Anna Castillo: de profesión, referente

25 / 04 / 2018
POR Pablo Gandía

“Me da miedo lo que puedan llegar a decir de una actriz en los despachos. Pero tampoco me quita el sueño”

 

 
Ni los vídeos de YouTube recogiendo el Goya, ni las historias virales de Instagram con su gato Capitán. Para entender la dimensión de Anna Castillo (Barcelona, 1993) solo hace falta sumar las veces que ha actuado en un mismo escenario sin que el público se cansara. Echad cuentas: mínimo dos funciones por semana, durante tres años, en el Teatro Lara de Madrid. Las cifras no engañan: estamos ante un animal interpretativo que sabe cómo convencer, ya sea en forma de adolescente rebelde en un campamento religioso, de nieta ejemplar o de un estereotipo tan perpetuado como el de camarera y aspirante a actriz. “Aunque todo esto me sale un poco de manera natural”, reconoce. “Imagino mucho cómo es el personaje, qué le pasa, cómo lo siente. Intento entender de dónde viene. Y a partir de ahí me monto una película en mi cabeza. Pero no tengo las herramientas como otros actores; no he estudiado interpretación. Cuando un papel sale bien, que no siempre ocurre, es más por intuición que por otra cosa”.
 
Oye, ¿y del 1 al 10 cuán exigente eres contigo misma?

¿Del 1 al 10? Pues igual un 8. Aunque soy mucho más exigente cuando veo el resultado que cuando estoy actuando.

¿En qué crees que has mejorado?

Pues… en conocerme mejor como actriz, sin duda. Y eso te da conciencia de tu posición, de qué tienes y qué te falta, que es bastante. Y sobre todo, en lo que he mejorado mucho es en saber estar encima de un escenario, que eso es algo que yo no sabía. Pero después de tres años haciendo La Llamada noto muchísimo el cambio; te das cuenta de que el escenario se tiene que currar desde arriba, por muchos cursos de teatro que hagas.
 


 
También te habrá aportado algo como mujer, imagino.

Bueno, he aprendido cosas que están bien y cosillas que son un poco más feas. He aprendido que para que te valoren tienes que ser el doble de buena, a veces. Y sobre todo cuando eres joven. Igual con 50 años pues, no sé, tienes una carrera que te avala, que te respalda, con la que puedes defenderte. Pero con mi edad estás sola ante el peligro, y eso significa que tienes que currar muchísimo más para que te escuchen.

El otro día vi una entrevista que le hicieron a Marlon Brando en los setenta. Él decía que todos actuamos en cierta medida ¿no? Actuamos para salvar nuestras vidas. Actuamos, por ejemplo, cuando mentimos o trabajamos de cara al público, o para no salirnos de nuestras casillas cuando nos enfadamos. ¿Qué opinas?

Estoy de acuerdo, lo que pasa es que… O sea, para mí es mucho más difícil actuar en la vida que en una película, porque cuando actúas en la vida real te la juegas de verdad. La interpretación, a lo que me dedico, es un juego para mí, y es una forma de escape. Suena como un poco intenso, como el típico discurso de actor, pero yo lo vivo así. Luego está la presión, las responsabilidades, el querer hacerlo bien, todo eso; pero de base, yo lo disfruto mucho. En la vida te la juegas, y yo actúo fatal, sobre todo por eso, porque me la juego. Pero sí, claro, hay grandes actores por ahí que no saben que lo son, que si se subiesen a un escenario seguro que lo harían fenomenal.

Queda claro que si alguien te ve por la calle se cruzará con Anna Castillo, la verdadera. Ahora quiero que me digas si estoy equivocado. Mi sensación, después de haberte visto actuar y de lo poco que he hablado contigo, es que has aprendido, siempre desde el respeto, a no tomarte demasiado en serio tu profesión.

Hombre, me la tomo muy en serio, porque me gustaría vivir de ella toda la vida. Pero es verdad que no quiero que esta profesión me haga daño. Y de momento lo intento. Quiero decir, sin fustigarme, sin presionarme. O sea, las críticas, la responsabilidad y la presión vienen de fuera todo el rato, y a veces por cosas que para mí no son importantes. Pero lo que intento, por lo menos, es no ponerme yo esas losas encima. Y de momento creo que lo consigo, porque no estoy sufriendo. También sé que habrá situaciones en las que todo esto será inevitable. A ver qué pasa entonces.

Parece que en el fondo hay algo que te preocupa.

Vaya (se ríe y se toma su tiempo en responder). A mí me preocupa que en esta industria, y en esta profesión, la gente que decide muchas veces decida más por una imagen, o un número de seguidores en Instagram, o por lo que podría sacar de una persona más como producto que como actor. Eso me preocupa, porque creo que desvaloriza un poco la profesión. Y no sé, de repente me da miedo pensar lo que se puede hablar de una actriz o un actor en los despachos. De repente me da miedo pensar en eso, imaginarlo. Pero tampoco me quita el sueño. Confío en que todo esto va a cambiar. Confío en que de repente llegará gente nueva y hará las cosas distintas.
 

 

Luego hay otra realidad, y es que a los actores se os trata como a dioses del Olimpo. Para bien y para mal. Y creo que tanta idealización, a la larga, se os ha vuelto en contra.

Sí, claro, sobre todo porque muchas veces te dicen “eres un referente para no sé quién”. Y ya ves tú que yo no soy ninguna estrella de Hollywood. Entonces piensas “dios mío, ¿y yo por qué tengo que ser eso?”. Yo no quiero que nadie se fije en mí. O sea, lo agradezco, pero es que yo la cago todo el rato, imagínate. Todo esto me pone en una posición que me asusta, y sé que no estoy a la altura, y tampoco quiero estarlo. Creo que las redes sociales… ¿me vas a preguntar si ayudan a humanizar?

No lo tenía en mente, la verdad.

Vale, vale (se ríe).

Pero sí, es lo que tú dices. A los actores muchas veces se os adjudica una responsabilidad que no os corresponde. Que estéis siempre expuestos no significa que seáis un ejemplo. De hecho, Daniel Radcliffe lo decía en una entrevista, que él iba a seguir haciendo su vida, y si eso implicaba estar en la calle fumando o bebiendo, no iba a cortarse, porque su tarea no era la de educar a los fans.

Y tiene razón. No puedo estar más de acuerdo con él.
 

 



Fotos: Daniel de Jorge