Isla Feral: una nueva isla creativa en el Raval

Barcelona suma un nuevo territorio independiente a su mapa cultural. Se llama Isla Feral y acaba de abrir en el Raval como un espacio híbrido donde arte, diseño floral y upcycling conviven sin jerarquías ni límites claros.

El proyecto está impulsado por el artista Nicasio Torres y Javier Meneses, empresario y socio fundador de espacios ya míticos de la noche barcelonesa como el bar Manchester o el Candy Darling. Juntos proponen algo más que un local: una posición desde la que crear, mostrar y estar en la ciudad.

Isla Feral funciona, precisamente, como eso que su nombre sugiere: una isla dentro del entramado urbano. Un lugar propio, con reglas propias, desde el que ensayar otras formas de hacer lejos de lo domesticado. Aquí lo artístico no se presenta como objeto cerrado, sino como proceso vivo, permeable y en constante transformación. Con la apertura del espacio llega también una nueva colección de Nicasio Torres. El artista retoma su práctica de intervención sobre prendas vintage, que se convierten en superficies pictóricas cargadas de memoria. Ropa que ya tuvo otra vida y que ahora se ofrece como campo de juego: manchas, gestos y capas de materia que no esconden su origen ni su proceso.

Bajo la idea de lo feral, el trabajo plantea una tensión clara y deliberada: lo doméstico se vuelve salvaje y lo salvaje se resiste a ser domesticado. No hay correcciones ni pulido final. El gesto permanece visible, la huella del hacer se mantiene intacta. Cada prenda conserva el rastro de lo que fue y de lo que está siendo. La colección se presenta junto a un grupo de amigues, reforzando la idea de comunidad como parte esencial del proyecto. Una de esas “islas” que se generan dentro de la gran ciudad: pequeñas junglas con dinámicas propias, donde el juego, el deseo y la libertad ocupan el centro. Isla Feral no solo como espacio físico, sino como actitud y como refugio.

Las imágenes, firmadas por Raúl Hidalgo con estilismos de Jordi Gálvez, acompañan esta mirada sin artificios. La cámara apuesta por lo directo, sin retoques ni construcciones excesivas. Más allá de las prendas, el foco está en la presencia, en la forma de habitar el cuerpo y el espacio, en esa belleza que aparece cuando no se intenta domesticar nada.

En un momento en el que la ciudad parece cada vez más homogénea, Isla Feral emerge como un gesto de resistencia suave pero firme: un lugar donde lo imperfecto, lo salvaje y lo afectivo no solo tienen cabida, sino que son el centro del discurso.