A Alicia Padrón se le da bien opinar

18 / 05 / 2017
POR Pablo Gandía

De puntos de vista distintos y críticas, a favor o en contra, es de lo que va esta charla con una madrileña que se mueve en tres terrenos a veces complementarios: el estilismo, la dirección de arte y el asesoramiento de marcas. Si le hiciese escoger solo una opción ella misma sufriría una crisis parecida a la de Hamlet y Ofelia, y no me gustaría meterla en ese compromiso. O tal vez sí.

 

Foto: Adrià Cañameras

 
 

En tu perfil de Instagram tocas varios aspectos de la moda, pero siempre desde una perspectiva irónica y humorística. ¿Necesitas quitarle seriedad al asunto?

De alguna manera sí. Y para mí todo eso empieza desde cómo llamo a mi profesión. En mi perfil no pongo ni que soy estilista, ni consultora, ni directora de arte, sino que lo describo como fashion nothing, porque muchas veces la manera con la que uno describe su trabajo es una carta de presentación totalmente absurda. Yo empiezo desde cero diciendo que no soy nada en el mundo de la moda (se ríe), y a partir de ahí saco todas esas ironías que has visto, que tienen que ver con lo absurdo del sector.

 

Entonces es una decisión personal.

Bueno, yo creo que al final la ironía va con tu propia personalidad. Todavía no nos conocemos mucho, pero ya verás que no es nada forzado ni impuesto sobre mí misma. Ya de por sí soy una persona que utiliza la ironía en el día a día, o sea, que me sale de forma natural prácticamente.

 

En realidad la fórmula del humor es la mejor manera de llegar al espectador/lector/consumidor: tanto al que es un amante de la ropa como al típico que la ve banal. Y Cara Delevingne sabe de lo que hablamos.

Pero eso no solo ocurre en la moda, ocurre en casi todos los ámbitos creativos, incluso en el propio sentido de la vida. Al final la ironía es con lo que mejor llegas a la gente, y al final es un acto generosamente inteligente, eso está claro. También es verdad que desde los años cincuenta, toda esa seriedad de la moda, de Dior y Balenciaga, como que se ha ido destruyendo. O sea, desde Franco Moschino, que empezó a hacer diseños con muchísimo color, inspirados en objetos cotidianos, hasta día de hoy, que cada vez se utiliza más la ironía en todas las profesiones, no solo en el diseño. O sea, desde fotógrafos como Roe Ethridge o Charlotte Wales, o parodias en las redes sociales como las que hace diariamente Michel Gaubert, hasta revistas que per se su línea editorial es casi un 90% humor, como puede ser, por ejemplo, Novembre, Refigural o Buffalo Zine. La ironía es una fórmula que funciona y que se está explotando, y es verdad eso que dices de Cara Delevingne, pero lo que creo es que no hay que explotarla demasiado, porque al final, el que se está riendo todo el día de sí mismo, luego llora por las noches en su casa. Y eso es así, y Cara es uno de esos ejemplos que se ha reído mucho de sí misma y luego resulta que la pobre tenía una enfermedad ¿no? Otro ejemplo es Arévalo, un humorista de toda la vida, que siempre ha dicho que él hacía chistes, pero que en su interior estaba profundamente deprimido por las desgracias que le habían pasado en su vida. Entonces, como conclusión, sí, hay que utilizar la ironía, pero desde un punto de vista como bastante comedido para que sea real y creíble.

 

Ahora que mencionas a los cómicos, Buenafuente contó que estando en París con un amigo, en una tienda de antigüedades, se encontró a Karl Lagerfeld y le preguntó dónde podía conseguir un uniforme de camarero como el suyo. Parece que la moda se ha vuelto un objeto de comicidad incluso en círculos que ni siquiera nos podríamos imaginar ¿no?

Totalmente. Ahora ha evolucionado y desde dentro ya no se tiene miedo al error ni a sacar una mala foto. Se ha roto, digamos, ese miedo al ridículo. La imperfección es ahora la perfección. Hasta en temas de estilismo, el ponerse algo mal, aposta, el abrocharse los botones de una forma incorrecta, es más perfecto que lo contrario, lo cual creo que es positivo.

 

También puede pasar que la exageración sea tan extrema que se corra el riesgo de hacer el ridículo de verdad, de decir “más que vestirse, nos estamos disfrazando”.

Hombre, está claro que es una tendencia y una etapa en la moda (se ríe). Volveremos a esa seriedad y frialdad nórdica que se vivía antes, eso seguro.

 

Todo este tema del humor choca con otra realidad opuesta, que es la del egocentrismo de muchos profesionales que se creen que están cambiando el mundo. Y uno piensa “tranquilos, al final estamos hablando de ropa, no estáis salvando vidas, ni paliando el hambre, ni protegiendo el hielo de la Antártida”.

Mira, en realidad aquí yo opino todo lo contrario. Me parece genial que cada uno en su trabajo se crea Dios. Esa emoción y esa seriedad que da uno a su trabajo es precisamente lo que hace avanzar al mundo, lo que hace que el humano crezca. Y eso es lo que pienso. Es verdad que aunque te creas Dios y aunque pienses que tu trabajo es increíble, también hay que saber escuchar a los demás y beber de otras fuentes que no sean la moda. Lo que me pasa a mí, que supongo que te pasará a ti también, es que al final nuestros amigos se dedican casi todos a lo mismo, y las conversaciones giran entorno a los temas de siempre. Sería mucho más enriquecedor e interesante si tuviéramos un amigo matemático, un arquitecto, un profesor y alguien que se dedicara, no sé, a la ecología. Pero claro, al final eso es una utopía, porque aunque no nos demos cuenta, todos nos juntamos un poco por nuestros intereses profesionales.

 

Foto: Adam Katz Sinding

 

El otro día, en un debate sobre caprichos, hubo alguien que defendía la bolsa de Balenciaga, la que parece una copia de Mercadona, no la de Ikea. Él decía que eso era creatividad, puro arte, una provocación del director creativo. Y otro opinaba que vender una bolsa por 2000 euros o chanclas de plástico con florecitas por 900, como las de Prada, le parecía un insulto al cliente. ¿Tú qué opinas? ¿De qué lado estás?

Es difícil posicionarse (se ríe). Esto es como la pregunta de “¿qué es mejor, comprarse unas sandalias hechas en China, por una marca de retail, que probablemente contaminen más pero tú te gastas menos, o comprarse las de Balenciaga que cuestan 6000 euros, cuando en realidad podrías invertir 5000 en una ONG ecologista?”. O sea, no hay que posicionarse, porque no hay ni ángeles ni demonios. Pero lo que sí que pienso es que al final, ese producto del que estás hablando, esa bolsa o esa chancla, viene acompañada de otras propiedades que son las que le dan valor ¿no? Esto es como cuando te preguntas si un vaso lleno de agua es arte o no, y bueno, es arte en el momento en que tú lo expones en una galería y hay un comprador que está interesado. O como el váter de Duchamp, es un poco todo lo que envuelve el objeto y el tener los huevos de exponer ese váter como arte. Y con el bolso de Balenciaga pues pasa lo mismo, es decir, probablemente ese bolso está producido en Europa, está bajo una firma que tiene una historia impecable y se ha hecho una campaña con la mejor fotógrafa del mundo ¿sabes? Y se vende a ese precio porque tiene un valor de producción y un valor de marca, entonces, claro, yo creo en ese producto.

 

Casi me has convencido. Solo falta que hablemos de los medios. En las redes sociales se critica que las portadas de los periódicos nacionales lleven el nombre de los bancos que les subvencionan, y en las revistas de moda ocurre algo parecido: muchas de ellas reciben ingresos por publicidad de las grandes corporaciones textiles, y a la mínima de cambio cubren cualquier evento o colección, por ejemplo, de Inditex o Mango. ¿Qué credibilidad tienen estos medios cuando luego se ponen a hablar de sostenibilidad y de la importancia de no copiar y “ser uno mismo”?

Esto, uf, es complicado, es complicado porque no solo pasa en las revistas, al final pasa incluso con el propio consumidor. Conozco muchísimos casos de jóvenes diseñadores que con un discurso en contra de la copia son los primeros que compran fast fashion. O sea, es como que al final todo tiene un nivel de hipocresía. Pero es inviable. Si te fijas, hasta las marcas que se venden como totalmente responsables con el medio ambiente, como pueden ser Vivienne Westwood o Stella McCartney, están contaminando. Vale, sí, producen de una forma ecológica, pero ¿cuál sería la fórmula más ecológica de que existieran? El no existir precisamente, porque al final eres una marca y estás consumiendo, y estás haciendo que la gente consuma. Es casi imposible salirse de este sistema capitalista. La única forma de salir de ahí es la autosuficiencia, pero tampoco, porque en realidad es una utopía. Hace poco me leí un libro de John Seymour sobre cómo vivir en el campo y ser autosuficiente, y oye, necesitas combustible. ¿De dónde lo sacas si no tienes ingresos? O sea, que al final, todos, yo me incluyo, somos un poco hipócritas, y entiendo que los medios tengan que sobrevivir siendo hipócritas. Pero debemos tener cierta responsabilidad y bajar el nivel de hipocresía lo máximo posible. Y también debemos seguir confiando en que las marcas del fast fashion vayan cambiando poco a poco, y que todas esas colecciones cápsula que están haciendo eco (lo entrecomilla con los dedos) se instauren más en las corporaciones.

 

Foto: Adam Katz Sinding

 

Otra de tus facetas es la del asesoramiento de firmas. ¿En qué circunstancias una marca se ve en la situación de pedir consejo o ayuda a terceros?

Pues mira, yo lo he vivido desde dentro de una empresa y desde fuera, y te puedo explicar cómo se vive en los dos casos. Está claro que, al final, el que trabaja dentro de una empresa es el más especialista y el que mejor conoce la corporación, pero precisamente el conocer tanto la empresa hace que te acotes y tu creatividad se sobrecorporativice de alguna manera. Es muy fácil coger vicios o estancarte en la comodidad que te has creado con tus compañeros o tus jefes, y en ese momento siempre es bueno que venga personal externo, ya sean consultores, estilistas, fotógrafos o diseñadores. Y es bueno, primero, porque normalmente no tienen miedo a fallar o hacer el ridículo, y después, porque siempre trabajan con otras empresas o medios editoriales, lo cual es enriquecedor en el ámbito creativo. Y al personal interno eso le sirve como una masterclass. Cuando viene alguien nuevo te fijas en cómo trabaja esa persona, en cómo presenta sus ideas, en cómo habla.

 

¿El asesoramiento es una cosa de marcas pequeñas que están empezando o también de grandes?

De todas. De hecho, lo que yo he vivido normalmente es de grandes. A las que más les cuesta pedir ayuda externa son las empresas más familiares. Las que llevan ya años de experiencia y tienen una estructura potente, las que conocen el sistema, son las que saben que este asesoramiento les va a funcionar.

 

Hay muchas firmas que son como el Gobierno: cada cierto tiempo van cambiando de equipo directivo y olvidan lo que han aportado los de antes. Hay temporadas, renovaciones, fichajes, despidos, años en los que ganan y años en los que se pierde, justo como un equipo de fútbol. Supongo que ahí es cuando más consejo se necesita.

Bueno, es que creo que no tiene que ver una cosa con la otra. Esto de lo que hablas, los cambios de directores creativos, se debe más a la crisis de la moda en la que estamos ahora. El hecho de que haya cuatro temporadas y no dos, y que el mundo online propicie esa mentalidad de “lo veo, lo quiero”, es lo que ha hecho que se necesite cambiar constantemente para que el consumidor no se canse de la marca. Para que no se agote. Pero veo que estos cambios son diferentes al asesoramiento; una cosa es muy global y la otra mucho más interna.

 

Piénsalo bien: ¿cuál es la mejor idea que le has dado a una empresa?

Qué difícil es esto (se ríe y lo analiza durante un par de minutos). Hay algo que sí que comento últimamente, que es que cambien. Precisamente que cambien de colaboradores, incluso conmigo, aunque me esté tirando piedras a mi propio tejado. Y aunque trabajen con fotógrafos externos, estilistas o consultants, que no dejen de cambiar, porque al final cualquier creativo, sea externo o interno, se estanca de alguna manera. Nos pasa a todos, es algo humano.