Ana Arsuaga, voz y cuerpo tras Verde Prato, nos habla de su último disco grabado en Roma, del paisaje como sonido, de belleza, rabia y libertad.
Ana Arsuaga nació en Tolosa en 1994. Además de flotar en los escenarios como Verde Prato pinta paisajes a la altura de su voz. Su último trabajo Bizitza Eztia, o Dolce Vita, ha visto la luz en Roma, un disco electrónico que plantea un ideal que perseguir. Ana comparte con nosotras algunas imágenes de su cotidiano y de cómo consigue llevar el paisaje al plano sonoro.
Una cosa que se me pasó preguntarte en la videollamada y que me parece que se queda corto en otras fuentes ¿de dónde y por qué Verde Prato?
Tenía que darle nombre al proyecto y no quería que en el nombre se reflejase si era una chica, un chico, una banda… y Verde Prato era un cuento antiguo italiano del que mi madre hizo una adaptación teatral (ha dirigido por muchos años el taller municipal de teatro del pueblo) y estaba el cartel en casa, y siempre me había llamado la atención el nombre, así que se lo puse, me pareció que sugería algo bonito un prado verde… En el cuento, además, la princesa era la que iba a salvar al príncipe, así que me pareció bien también, jaja
Después de tiempo fuera formándote como artista, decides volver a Tolosa, tu lugar de origen. Esta reconexión está inspirando tu trabajo, pero además para ti es importante el paisaje, el punk, el folk, la belleza, el amor, la libertad, lo colectivo o cualquier vivencia por la que quieras indagar…Con esta amalgama, ¿cómo es luego el proceso de componer? ¿Cuáles son las ideas que te llegan más claras, así como imágenes que puedan terminar generando una pieza?
Creo que en general suelo empezar casi por describir una imagen de un momento o un sentimiento concreto, y después la misma canción (porque la letra es lo último que hago normalmente) termina por ponerle el tono, entonces desarrollo la letra según lo que me pide ese carácter particular de la canción. Si la canción transmite paz, pues terminaré hablando de qué me da paz, o cuándo la he sentido, por ejemplo (como en Un sol claro). Por otro lado, a veces quiero hablar de algo específico, así que decido el tono en el que lo quiero hablar y compongo con esa idea en la cabeza, aunque aún no haya una letra concreta (como en Niña Soñando, o Neskaren Kanta…)
Estudiaste Bellas Artes y además de música también has hecho pintura, entre esas pinturas hay algún paisaje?
Sí, claro. Hay cielos, campos… algunos los utilicé en el arte de los discos Kondaira Eder Hura y de Jaikiera.
¿Cuál fue el último paisaje que viste y que no quieres olvidar?
Pues me gusta ir al monte, y hace poco estuve en un lado de Aralar que no había estado, y es todo precioso allí, así que supongo que elijo ese.
¿Qué encuentras en la música que no encuentras en otros formatos artísticos?
Un contacto me parece más directo con la gente, más accesible de alguna manera. Por otro lado, hacer música tiene una conexión muy especial con el cuerpo que me atrae mucho, como que te guste o no lo que escuchas, siempre te mueve dentro, te afecta.
Eres virgo con ascendente en virgo, el trabajo seguro no te provoca reparo, de hecho cuando hablamos estabas en una oficina. Además de artista ¿a qué otras cosas te dedicas?
La música y las artes en general ya sabemos lo precarizadas que están, así que claro, siempre curro de otras cosas. Desde pintar casas con mi padre, que eso lo que más suelo hacer, a sustituir una baja de administrativa en una oficina, o lo que surja en el momento. También escribo una columna quincenal en el periódico Berria sobre música, hago talleres, algún podcast… esto último ya se relaciona más con mi práctica, aunque sea.
Pero ya desde el comienzo tenías claro que ibas a dedicarte a algo relacionado con el arte. ¿Cómo resumirías el proceso de construirte como artista? ¿Qué crees que has adquirido en la última década, o lustro, que ves que antes te faltase? Algo que te afiance y te de seguridad.
Al final yo creo que te vas conociendo más, te fías más de ti misma y no necesitas tanto la aprobación externa, diría. También me parece que el arte me ha ayudado a construir una especie de castillo interior, como un refugio, que me ha salvado de muchas cosas, si te soy sincera. Y por otro lado, a través de disfrutar y recrear la belleza, siempre he sentido tanto placer, que desde pequeña lo he perseguido!
Tu voz llega a lugares que la música mainstream apenas explora, pero en esos sondeos generas piezas que lo rebasan. ¿Qué has tenido que hacer para llegar hasta ahí? ¿Cúal ha sido el entrenamiento y cómo lo mantienes?
Creo que en esto de no tener prejuicios y mezclar diferentes géneros o cualquier cosa que se me ocurra, me ha ayudado el hecho de que nunca me he sentido erudita ni experta en conocimientos musicales. Aquí ser mujer también me ha hecho vivir un poco aislada este tema, no tenía un grupo de amigas con las que hablar de qué música nos gustaba, o qué bajista queríamos ser. Mis amigos chicos que luego han estado en bandas, han tenido una especie de universo en común del que hablar, o que imitar. En ese sentido, esa falta, en principio, siento que me ha hecho más libre, y me ha servido también, para ir encontrando a mi manera, mi propio lenguaje musical.
Mi formación, por otro lado, en solfeo y piano, tampoco siento que me conectara en ese momento con la creatividad y el placer que he mencionado antes, pero la música en sí y cantar por mi cuenta sí lo hacía, y después en bandas, juguetear con los teclados, etc. también, así que mantengo ese juego y ese disfrute cuando creo, o eso intento.
En qué te has inspirado para tu último trabajo. ¿Quiénes han estado trabajando contigo?
He trabajado el disco con Donato Dozzy, así que es un disco electrónico, con más capas. La inspiración es la dulzura, el erotismo, la naturaleza, el amor, pero también temas más colectivos, el feminismo, la libertad, diversidad… También hay rabia y hartazgo, pero todo desde plantear un ideal que perseguir, por eso se llama Bizitza Eztia, o Dolce Vita, La dulce vida, haciendo ese guiño al estereotipo italiano, ya que es un disco grabado en Roma.
¿Alguna artista a la que llevarías a Tolosa y luego a cenar?
A Kim Gordon.
Un vestido que tenga una historia detrás.
Marfisa Design me prestó un vestido, por medio de Myriam Lizarralde, la estilista con la que suelo trabajar, para tocar en Roma, con Donato Dozzy pinchando previamente. El concierto era en unos jardines de unas Villas Romanas donde había esculturas, cipreses… el cliché italiano. El estilismo era ideal; un vestido con una foto del torso de una escultura, pero se me veía el culo, porque me quedaba pequeño. Por suerte, llevaba en sí mismo una falda añadida como muy voluptuosa. Todo blanco. Mis tacones se clavaban en el barro del jardín, y temía que la falda se iba a manchar también en ese entorno, pero se hizo lo que se pudo, y la tensión solo fue interna, no me quedé clavada en el barro, ni me vieron el culo.