A medio camino entre el amor y el pensamiento, la obra de Simone Weil brilla con una radicalidad diferente a la de cualquier otro sistema de pensamiento del siglo XX. Hoy, nos acercamos a algunas de sus posturas más interesante.
Nacida en París, Simone Weil (1909-1943) fue una de las filósofas más originales del siglo XX. Pese a su relevancia y reconocimiento, la mayoría de sus ideas mantienen una especie de anonimato en el imaginario filosófico popular. Hoy queremos acercar algunas de sus reflexiones, entrelazadas con su propia vida y su sentir, para quien quiera conocer más de cerca un pensamiento tan interesante como es el suyo.
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Una vida marcada por el compromiso ético
Quizás la anécdota que mejor refleje su pensamiento social y político fue la que protagonizó cuando conoció a Simone de Beauvoir. En su primera charla, Weil sostuvo que era necesario un sistema político que hiciese desaparecer el hambre en el mundo, a lo que Simone respondió que las personas no buscan la felicidad, sino un sentido para su vida. Eso es que usted nunca ha pasado hambre, le respondió Weil.
Marcada por la acción directa, por su simpatía por el movimiento obrero y por el sindicalismo, y por una visión materialista de la realidad, Weil se alistó como brigadista en la Guerra Civil Española, trabajó en fábricas y recogiendo patatas para acercarse más a los problemas de la clase obrera, llegando a experimentar en su piel la alienación moderna en una de las fábricas de Renault. Y compartiendo, como profesora de liceo, su sueldo con los desempleados de la zona.
De alguna forma, Weil era un ejemplo vivo de la conocida frase de Ortega y Gasset de “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, tampoco me salvo a mí”. Ese compromiso con su realidad fue algo que marcaría siempre su filosofía.
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Misticismo francés del siglo XX
Weil escribió que el ser humano es una planta, pero que sus raíces están en el cielo, y que debe dirigirse a la luz, a lo que garantiza su crecimiento. La religiosidad formaba parte de su imaginario y de su filosofía, consiguiendo así dotarla de una curiosa profundidad.
Ella entendía su pensamiento de una forma dualista, entre lo divino y lo terreno, entre Dios y lo humano. Recuperando, en cierta medida, el Mundo de las Ideas de Platón. Ella dividía la realidad entre un mundo “de arriba” y uno “de abajo”. Y todo cuanto vemos, todo cuanto configura lo que nos rodea, es el metaxú. Un concepto griego antiguo que tiene que ver con un puente, con algo que une. Lo que nos relaciona con lo divino es, precisamente, el mundo. Y es en este donde se refleja lo divino.
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La falta es lo que define el mundo
Una de las frases más emblemáticas de Weil es la que reza “la realidad se nos hace presente por la ausencia”. Es la falta, la desaparición, lo que hace patentes las cosas, lo que involucra su existencia. La filósofa lo utiliza también como un argumento para hablar acerca de la existencia de Dios. Este no se mide por sus actos, sino por sus ausencias. En el vacío que deja es donde mejor se puede explicar su existencia.
Puede parecer paradójico, pero es algo que podemos encontrar en nuestras vidas de una manera muy sencilla: basta con perder algo para darse cuenta de que estaba ahí. De eso hablaba Weil.
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Una necesidad de pertenecer a algo
Sus primeros trabajos fueron sobre Descartes y la razón de ser de la ciencia. Estaba movida por un fuerte deseo filosófico de pensar la verdad, de entender dónde se encontraba la luz. Por eso, para ella el pasado y el arraigo eran esenciales: hay que mirar atrás para encontrar estructuras, ideas o narrativas prologadas que escapen de los deseos o de los afectos más inmediatos. Hace falta distancia para hacer una foto de conjunto.
“Solo el pasado, cuando no lo fabricamos de nuevo, es realidad pura”. Es lo que nos relaciona con lo eterno, lo que nos sitúa en el mundo. La memoria histórica que nos conecta con la verdad. Lo importante del pasado, entonces, es que es también una luz que arrojamos al futuro, para orientarnos y encontrar en él el camino por el que seguir. Se puede resumir en algo tan sencillo como que, quien no entiende de dónde viene, tampoco logrará ver a dónde va.
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Una necesaria vuelta a la atención
La teoría de la atención de Weil es, sin lugar a dudas, uno de los aspectos a los que mayor utilidad podemos arrancar en la actualidad. Hay un ejercicio budista que consiste en permanecer plenamente consciente de todos los movimientos del cuerpo durante unos minutos. Se trata de algo muy difícil, porque hasta abrir una puerta es casi un infierno. En seguida aparecen los movimientos involuntarios y automáticos que reflejan el hecho de que no controlamos nuestro cuerpo tanto como quisiéramos hacerlo.
Weil consideraba que la atención es casi un tipo de rezo, una fuerza beatífica que puede, también, dirigir y mejorar el pensamiento. La atención es un arma que sirve para alcanzar otros objetivos. Weil lo define como “enseñar a pescar”. Educar la atención es permanecer abierto al mundo, a su realidad y a la verdad que pueda sugerir. Un pensamiento más que necesario en un mundo cada vez más rápido y acelerado. Más distante y desconectado.
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