Hablamos con la autora sobre el equilibrio interior, el canon literario y el proceso de la escritura.
‘Un lugar seguro’ no es una biografía, ni es del todo ficción, ni son esos otros relatos que escribe Olivia. Es un ensayo en el que las ideas fluyen y se relacionan, porque es una misma mujer la que ha hecho de intersección entre tantos hechos y circunstancias, y la que produce tantos otros pensamientos y los ordena en literatura. Nos habla de esos temas que, por ser inevitables, nos obsesionan; como el habitar un cuerpo: la autopercepción, los trastornos alimenticios, la ansiedad y sus dolores físicos, su somatización… Las historias familiares, las vivencias adolescentes, la violencia del entorno. También la fascinación de existir en ese mismo cuerpo capaz de hacer al mundo disfrutable en cosas tan sencillas como dormir profundamente, comer bien o bailar; y que resiste cosas increíbles cuando lucha de nuestra mano.
Encontramos asimismo otros temas menos íntimos, más orientados a la reflexión: Teroba nos cuenta, en su prosa clara y sin tapujos, que existe la percepción de que las mujeres, sin hombres, no están acompañadas. Y sin embargo, qué difícil es imaginar esta idea cuando compartimos el día a día con nuestras amigas. Olivia incide en lo necesario de una épica femenina basada en la amistad entre chicas, con obras como Sailor Moon. Frente a la supuesta desprotección «viajaban solas» se oponen nuestros vínculos.
Con estas y otras ideas, que nos llegan desde una voz sincera y lúcida, nos conocemos a nosotrxs mismos en lo que compartíamos pero no habíamos puesto en palabras y en lo que se nos descubre como ajeno.
Existe una parte del proceso de escribir que no parece ni productiva ni interesante. En tu obra encontramos mucho material en torno a esos momentos: enfrentamientos con la languidez, la apatía, los desajustes horarios… ¿Qué importancia tiene en el producto final? ¿Qué conflictos conlleva?
La confrontación es inevitable, para mí la escritura siempre surge de alguna inconformidad: con el lenguaje, conmigo misma, con la rutina, con el entorno. Cada vez más, me doy cuenta de que los momentos de ocio y la dificultad para escribir forman parte de lo que resulta escrito. Con ello no digo que el proceso de escritura tenga que ser tortuoso o difícil. Requiere trabajo, implica adentrarse en una misma y entender los procesos propios. Implica tenernos paciencia, comprender nuestros ciclos, ajustar lo que podamos y queramos ajustar. Por ahora así funciona mi escritura, quizá cambie más adelante. Me anima saber que así como el ocio y la confusión forman parte de lo escrito, también lo hace la inactividad que implica un descanso, un alivio, encontrarme conmigo misma, aquella que conduce a momentos de lucidez.
En la novela vislumbramos un proceso de reconciliación con tu madre pasada la adolescencia, cuando vas experimentando las durezas de ser mujer y sus implicaciones. ¿Por qué nos es tan difícil ver a nuestras madres como semejantes?
Porque aprendemos un sistema jerarquizado, basado en la autoridad y la obediencia. No pensamos como comunidad, como una agrupación de personas repletas de contradicciones. Además hay un asunto de género: culpar a la madre por las expectativas que no cumple, pero creer que el padre ausente no tiene obligación alguna. No fue hasta que me enfrenté sola con el mundo que me di cuenta de todo esto; pude saber cuánto me había cuidado mi madre cuando estuve lejos de sus cuidados. Tener un techo, comida, son cosas que se dan por sentado hasta que tienes que esforzarte por llegar a fin de mes. Comprendí que mientras yo era adolescente ella estaba rebasada: estaba haciendo sola el trabajo que originalmente habían acordado hacer entre dos personas; sus redes de apoyo debilitadas por el moralismo del lugar donde crecí.
Persiste cierta idea romántica de que un autor debe alejarse de la sociedad para escribir algo verdaderamente original. En ‘Un lugar seguro’, sin embargo, dialogas con otros autores, familiares, amistades, con un potencial lector… A la luz del confinamiento, ¿cómo contemplas el aislamiento para la creatividad?
Para mí lo ideal es buscar un equilibrio: la escritura requiere abstraerse, pero tiene que mirar afuera para no dejarse enfrascar en el ego. Y viceversa: a veces es necesario apartarse del ruido del mundo para pensar mejor las cosas.
Tlaxcala es un personaje innegable en tu obra ¿Qué relaciones establecemos con los lugares que nos han visto crecer? ¿Es importante ficcionalizarlos y enunciarlos para reconciliarnos con ellos?
Depende de la historia personal de quien escribe. Hay lugares tan violentos que es imposible reconciliarse con ellos. A veces alejarse es la única alternativa para sanar. En mi caso, pude reencontrarme y reconciliarme con el lugar en donde crecí. Me ayudaron la escritura, la palabra, el tiempo. Sin duda, en cualquiera de los casos es importante enunciar: es el primer paso para decidir cómo narrar esa historia para una misma.
‘Un lugar seguro’ hace alusión no necesariamente a un espacio físico sino a un equilibrio interior que es capaz de tolerar el caos exterior. ¿Puede ese trabajo interno ser productivo y duradero en un entorno que “requiere formas de violencia que desprotegen la vida al darle prioridad al capital”?
Es un estado de atención al que se debe volver cada tanto. En mi caso, vuelvo a cuestionarme mi manera de estar en el mundo mediante la escritura. Hay otras maneras: pintar, cantar, bailar, caminar, una charla extensa y relajada, todo aquello que nos aparta de la lógica de producción.
Tu libro es una colección de ensayos que nos conducen entre anécdotas, reflexiones y relatos cotidianos. ¿Dónde encuentran sus límites el recuerdo y la ficción? ¿Pueden ser separados?
Son límites muy difusos y que sirven para clasificar la escritura: ordenar los libros por estantes en las librerías, en asignaturas o festivales literarios. Es decir, sirven a quien lee los libros. Pero al momento de escribir, cuando se escribe algo autobiográfico sin duda se inventa un personaje, un tono; la sinceridad es una construcción. Y cuando se escribe un cuento o una novela se utiliza, en mayor o menor medida, la experiencia propia. A veces en la escritura puede ser útil pensar lo que se hace dentro de un género literario. Pero no siempre cabrá la escritura en estas definiciones.
Hay una gran presencia en la obra de cuestiones en torno al canon literario: dónde inscribirse como mujer, sobre si es necesario para no desaparecer… Y también hay un pequeño canon propio, autorxs a lxs que honras sea citándolxs o rebatiéndolxs. ¿Es necesario tener ese ‘canon’ propio como punto de partida?
Creo que es muy útil ante la abundancia de la letra impresa y digital; además contribuye a conocerse a una misma. ¿Cuáles son nuestros intereses, nuestras inquietudes? ¿Qué autoras y autores sentimos que dialogan con nosotres? ¿Cuáles fueron sus lecturas? Creo que esto permite ir tejiendo una red de intertextos que pase por distintas disciplinas artísticas y que siempre será muy personal. Es una manera de descentralizar lo que entendemos como canon actualmente: las lecturas que las instituciones educativas nos obligan leer y que obedecen a una forma muy cerrada de ver la literatura.
Está en el aire la pregunta de si es necesario formar un nuevo canon. ¿Podría incluir escrituras disidentes, grupos minoritarios? ¿Es posible pensarlo como una lista de libros abierta, dispuesta a integrar a autoras cuya obra antes fue omitida por la historia? ¿Pensar que puede cambiar por regiones, por comunidades? Mientras comprendemos si el concepto de canon puede adaptarse a todo esto, mi idea es ir planteando caminos propios, que en varios puntos coincidirán con otras personas y así irán generando diálogos.
En pos de un espacio literario que incluya a escritoras como tú, que sea también «un lugar seguro»: Recomiéndanos otra obra tuya, una obra de una amiga y una obra de alguien que desearías haber conocido.
Una obra mía: Pequeñas manifestaciones de luz, mi nuevo libro de cuentos.
De una amiga: El reino de lo no lineal, de Elisa Díaz Castelo.
De alguien que desearía haber conocido: El libro de la almohada, de Sei Shonagon.
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