Las flores, eternas musas del arte

27 / 08 / 2018
POR Paula Martíns

William Morris, Manet o Georgia O´Keeffe, entre otros, las han representado vivas o marchitas, en conjunto o solitarias. El lenguaje floral siempre ha sido foco de mirada para los artistas.

 
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Las rosas de Heliogábalo, Lawrence Alma-Tadema, 1988.

 
La amapola de noviembre a orillas de Támesis o en la zona trasera de Horse Guards. En las chaquetas de los hombres y mujeres trajeados que corren con prisa para llegar puntuales al trabajo. En las cestas de las estaciones del metro de Londres…La rosa en los puestos del 17 de abril de las Ramblas de Barcelona. Escondida entre las páginas de un libro viejo que va a ser regalado o como decoración de los bares de la ciudad. El muguete en los desfiles de mayo en Francia, en las fiestas populares de cada ciudad o en las floristerías locales a pie de calle.

La flor no produce sólamente semillas, sino que además, también es epicentro de muchos de los ámbitos que conforman la vida humana. Los países conocidos por sus tradiciones florales son innumerables y sus costumbres y tendencias han conquistado ámbitos tan importantes como la religión, la vida personal o la cultura ¿La fuente de inspiración? Su estética. Desde sus colores y formas hasta el número de pétalos fueron manantial de reflexiones. Como consecuencia de ello, el significado de las mismas es más amplio que el de un abanico y cada una de sus características guarda mensajes encriptados desde el comienzo de la historia.

 

La flor de loto en Egipto

 

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Collar del faraón egipcio Tuntankamón.

 

Pero si hay un sector en el que han tenido – y siguen teniendo- gran influencia ha sido el campo artístico. Inspiraron a grandes pintores que plasmaron su belleza dotándola siempre de su propio lenguaje. Ya en el comienzo de la pintura y las representaciones gráficas, el Sol era representado con la figura de la flor de loto en Egipto. Adornaba objetos y símbolo de amuleto por lo que también se colocaron físicamente en accesorios y complementos.

Sin ir más lejos, muchos de los objetos encontrados en la tumba de Tuntankamón estaban compuestos por flores. El collar por ejemplo fue diseñado con lino teñido y flores cortadas. Además, en numerosas de las representaciones pictóricas de los dioses y personalidades egipcias aparecen guiños al loto como fuente de luz y existencia.

 

La pureza del arte cristiano

 

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La virgen del clavel, Leonardo da Vinci, 1470.

 

En arte floral y la religión siempre han guardado estrecha relación. Los claveles rojos se asociaban a la diosa griega Hera, erótica y fértil pero fue con los retratos de la Virgen María cuando esta flor adquirió el significado de castidad y pureza. El cambio de denotación siempre oscila según las épocas, personajes y artistas. Es muy típico preguntar a personas sobre una determinada flor y recibir respuestas completamente opuestas ¿Por qué? Las flores, del mismo modo que nacen, adquieren un concepto que con el paso del tiempo, madura, cambia y termina marchitándose.

 

El arte vital en Holanda

 

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Naturaleza muerta con ramo y cráneo, Adriaen van Utrecht, 1642.

 

Precisamente sobre esta última etapa, la de desgaste vital le gustaba pintar a los holandeses que en el siglo XVII comenzaron a divagar sobre la fugacidad de la vida. Hasta el momento las calaveras y los relojes de arena representaron esta idea pero fueron ellos quienes introdujeron las flores marchitas como símbolo de muerte.
Por el contrario, las flores frescas, eran emblema de poder y honor a la naturaleza. Y aunque eran expertos en representar todo su curso, las escenas de Vanitas fueron emblemas en figurar otra noción: la pausa o la congelación del tiempo. En ellas era común ver representaciones de ramos de flores cargados para simbolizar la vida eterna.

 

La moda del la botánica 

 

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Una de las ilustraciones de Delineations of Exotick Plants, Franz Bauer 1790.

 

Un siglo más tarde, aparecieron en escena las ilustraciones botánicas. Fue el médico griego Krateus quién comenzó a dibujar estas plantas gracias al saber adquirido en sus experimentos científicos. Todo se crea y se recrea por lo que los medievales y renacentistas tomaron nota y continuaron el legado. Aún así la edad de oro de la botánica fue el centenar de años que se comprende entre el 1750 y 1850. En esta fecha Joseph Banks y Pierre Joseph Redoutévia fueron dos apasionados de la botánica que viajaron por el mundo y adquirieron tanto conocimiento floral que parte de la historia se conoce por su trabajo e investigación.

 

Los mensajes secretos en la era victoriana

 

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Ophelia,John Everett Millais, 1852.

 

Sus descubrimientos fueron bien aprovechados durante la era victoriana. El mandato de la Reina Victoria limitó los estándares de etiqueta afectando a la comunicación entre la clase alta de Inglaterra. Para poder establecer y cuidar las relaciones, la sociedad tuvo que idear una alternativa y la encontró en las flores. Fueron el medio transmisor de mensajes secretos y de indirectas de toda índole: amistad, filtreo o vergüenza. Eran el medio ideal para que la comunicación fluyera.
El plan era tan ingenioso que tenía que ser plasmado en libros por lo que la floriografía y su lenguaje se popularizó y comenzó a formar parte de las estanterías de las librerías y bibliotecas acompañada siempre de grandes ilustraciones.
De este modo, siguiendo la misma línea e idea los prerafaelitos abrazaron en sus pinturas el escondido simbolismo botánico.
Aunque si hay que hablar de una figura en concreto, William Morris se lleva premio. Diferente al resto, celebraba la naturaleza en cada una de sus obras. Aves, flores, plantas se mezclaban con colores estampados en azulejos, textiles y en murales ¿Sus flores favoritas? las amapolas, las vides, los crisantemos y los girasoles.

 

Las flores en escenas y objetos cotidianos

 

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Una joven entre flores, Manet, 1979.

 

Un siglo después, los realistas y, sobre todo, los impresionistas optaron por recrear escenas y objetos cotidianos en sus lienzos. Manet es el mejor ejemplo de esta tendencia. El francés dio protagonismo a los bodegones y creó 16 lienzos sobre ramos de flores y objetos personales que sus amigos le regalaron cuando él estaba enfermo. En esta época las flores formaban parte del interior de los artistas. Representaban su pensamiento, su personalidad y su forma de ver la vida hasta el punto de que -al igual que Manet– los post-impresionistas también plasmaron flores que se encontraban en su día a día.

 

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Los girasoles, Van Gogh, 1988.

 

Con este pensamiento probablemente Van Gogh pintó sus girasoles. Tras la visita de Paul Gaugin a su casa, creó una serie de pinturas con grandes girasoles amarillos como protagonistas para decorar la habitación del artista. El éxito de sus girasoles fue tan grande que Van Gogh se tomó el derecho esta flor bajo el lema “el girasol es mío”.

 

Observación, naturaleza y modernismo

 

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Lirio blanco nº7, Georgia O´Keeffe, 1957.

 

Pero hablar de flores a día de hoy, es sin duda, hablar de Georgia O´Keeffe. Reconocida como la madre del modernismo americano, pintó paisajes de Nuevo Mexico, rascacielos de Nueva York y, por supuesto, flores. Las observaba con detenimiento y cada lienzo representaba un estudio basado en la fertilidad y la vida vegetal.

 

Pop art floral

 

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Flores, 1964, Andy Warhol.

 

También el propio Warhol encontró su inspiración en la botánica. El rey del pop art publicó en un ejemplar de la revista Modern Photography de 1964 una serie de serigrafías en technicolor tituladas Flores (muy polémica por cierto porque dicen que usó fotografías de Caulfield).

 

Performances florales e invasión del espacio público

 

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Puppy, Jeff Kons, 1992.

 

Desde el Egipto hasta día de hoy. Las flores siempre están presentes. En las calles, en la ropa, en los libros, en los cuadros y en las esculturas. Sí, estas últimas comenzaron a llenarse de flores cuando Wolfgang Laib decidió crear en 1970 instalaciones hechas completamente de polen. No sólo él, también Jeff Koons debutó en 1992 con el diseño de Puppy ¿lo conoces? Es el nombre de la escultura canina de raza West Highland Terrier que se encuentra frente al Guggenheim de Bilbao. Hecho de acero y recubierto con una alfombra de más de 60,000 plantas, tiene 43 pies de altura.