Miranda Makaroff tiene una respuesta para tu pregunta

10 / 02 / 2017
POR Pablo Gandía

“En la época del Fotolog solo quería ser guay, y ahora no es que me arrepienta de haber querido serlo, pero ya va siendo hora de apreciar otro tipo de cosas”

 
1. Miranda Makaroff. Pablo Gandía. Vein. 2017

Resulta imposible conocer a Miranda Makaroff (Barcelona, 1984) y no pensar en todas las palabras que las revistas utilizan para resumir a las que van sobradas de seguidores. Ya sabéis, instagramer, influencer o it girl. Los tres básicos que nunca fallan. Pero por esta vez me he propuesto hacer el esfuerzo de no caer en ningún tópico. Como recompensa, la catalana ha decidido invitarme a su casa de Lavapiés, un segundo sin ascensor, con cama de matrimonio, paredes rosa y una línea de muebles inspirada en el grupo Memphis de los ochenta. Para qué pedir más. El resto lo pone su anfitriona. Ella es quien se deja la cama por hacer, la que prefiere lavar los platos un pelín más tarde, o la que no pierde la costumbre de sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas, a pesar de sus treinta y dos tacos. No me hace falta mucho tiempo para entender por qué quería que hiciésemos la entrevista por escrito: se expresa con un caos absoluto, casi esquizofrénico, y la mayoría de las veces piensa después de hablar. Vamos, una joya para cualquier periodista. Aunque antes de ponerse a opinar a la ligera me confiesa que su propósito de 2017 es no juzgar a la gente. “Estaría bien que lo comentases”. También aclara que no sabe si lo conseguirá, aunque al menos lo está intentado. Démosle una oportunidad. “Espera, antes de empezar, ¿podrías preguntarme qué es lo primero que hago cuando me despierto?”.

Venga, por qué no. Cuéntame.

Vale, antes te hubiera respondido que la primera cosa que hacía era abrir el móvil y mirar los mails, Instagram y tal. Ahora, desde que vi un vídeo de Suzanne Powell, que es una tía que explica cosas de la vida en general, lo que hago es dar las gracias por estar viva. Doy gracias por tener todo en mi cuerpo: los dedos, las uñas, el pelo, las cejas… me digo a mí misma “vale, vale, mazo gracias”, y envío esa sensación al universo. Pero eso lo hago cuando me acuerdo, no todos los días, un 80% quizás. Y te juro que desde que lo hago, la vida me va un poco mejor. Luego, a veces, me despierto como una loca diciendo “ay payo, los likeeees” (risas).

Hace meses le enseñé a mi madre un Instagram stories tuyo en el que salías bailando a primera hora de la mañana, arrastrándote por el suelo y jugando a destapar tu cuerpo. Ella te tachó de loca. ¿Cómo le explicarías a una mujer de 60 o 70 años tu exhibicionismo?

Es que no me lo había planteado como exhibicionismo. Pero mira, cuando me levanto bailo en casa, y de hecho, bailo por todos lados. En el metro y en el supermercado bailo, y si me dejaran, bailaría el triple, pero claro, me corto porque digo “hostia, van a pensar que estoy loca”, y me da palo esa sensación, ¿sabes? Bailar es algo súper sano que se lo recomiendo a tu madre y a tu abuela, porque es una liberación y una especie de vitamina para el cuerpo. Y el tema de enseñar mi día a día, ¿por qué no transmitir a la gente las ganas de disfrutar? Para mí la vida es diversión, y ya sé que uno lo puede descontextualizar y pensar “bueno, también hay que asumir responsabilidades”. Pues sí, pero asúmelas divirtiéndote, trabaja divirtiéndote, vete a hacer la compra divirtiéndote. En el momento en que te lo dejas de pasar bien, todo pierde el sentido. Y esto, que parece de coña, de libro de autoayuda happy, se puede analizar de manera sería y madura.

¿Y cómo le explicarías a esa misma mujer que enseñar los pechos, en el siglo XXI, en plena era de Internet, sigue siendo un tabú?

Pues es que yo creo que para ella también es un tabú, ¿no? Pero a ver, todos venimos de una mujer que está en un momento de pureza y dolor, y salimos desnudos. O sea, el médico, cuando te saca, te ve la picha y el culo. Lo raro es nacer tapado. Luego, inmediatamente, nos obligan a ir vestidos. Pero cuando estás en la playa desnuda, y el sol te toca las tetitas, te da un gustazo enorme. ¿Cómo puede ser que eso sea lo raro?

En otro Instagram stories dijiste que tu reto consiste en comer saludable. Pues bien, preparaste un puré verde, que tenía un aspecto bastante vomitivo, y tu pareja te obligó a probarlo en directo. Al final optaste por hacerte unos espaguetis al pesto. ¿Crees que el tema healthy y fit se nos está yendo de las manos?

Buf, creo que no. Yo soy súper fan de todo lo orgánico y ecológico, porque me sienta mucho mejor que un arroz SOS, por ejemplo. Imagínate unas naranjas que las recoge un señor en su huerto y luego las vende en una tienda súper pequeña. ¡No tiene ni punto de comparación! Si tú te compras una tableta de chocolate Nestlé, te comerás una tableta hecha por máquinas. ¿Te crees que la gente de todas esas marcas les importa que tú estés bien? ¡Lo único que quieren es ganar dinero! No les interesa que tú seas feliz; es todo mentira. Yo creo mucho en las energías, y si me como un chocolate de Perú producido artesanalmente, lo recibo de otra manera.

Pero todos hemos ido al McDonald’s de madrugada. Y quien diga que no, miente.

¡No! Para que yo entrase al McDonald’s me tendrían que pagar un millón de euros, porque al igual me como eso. Me lo comía cuando tenía quince años, que iba a un sitio de Barcelona que se llamaba Pokin’s. ¡Todos los teenagers íbamos allí! No teníamos ni idea. Pero mi madre siempre ha comprado carne ecológica, y en mi casa siempre comemos verduras y arroz con lentejas. Es aburridísimo, la verdad, pero te sienta mazo bien.

Cuando se habla de la obsesión por la comida saludable, suelo relacionarla con la obsesión por el gimnasio. Y fíjate, en enero me apunté a un low cost, y aquello, más bien, parecía el escenario de una película de ciencia ficción.

(Risas). Yo no soy nada fan de los gimnasios, porque me guío mucho por los sitios con color.Y en los
gimnasios todo es gris, las máquinas y las paredes son grises, y no hay luz natural. De hecho, donde yo he sido más feliz es en los sitios de yoga de Los Ángeles, que no tienen nada que ver con los locales pochos de España. Allí los saben decorar bien, están llenos de plantas, ¡son bonitos! Y a mí las cosas me entran por los ojos. No me gusta que me rodee la tecnología, me gustan las cosas antiguas, una madera vintage, un mueble con actitud y carácter.

¿Te pone la gente ciclada?

¿Estás de coña? Uf, cero. No me gustan ni los looks que lleva la gente para ir al gimnasio, ni los leggins de correr. No me inspira nada el look runner. Me gusta mucho más… ¿Alguna vez has visto los vídeos de Jane Fonda de los ochenta? Te los pones en el saloncito de tu casa, gratis, sin pagar, y haces “uh, ah, uh, ah” (mueve los brazos como si fuese una profesora de fitness). Todo es color pastel, neón, la gente baila, suda, y la música es increíble. Te lo recomiendo.

Pues yo creo que un gimnasio sería el sitio ideal para hacer un desfile de Chanel. O uno de Miranda for Lydia. Imagínate todo gris y de repente los modelos vestidos con muchísimos colores.

Ya, pero yo preferiría hacerlo en un jardín botánico lleno de flores. O sea, dame flores, dame naturaleza, dame un castillo antiguo. ¡Eso me hace vibrar! A mí me encierras en un gimnasio con el gris y todas las pantallas, y te juro que la palmo en menos de dos días.
 
2. Miranda Makaroff. Pablo Gandía. Vein. 2017
 
Una vez hablaste de la ambición desmedida de muchos personajes de la moda, que les ha llevado a hacer el ridículo en televisión. Todos sabíamos a qué personajes te referías, y entre ellos había gente cercana a ti. ¿Por qué crees que se han dejado llevar?

Porque es una especie de tren en el que todo el mundo está como subido. Hace igual tres años yo también pensaba que lo mejor que me podía pasar era salir en un programa de esos, pero me he dado cuenta de que el trasfondo no es nada positivo. Nadie tiene la intención de ayudar a nadie; todo se basa en el dinero. Y ocurre especialmente en España. Imagínate en París: si tú sales en un programa de telebasura, nadie te pone luego en un desfile de Chanel. Vamos, al igual. Pero aquí la gente es tan garrula y los de las marcas, a veces, pobrecitos… (Se da cuenta de que está incumpliendo su propósito del 2017 e intenta corregirse a si misma). Tampoco me gusta señalar, porque cada uno hace lo que puede en la vida. Y si la gente no lo hace mejor es porque no sabe. Yo, por ejemplo, meto la pata todo el rato, y hago lecciones de mierda. Pero molaría que los que están detrás de las productoras tuvieran un poco de cojones y de bondad para hacer programas guays, de cultura, que molaran y educaran a la gente. Lo tenemos todo, en España hay mazo talento, solo que se piensa demasiado en la ambición y el dinero, en vez de hacer cosas bonitas.

¿No te gustaría que te diesen un programa para que contaras tus historias? ¿O un reality?

Bueno, el reality show ya me lo monto yo misma en Instagram, pero por qué no, ¡me encantaría! Aunque soy muy tocacojones. En los curros que me salen, por ejemplo una campaña de no sé qué, yo elijo el fotógrafo, el maquillador y me hago los estilismos. Porque si te descuidas, te metes en un carro lleno de mediocridad, y al final te vas a casa con la sensación de que te han liado.

Para que nos vayamos entendiendo: vistes como te da la gana porque te importa poco lo que los demás opinen de ti, pero también porque te gusta que la gente se gire cuando te ve por la calle. Te mola dar esa imagen de excéntrica, ¿verdad?

¡Mazo! Es que yo, lo de pasar desapercibida, no lo puedo entender. ¿Por qué? Si lo guay es que te miren, y mirar. Yo voy por la calle, observo a la gente y me doy cuenta de que todo el mundo viste igual. (Echa un vistazo por la ventana). Y de repente veo a una señora, que ha salido de su casa de Lavapiés, pero que lleva un lookazo que flipas. Y se ha puesto pendientes, un fular, se ha maquillado, y se lo ha currado. Y me paro y le digo “olé señora, vaya lookazo, está usted guapísima”. Y me provoca algo. Es como en el arte, ¿no? Tú quieres provocar, generar reacciones. Si vas a un museo y todos los cuadros son negros, grises y marrones, pues para eso te quedas en tu casa viendo la pantalla de la tele apagada. Así de simple. Para mí el vestir es un arte, y me encantaría ir por la calle y que te pasase un poco como en Nueva York, París o Londres, que la gente te provoca sensaciones, normalmente buenas. Es divertido, es amusante. ¿Se dice así? Amusi, amusing, amusoa, como se diga (risas). Bueno, tú me entiendes.

¿Qué les dirías a los que piensan que eres una niña de papá? Porque los hay, y no pocos.

Pues que seguramente sí que sea una niña de papá. ¿Qué tiene de malo? He sido hija única hasta los veintipico, me han mimado mazo, cosa que es una putada, porque luego, cuando he salido de la cáscara, la vida misma ya me ha puesto en mi lugar, tranqui. De hecho, es mucho mejor que no te mimen, pero dentro de la escala del mimar, tampoco me han mimado tanto. La gente se guía solo por lo que ve desde fuera, pero las cosas de dentro de casa nadie las sabe, que son las que te curten. Mi padre era un rockandrollero argentino, que se lo pasaba en grande por ahí, pero no se lo echo en cara ni nada. Era un vividor. Y mi madre viene de una familia de clase media; una currante que se levanta cada día a las cinco de la mañana, trabaja incluso los domingos, y está ahí siempre onfire. No se ha vendido al mainstream; hace cosas súper artesanales, y eso no te creas que da mucha pasta.

¿Cómo ha cambiado la Miranda de ahora a la que aparecía en Fotolog?

Buf, yo te digo que si no hubiera tenido esta movida de la piel (dermatitis atópica), que me ha hecho preguntarme qué hago aquí, qué son las enfermedades, qué es la muerte, la vida, el trabajo, la ambición, el porqué de todo, ahora sería subnormal perdida. Y gracias a Dios que he tenido la enfermedad. Yo creo que he dejado de ser superficial hace un año, aunque ha sido un proceso realmente. En la época del Fotolog yo solo quería ser guay, y ahora no es que me arrepienta de haber querido serlo, pero ya va siendo hora de apreciar otro tipo de cosas. Para mí es importante que en la vida te ocurra algo malo, porque eso es lo que luego te hace molar el triple. (Se queda varios segundo pensando). No sé si te he respondido a lo que me has preguntado.