¿Quién es Txema Yeste?

14 / 12 / 2016
POR Pablo Gandía

Lanzar esta pregunta en una revista de moda puede resultar irónico, y más aún cuando se trata de uno de los fotógrafos más internacionales de nuestro país. Pero hagamos una prueba: ¿cuántos de vosotros sabríais identificar, al menos, tres de sus imágenes icónicas?

 
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“Oye, si puedes, intenta arreglar alguna de las cosas que he dicho, que ya sabes que lo de expresarse en palabras no es lo mío”. No hace falta que lo reconozca; en sus más de diez años de trayectoria, este catalán apenas ha concedido una entrevista en la que se haya mojado de verdad. ¿Digno de admirar? Pues sí, especialmente en una época en la que todos lo sabemos casi todo (o creemos saberlo) de una industria que compite con la del fútbol y la música en materia de interés mediático. Pero al otro lado del teléfono, a Txema esto le suena más bien a chino, así que no nos pongamos sociológicos ahora, por favor. Vayamos a lo que realmente importa: la rutina de sacar fotos antes de convertirse en fotógrafo. “En mi familia nunca ha habido nadie que se dedicara al arte. Todo vino por una necesidad de crear un mundo que pudiera, pues no sé, tenerlo para mí. Y manipularlo, darle forma…al final es un juego bastante psicológico”, resume. “Un juego que siempre tiene que desarrollarse de manera orgánica”. Dicho así, la cosa parece bastante fácil, pero ha olvidado mencionar un pequeño detalle: a la hora de construir una imagen, no todo depende del fotógrafo. “Hombre, si lo que quieres es una historia a pleno sol, en una playa paradisíaca, y te vas a la otra punta del mundo para hacerla, y encima está lloviendo a mares, pues no te voy a mentir: es una putada. La sensación que te viene es como de pérdida, pero a la vez aparece una nueva cosa que, oye, también tiene su rollo”.

¿Haces fotos cuando no trabajas?

No. La verdad es que fotografías de mi vida personal no hago muchas, reconozco que en eso soy un poco vago (risas). Sí que hago alguna que otra en días especiales, pero no es una cosa compulsiva. Me da la sensación de que cuando estoy con la familia y cojo la cámara, hay un vínculo ahí que me evade, y en esos momentos prefiero estar presente.

Dicen que tu carrera comenzó en los periódicos y dominicales. ¿Cuándo te mudaste a la moda?

Es una larga historia. Yo empecé en Londres haciendo un work experiencie en The Independent, allí publiqué mis primeras fotos. Luego me vine a España, a El País Semanal, y cuando terminé el servicio social en Barcelona (una alternativa para los que no comulgaban con los principios de la mili) volví a Inglaterra. En aquel momento estaba empezando una revista que se llamaba Punk, no sé si te suena. El chico que la iba a editar había visto un reportaje mío de una familia magrebí, y me lo publicó en el primer número. También empecé a colaborar con Neo2, allí en Madrid; lo que pasa es que al principio todo lo que yo hacía tenía un enfoque social, porque mi idea era la de ser reportero, no fotógrafo de moda. Y entonces me llamaron de Magnum diciéndome que les interesaba un proyecto que estaba desarrollando sobre gente en movimiento, de travellers del siglo XXI. Querían que preparase un book y me presentara en sus oficinas; aquello era la ilusión de mi vida. Imagínate: Magnum, en París. ¡Lo más! ¿Qué había hecho yo para merecer eso? (risas). Y la desilusión fue total, porque para entrar allí primero te tienen que aceptar todos los fotógrafos de Magnum, y el que vio mi trabajo era un fotógrafo de guerra, clásico, en blanco y negro, de toda la vida. Ojo, un fotógrafo que admiro totalmente. Pero claro, le horroricé; lo mío era todo color, con flash, sobre cosas del día a día, mundanas, nada excepcional. Me dijo que cambiara mi estilo fotográfico y que volviera al cabo de cuatro años (risas). Ese día prometí que me dedicaría a otra cosa, y poco a poco empecé a meterme en el mundo de la moda.

¿Recuerdas tú último reportaje?

¿El último? Creo que fue, si no me equivoco, uno que hice para El País Semanal sobre la inmigración. Me fui con John Carlin a viajar por toda España; estuvimos tres meses conociendo a muchísima gente. Lo recuerdo como una experiencia muy entrañable. (El reportaje se publicó el 21 de noviembre de 1999 y pasó a la historia, entre otras cosas, por evidenciar que John Carlin se merecía más que nunca el Premio Ortega y Gasset).

¿Sabías que iba a ser el último?

No, porque ya te digo: todo fue muy poco a poco. Después de lo que pasó en Magnum aún seguí haciendo reportajes, pero yo ya me iba decantando más por lo otro. Mi carrera ha sido muy de hormiguita.

Pasaste de ser testigo de situaciones políticas, económicas y sociales, que no dependían de ti, a enfrentarte a escenarios en los que tú debías de ser el director, el que provocase las reacciones de los protagonistas. ¿Cómo gestionaste todo eso?

Pues muy mal (risas). No fue fácil pasar de ser autónomo en tu propio trabajo, de decir “bueno, pues hoy me levanto, veo una foto y la hago. O mañana no me apetece hacer fotos”, a de repente tener que lidiar con una cosa mucho más esquemática y preparada. Lo único bueno es que el reportaje siempre ha sido mucho de comunicarse con la gente, de ganarse su confianza, y eso me ayudó a relacionarme con estos nuevos equipos y a explicarles lo que quería hacer. Aún así era un desastre; no entendía los códigos y mi noción de la moda dejaba bastante que desear. Pero lo recuerdo como algo fascinante. Cada historia era como un descubrimiento.

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Imagino que cuando empezaste a trabajar en Nueva York, París y Londres, tu posición como fotógrafo alcanzó otra categoría. ¿En algún momento sentiste que la mirada de los demás hacia tu trabajo había cambiado?

Pues no, no he sido consciente de eso. O sea, sí que me he dado cuenta a largo plazo, pero no en un momento concreto. (Piensa varios segundos en lo que ha dicho). Bueno, una vez que publicas en Vogue París te elevas a un estatus diferente, pero vaya, no volvieron a llamarme, así que aquello fue una subida y bajada exprés (risas).

En una entrevista dijiste que aspiras a crear imágenes que todo el mundo recuerde. ¿Sigues intentándolo?

¡Claro! Siempre, en cada historia, me gusta conseguir al menos una imagen que resuma todo ese trabajo que hay detrás. Para mí es lo más importante. A veces la consigo, y otras veces no. Pero esa es la idea.

Tu trabajo te obliga a viajar casi todas las semanas del año. ¿Cómo consigues relajarte entre tanto avión?

Mira, una de las cosas que han hecho que mi evolución sea más lenta dentro del mundo de la moda, es el seguir viviendo en España. Pero gracias a eso he conseguido una estabilidad que nunca encontraría cerca del meollo, como puede ser Londres, París o Nueva York. Entonces, mi vida fuera de la fotografía no tiene una relación directa con la moda. No voy a fiestas. O sea, sí que voy, pero no es mi modus operandi, ¿entiendes? Vivo en un entorno artístico que me relaja, y volver a casa siempre es como volver a la paz. Esto ha sonado muy cursi (risas).

Muchos fotógrafos coinciden en que la lectura les ayuda a evadirse. ¿Hay algún libro que te inspire? Vale, ahora soy yo el que ha sonado cursi. Quedamos en empate.

(Risas). Pues hay un libro al que le tengo mucho aprecio. Se llama Diálogo con la fotografía; es bastante antiguo, me lo compré en Inglaterra cuando estudiaba allí. Me gusta releerlo porque aparecen muchos de los grandes hablando de su trabajo, de su manera de vivir. Bueno, en realidad, de cómo viven la fotografía. Échale una ojeada, te lo recomiendo.

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Txema Yeste