosas como puedo y como me salen.

 
Este mes también has publicado tu primer libro, Números Vermellos con la Editorial Galaxia. ¿Sigue la línea de los textos que menudo cuelgas en Instagram?

Sí. Es un sencillo de relatos, poesías, pensamientos y reflexiones que hablan sobre la crisis de la veintena, la precariedad laboral y artística, y un poco de lo que estamos hablando ahora. A veces creo que resulto repetitiva porque manifiesto lo mismo pero de formas muy distintas. En este momento es lo que me preocupa y lo que me ronda. Dentro de diez años supongo que me inquietarán otras cosas. Todo esto, con mucho humor ácido y ese punto nostálgico que ya puede percibirse en las cositas que voy subiendo a Instagram.

 
Y a la hora de llevar a cabo tus proyectos, ¿en qué te inspiras o cuales son tus referentes?

Pues podría estar hablando eternamente sobre mis referentes. De hecho, una de las ideas que tengo en mente es escribir sobre el concepto de mímesis partiendo de mis mayores obsesiones. Me inspira mucha gente y tengo referentes de todo tipo. Soy realmente obsesiva, cuando me da por una cosa, me da por una cosa. Pero pocas veces las desecho. Voy acumulando obsesiones, personajes que me cautivan y que siempre están ahí para mí: Bad Gyal, Merce Cunningham y Jhon Cage, Luis Miguel, Isabel Pantoja y Julia Roberts, Bowie, Angelica Liddel, Maria Xosé Queizán, Castelucci, Ariadna de los Punsetes, Ofelia sí, Hamlet no… El abanico es tan amplio que me ha llevado a reencontrarme con mis dos juegos favoritos. Por un lado, tengo dos amigas con las que comparto la afición de re-tratarnos como aquellos personajes que nos motivan. Julia Roberts e Isabel Pantoja son los que se me han dado mejor hasta el momento. Por otro, me encanta jugar a escoger un personaje y que éste sea el protagonista de mis relatos mínimo dos semanas (depende un poco del grado de obsesión). La de Bad Gyal está siendo bastante intensa por eso no paro de publicar relatos sobre ella en Instagram. Ahora creo que sería divertido conjugar los dos juegos y hacer una publicación de todos aquellos retratos de mis obsesiones acompañados por diez relatos partiendo de cada uno de los personajes escogidos.

 

Ana Fontenla fotografiada por Mar Suárez

 
¿A qué se debe esa predilección por Bad Gyal?

Aparte de ser obsesiva como ya dije antes, soy también muy contradictoria. Hoy pienso esto, maña-na lo otro.. y al día siguiente reniego de ambas cosas. A veces mis contradicciones se convierten en mis obsesiones. Cuando dices por activa y por pasiva de este agua no beberé y tiempo más tarde te dejas sucumbir, a veces esa tentación se convierte en obsesión. Con Bad Gyal pasó un poco eso. Cuando la conocí no me entró, no entendía su discurso. Ahora no puedo vivir sin ella. Me flipan sus letras, su personalidad, su modo de hacer y de estar. Me gusta escucharla y bailarla en cualquier momento. Mientras cocino, mientras trabajo, cuando salgo de fiesta. Pero sobre todo, me gusta cuando estoy triste y lloro. Me ha enseñado a bailar y llorar escuchando dancehall y reguetón. Ahora la tristeza es un poco menos oscura. Me ha seducido su perreo y creo que se quedará en mi abanico para siempre, al ladito de Cunningham, Bowie o los textos de la Liddel.

 
¿Qué otros proyectos tienes en mente?

Ya tengo esbozados mis dos próximos libros así que espero que esto sea un no parar.
Además, después de estar un año fuera, retomo junto a mi compañera Maria Villa nuestro grupo Bernarda, también focalizado a las artes vivas.