Moda y mujeres: una historia de explotación que nunca termina

02 / 08 / 2021
POR África Poveda

¿Sabías que, a pesar de que la moda es una industria multimillonaria, las trabajadoras de la confección ganan menos de 2 euros al día? ¿O que el 98% de ellas no pueden pagar las necesidades básicas, como una alimentación adecuada, un refugio o atención médica?

Foto: Frauke Thielking

Es fácil averiguar dónde se hacen nuestras camisetas, vaqueros y vestidos. Basta con mirar la etiqueta: made in Bangladés, India, Vietnam, Pakistán, China o Camboya. Aunque sea simplemente una etiqueta, todos intuimos lo que se esconde detrás. La mayoría de las mujeres que confeccionan estas prendas no reciben un salario justo. ¡Un abrigo por 30 euros o un vestido por 19 euros! ¿Cómo es posible si no han llegado las rebajas? ¿En qué condiciones laborales se habrán fabricado para que sean tan baratos?

Las mujeres, literalmente, hacen moda. Hasta el 90% de la mano de obra del sector textil son mujeres (Labor ‘Behind the Label Org.’) Las trabajadoras de las fábricas textiles viven generalmente en el desarraigo social y familiar, lo que las hace vulnerables a la explotación. Muchas de ellas, incluso de la misma familia, acaban trabajando juntas porque son reclutadas según estrategias definidas en bolsas de pobreza y miseria social.

Pero eso no es todo. ¿Sabías que a pesar de que la moda es una industria multimillonaria, las trabajadoras de la confección ganan menos de 2 euros al día?, ¿o que el 98% de ellas no pueden pagar las necesidades básicas, como una alimentación adecuada, un refugio o atención médica? Incluso muchas trabajan de 14 a 16 horas al día para llegar a fin de mes (Sustain Your Style) ⁠y además 1 de cada 3 sufre acoso sexual en el lugar de trabajo. Por eso, la próxima vez que veas una gran marca vendiéndote merchandising «feminista», debes recordar la dura realidad que viven todas aquellas que hacen esas prendas.

⁠Lo peor, es que la atención se la damos a unas y hacemos oídos sordos con otras. Las marcas son capaces de pagar miles y miles de dólares a las famosas influencers para que publiciten sus prendas en las redes sociales. En la otra cara de la moneda se encuentran todas aquellas mujeres que trabajan para la misma marca y aun así no ganan ni un dólar por hora, ¿Cómo es posible que un trabajador textil de Bangladesh gana 0,32 dólares mientras que grandes fortunas como Kylie Jenner alcancen los 986.000 dólares por publicación en Instagram? Para que un trabajador promedio en esas condiciones gane la misma cantidad que Kylie en un solo post, tendrían que pasar 855 años. Si las marcas pueden pagar millonadas a los influencers, también podrían pagar un sueldo justo a sus trabajadores.

A veces los cambios son difíciles, se necesita tiempo para comenzar a ver los primeros resultados. Sin embargo, esta situación puede mejorar más fácilmente de lo que se cree si las grandes industrias textiles dejasen de mirar a otro lado. Una investigación realizada por Deloitte para ‘Oxfam Australia‘ reveló que, generalmente, el 3% del precio de una prenda de moda rápida vendida en Australia se destina a los salarios de los trabajadores de la confección, lo que resulta en explotación. ¿La peor parte? A las marcas les costaría muy poco cambiar eso. Para ponerlo en perspectiva, si estas marcas aumentaran el precio de venta de cada prenda en solo un 1%, les daría a los trabajadores un salario digno. Eso es agregar 10 centavos a una camiseta de 10 €. Increíble pero cierto.

Hora de comer en Seduno, bajo un techo de chapa.

Por otro lado, lo económico es importante, pero la seguridad y la salud lo es mucho más. Y, aun así, las mujeres no son protegidas en sus puestos de trabajo. Es una realidad que gran parte de ellas trabajan bajo el deterioro de la infraestructura y la poca adecuación para que sea un lugar de trabajo con condiciones óptimas. Todo ello trae en muchas ocasiones consecuencias como enfermedades respiratorias además de padecimiento como estrés laboral, agotamiento físico extremo, depresión, ansiedad, entre otras.

Ya pudimos verlo en el desastre de Rana Plaza que mató a 1132 trabajadores de la confección. No se debió simplemente a la inestabilidad física, sino que tuvo mucho más que ver con las estructuras inestables y las desigualdades económicas entre los trabajadores y la gerencia en la industria de la moda rápida.

No olvidarnos tampoco del acoso sexual y la discriminación por embarazo que hace de este trabajo aún más denigrante para la mujer, pues llega a interferirse en su vida sexual para saber si se está embarazada, y en tal caso, son despedidas.

Manifestación en Bangladesh

Podemos buscar mil culpables a problemas como este, pero la realidad es que solo hay uno: el patriarcado capitalista que deja a las mujeres en un segundo plano. Por ende, el desarrollo de la mujer que vamos viendo en nuestro día a día en el ámbito laboral no ha sido un derecho concedido, sino peleado por nuestras ancestras. Sabiendo todo esto, es fácil ver a las mujeres de la moda como víctimas sin voz. Por ello, es de vital importancia reconocer el sistema misógino, injusto y racista que es la moda en muchas ocasiones, al igual que tener en cuenta que estas mujeres tienen la clave para un cambio.

Ellas son la razón por la que se está produciendo ese cambio. Es hora de seguir peleando. Es hora de no mirar hacia otro lado, de centrarnos en cómo apoyarlas, escucharlas y asociarnos con ellas de forma activa. De darles la voz que llevan dentro. De empezar a mirar la moda desde otro punto de vista, de dejar de ser cómplices para convertirnos en el motor de la transformación hacia unas mejores condiciones. Debemos ser conscientes de que nuestras decisiones de compra no sólo nos afectan a nosotros, sino también, afectan la vida de millones de mujeres que trabajan en la industria.

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