Con donaciones masivas empantanamos a un continente que no tiene cómo absorber nuestra basura.
«La ropa del blanco muerto», así es como llaman en las ciudades africanas a la ropa de segunda mano que llega de Occidente. Esta expresión alude a un tiempo no tan lejano cuando en las colonias europeas únicamente se donaban las prendas de vestir a la Iglesia o a los «pobres» cuando uno nunca más las iba a necesitar. Sin embargo, nuestro consumo de ropa se ha multiplicado, por lo que las prendas no deseadas también. Creemos que reciclando nuestro armario salvaremos África pero, en realidad, lo único que estamos consiguiendo es empantanar este continente que no tiene cómo absorber nuestra basura.
Los mercados africanos están repletos de toneladas de abandono europeo y americano. Llegados a este punto, la ropa de segunda mano está afectando de forma negativa a las industrias textiles locales. Como bien nos explica Jacqueline Shaw en el artículo: «Africa is not a dumping ground!» (África no es un vertedero), que puedes leer aquí, debemos de entender que África ya tiene sus propias industrias de producción y manufacturación, solo en el momento en el que comprendamos que han de consumirlas para poder aumentar su PIB y comercio local, estaremos en contra de la ropa de segunda mano.
Crecimiento. Este es uno de los conceptos que los africanos tienen en sus mentes desde hace unos cuantos años. La importación masiva de ropa de segunda mano no les interesa, pues ellos también son capaces de impulsar su propia economía. «La ropa de la calamidad», como así denominan a la ropa que les llega de Occidente, están frenando la oportunidad de poder desarrollar e incitar por sí mismos su propio mercado. Ruanda, Kenia, Uganda, Tanzania, Sudán del Sur y Burundi trataron en 2019 frenar esta importación masiva. Hoy en día, algunos de estos países han conseguido eliminar de sus calles las montañas de basura al imponer un alto arancel a la ropa de segunda mano, lo que hace menos atractiva esta industria para los vendedores sin miramiento.
Hay que destacar, además, que la industria textil ha optado por devaluar la ropa. Bueno, en realidad, somos los propios consumidores los que lo hemos conseguido. La fast fashion se ha abierto un gran camino en nuestras vidas. Compramos cuatro veces más ropa que hace veinte años. La calidad de estas ha disminuido notablemente, al igual que el coste. Es más, se ha convertido en un grave problema al que parece que queremos darle la espalda.
–