El Upcycling: ¿una alternativa real a la moda rápida?

03 / 04 / 2019
POR Antonina Cupe

Un ciclo circular que acabaría con la producción masiva de prendas de usar y tirar. ¿Su gran baza? La exclusividad de cada una de ellas, algo con lo que el sistema actual no puede competir.

Desfile «Artisanal» de Maison Margiela primavera-verano 2018.

Es difícil ver el documental The True Cost y no sentir un pequeño escalofrío cuando ves una etiqueta “Made in Bangladesh”. Aún así, probablemente, si me gusta mucho la prenda y me autoconvenzo de que no puedo vivir sin ella, la sensación de culpa se disipe y empiece a imaginar con qué voy a combinarla. Y es que muchos aún no hemos llegado a ese punto de concienciación necesario como para hacer frente a esas grandes insignias de la moda rápida y su sistema de rotación de piezas cada tres semanas. Puede que nos estemos cargando el planeta, pero no podemos parar. Aprovechar el tejido ya existente para crear nuevas piezas es la propuesta del upcycling, una forma de hacer moda que pretende acabar con la producción masiva de prendas de usar y tirar que acaban en países del tercer mundo, impiden el desarrollo de sus industrias textiles y contaminan. Lejos quedaron los tiempos en los que reciclaje y moda parecían conceptos antagónicos. Hoy en día, numerosas marcas nos permiten seguir las tendencias de manera sostenible. Y si no, que se lo digan a Martin Margiela.

Sabemos que es un absurdo pagar 2,50€ por una camiseta, pero no podemos evitar caer una y otra vez. No importa que según el W.R.I (World Resources institute) se empleen 2.700 litros para crearla, cantidad con lo que se podría dar de beber a una persona durante dos años y medio. Da igual si se estropea en la lavadora o se deforma en la secadora, siempre podremos comprar otra sin necesidad de romper la hucha. Comprar es una actividad lúdica, algo que hacemos con amigos, en pareja o en familia. Compramos ropa para ocasiones especiales que a veces nunca llegan, para todos los días, para los findes, para salir, para cuando estamos deprimidos o queremos comernos el mundo. En definitiva, toneladas de ropa que después tiramos y de la que nos olvidamos. ¿Dónde irá a parar? Algunos la dejamos en uno de esos contenedores para ropa usada que aparecieron de repente en todas partes, confiamos en que se hará buen uso de ella y nos despreocupamos. Como consumidores tenemos el poder de cambiar las cosas con nuestras compras, pero con una tienda en cada esquina en la mayoría de las ciudades, resulta todo demasiado tentador como para ponerse a pensar en el medio ambiente o en el tercer mundo.

Precisamente es en el tercer mundo donde acaba la mayoría de nuestra ropa, esa que no es lo suficientemente estilosa como para volver a nuestras vidas con una etiqueta “vintage” que la revalorice. Se vende en mercados y lo que no encuentra dueño acaba en vertederos gigantes. La situación ha llegado a tal extremo que países como Kenia, Ruanda, Tanzania, Sudán del Sur y Burundi comenzaron a hacer la guerra a las importaciones de ropa y calzado de segunda mano argumentando que no permiten el desarrollo de industrias textiles nacionales. Así lo anunció el New York Times a finales de 2017. Se prevé una prohibición total para este año.

Todo pasa de moda muy rápido. El ritmo tradicional de esta industria era de dos ciclos al año, hoy en día es de 50. Es insostenible, pero no es de extrañar que nadie quiera bajarse del caballo ganador en el que se ha convertido este modelo de negocio. En medio de este ambiente consumista y compulsivo, hay profesionales que creen en revalorizar las prendas dándoles una segunda vida. Una forma de trabajar que defiende un ciclo circular que acabaría con el desperdicio. Una buena tela es duradera, de eso no cabe duda, así que la idea de reutilizarla no es nada descabellada. Se trata simplemente de crear algo nuevo a partir de tejidos ya existentes. Sin embargo, el concepto de reciclaje ligado a esta forma de producción pone los vellos de punta a más de uno. Eso de ponerse algo usado implica para muchos llevar algo de menos valor.

Hay quienes creen que este modelo de negocio nunca podrá acabar con la moda rápida, pero son quizás los mismos que nunca imaginaron que hoy en día se vendería ropa de segunda mano hasta en Instagram o que la gente estaría dispuesta  a pagar más por algo usado que nuevo porque es especial y único. Quizas ahí esté el quid de la cuestión, en el concepto de exclusividad, algo con lo que la moda rápida no puede competir. ¿O ya nos hemos olvidado de la chaqueta de cuero amarilla de Zara que se convirtió en el uniforme de toda fashionista en 2016? Puede que no sepamos apreciar como se merece una buena costura, un appliqué o un bordado, pero sí nos gusta la idea de poseer y lucir algo que nadie más pueda. El upcycling permite justamente eso, las telas existentes son inevitablemente limitadas y no se pueden crear a partir de ellas nuevas prendas en cadena. Un artículo fruto del upcycling es único y especial, algo que en la era de las redes sociales se aprecia cada vez mas.

Las firmas dedicadas a este tipo de moda han tenido que enfrentarse a otro problema: la asociación de este tipo de prendas con una estética boho o hippie muy alejada de lo mainstream. Hace no tanto, lo primero que a uno le venía a la mente cuando pensaba en ese tipo de moda era ropa holgada, en colores tierra o a lo patchwork. Acabar con ese estereotipo ha sido quizás una de las tareas más arduas para estas firmas. Hoy en día, marcas como Femail, que expone sus prendas como una obra de arte más, Gentle Thrills y Annabelle Plee, cuyas prendas son casi como llevar puesta una pintura o Triarchy con su concepto de lujo sostenible, cambian poco a poco la visión del gran público. Pero no todo son pequeñas firmas en el mundo del upcycling. Kolon Industries –un gigante de la industria textil– decidió dar uso a todo lo que desperdiciaba con sus diferentes marcas y creó la firma RE;CODE en la que dan uso a esos textiles sobrantes gracias a un equipo de diseñadores independientes. Re:cycle, la colección cápsula de Viktor&Rolf para Zalando partía de las prendas que no se habían vendido en sus tiendas. Y qué decir de RVDK (Ronald van der Kemp) una casa de alta costura sostenible que crea sus prendas a partir de materiales ya existentes de alta gama y restos que trabajan a mano artesanos en pequeños talleres de Holanda.

El diseñador belga Martin Margiela, fue precursor de esta forma de entender la moda que sigue inspirando hoy en día a muchos diseñadores. Desde sus comienzos, prendas con la etiqueta “Artisanal” y creadas a partir de piezas recicladas o deconstruidas en los talleres parisinos de la casa se incorporaron a las colecciones femeninas. Aunque tuvimos que esperar hasta su propuesta para primavera-verano 2006 para encontrar una colección totalmente “Artisanal”. Cada pieza estaba hecha a mano a partir de tejidos y materiales brutos, antiguos o que se había encontrado. En 2012 la Fédération de la Haute Couture et de la Mode le otorgó a esta línea la etiqueta de “alta costura”. Margiela, quizás sin esa intención, abrió en un sector a punto de vivir el estallido de la moda rápida la brecha para el upcycling, una forma de crear moda que ha llegado para sacudir la industria.