Eva Fàbregas: “Trabajar con materiales es menos una técnica y más una relación viva, sensible”

30 / 05 / 2025
POR Paula Rodríguez

Eva transforma la escultura en una experiencia viva y corporal, donde sus piezas, entre la instalación y la performance, respiran, se adaptan y dialogan con el espacio y el espectador. En #VEINDIGITAL hablamos con ella.

Eva Fábregas es una artista que entiende la escultura no solo como una técnica, sino como una relación viva y abierta entre el cuerpo, los materiales y el espacio. Su aproximación al arte está marcada por la intuición, el juego y una curiosidad constante que la empuja a explorar sin mapas, ni esperar resultados concretos. Lejos de ceñirse a una disciplina rígida, su trabajo se despliega entre la escultura, la instalación y la performance, siempre en diálogo con el entorno y con quienes lo habitan.

Su camino hacia la escultura fue tan orgánico como inesperado. Formada en Bellas Artes, comenzó su práctica enfocada en la fotografía y el vídeo, pero su manera de aproximarse a los materiales —con una mezcla de atención, libertad y deseo de perderse— la llevó a encontrar en la escultura un lenguaje propio.

En esta entrevista, descubrimos su visión del arte como una forma de conocimiento somático. Sus piezas, lejos de ser aisladas obras de arte, son cuerpos vivos que reclaman y ocupan su lugar en el mundo. 

Eva, ¿cómo comenzaste en el mundo del arte y qué te llevó a la escultura?

Desde pequeña, el arte ha sido una presencia constante en mi vida, influenciada principalmente por mi madre, quien compartió su pasión conmigo y claramente me la contagió. Gran parte de mi tiempo libre lo pasaba dibujando. Más tarde, en la escuela, tuve la suerte de encontrarme con un profesor que despertó en mí una curiosidad por el arte contemporáneo y quien terminó de formar ese deseo de estudiar bellas artes.

Mi paso a la escultura no fue inmediato ni planeado. Yo había estudiado Bellas Artes y estaba más centrada en la fotografía y el vídeo, y creo que, precisamente por no haber tenido una formación académica estricta en el ámbito de los materiales y la escultura, siento una gran libertad a la hora de relacionarme con ellos. Cuando empiezo a trabajar con un material nuevo, me interesa más entrar en relación con él que dominarlo. Suelo leer las instrucciones, sí, pero no con la intención de seguirlas al pie de la letra. Me interesa desviarme, perderme un poco. Es en el contacto directo con la materia, en su manipulación, en su alquimia, donde empiezo a desaprender y a abrir posibilidades.

Hay algo casi coreográfico en esa relación: mucho de escucha, de juego, de atención a lo que el material permite o resiste. La curiosidad es una fuerza constante: el “¿qué pasa si…?”, guía todo el proceso. Y es a través de esa pregunta abierta, de esa deriva especulativa, que surgen hallazgos inesperados.

Para mí, trabajar con materiales es menos una técnica y más una relación viva, sensible. Más que imponer nada, es dejar que el material también hable, que proponga, que sugiera y me lleve a lugares que no había anticipado. La intuición, el cuidado, y esa capacidad de estar presente y escuchar son lo que realmente construye mi proceso creativo.

¿El juego juega, nunca mejor dicho, un papel importante en tu proceso creativo? ¿Cómo lo vives?

Sí, el juego es fundamental en mi proceso creativo. El desafío no es pensar en el “juego” como algo ingenuo, sino más bien como esta energía creativa que se desparrama, que está llena de deseo y curiosidad. No es un juego de reglas fijas, sino más bien un espacio de libertad y exploración, casi como un laboratorio de ideas. El juego es lo que me permite romper con lo establecido, probar lo que aparentemente no tiene sentido y descubrir nuevas posibilidades sin pensar con un resultado predeterminado.

Para mí, hay algo muy primitivo y visceral en lo que pasa al estudio, que creo se asemeja a un retorno a un estado preverbal, similar al momento en que un bebé comienza a entender el mundo. En ese proceso, el bebé se lleva todos los objetos a la boca para explorar sus formas, texturas, olores, y de esa manera, empieza a construir su universo en la cabeza. Yo siento que, de alguna manera, el arte se asimila a este proceso de “chupar” el mundo, de absorberlo, de explorarlo sin juicios, simplemente experimentando.

Muchas de tus piezas transitan entre la escultura, la instalación y la performance, ¿estás de acuerdo? ¿Cómo entiendes la escultura?

Sí, creo que la escultura, para mí, no tiene una forma fija. Mis obras, a menudo, son instalaciones en las que las esculturas se entrelazan con el espacio, con la luz, con el cuerpo del espectador. No se limitan solo a estar allí, sino que lo entiendo como una experiencia más amplia, que incluye la percepción, el movimiento, y, a veces, la interacción física.

Yo siento que, sobre todo, mi cuerpo colabora con materiales, espacios y cuerpos. La escultura que me apasiona es una escultura empática, en el sentido de que está siempre en colaboración con las entidades que la rodean. Cada elemento se adapta y responde a lo que está a su alrededor. Este constante diálogo entre los diferentes componentes, hace que la escultura se convierta en algo vivo. No se trata de una forma estática, sino de una relación constante que se desarrolla en colaboración con su entorno.

A menudo, las limitaciones o los retos sacan lo mejor de nuestra imaginación. ¿Qué situaciones han puesto a prueba tu creatividad y te han llevado a explorar nuevos caminos? ¿Con qué proyectos ha ocurrido?

Sí, sin duda. Creo que cuando trabajas dentro de un marco de limitaciones, es cuando la creatividad realmente se dispara, al menos en mi caso. Cuando vivía en Londres, estuve muchos años trabajando desde mi piso de 30 m² donde, además, también almacenaba parte de las exposiciones que había hecho hasta el momento. Esta es una de las razones por las que empecé a trabajar con aire y materiales hinchables: me permitían desarrollar esculturas en un espacio mínimo, ya que podían hincharse por la mañana y deshincharse por la noche.

Me pasa también con los espacios expositivos: hay arquitecturas que me resultan especialmente inspiradoras precisamente porque no son un cubo blanco. Espacios que tienen elementos arquitectónicos que interrumpen la pureza o la supuesta “neutralidad” del espacio blanco me permiten imaginar escenarios que de otro modo no se me ocurrirían.

Tu obra parece una invitación al contacto físico, a tocar. ¿Cómo entiendes esta relación frente a la idea tradicional del arte como algo que no debe tocarse?

Mi trabajo se sitúa en el campo del cuerpo, de la materia, de los sentidos y de los afectos más que en el de la representación o la intelectualización. Para mí, el arte no es tanto una cuestión de representar o clasificar el mundo, sino de proponer otras maneras de estar en él, de relacionarnos y de sentirlo.

Hay algo en mi proceso que busca salir de la cabeza para empezar a pensar con las manos; salir del ojo para empezar a mirar con el estómago; salir del oído para escuchar con las vísceras. Trabajo desde una forma de conocimiento somático, donde aprender significa tocar, apretar, moldear… confiar en la inteligencia que reside en nuestros cuerpos. No escuchamos lo suficiente a nuestras manos, a nuestra piel. Y sin embargo, ahí hay una sabiduría profundamente intuitiva y generosa, que a menudo ignoramos por estar demasiado atrapadas en lo racional o en lo visual.

Mis esculturas son táctiles, pero eso no significa que necesariamente haya que tocarlas. Lo que me interesa es la tensión que se puede generar entre el cuerpo del espectador y la obra. Que provoquen deseo de ser tocadas, de imaginar cómo sería esa textura en tu piel. ¿Qué se sentiría al abrazarlas? ¿Cómo sería ser esa entidad blanda, inflada, viva? Ahí nace otra forma de diálogo, más intuitivo, especulativo y empático, que nos habla desde el cuerpo, desde las entrañas.

¿Cuál es la relación entre tus obras y el espacio que las acoge? ¿Las concibes como intervenciones colectivas o como cuerpos autónomos?

Para mí, cada exposición es el inicio de una relación. Una especie de conversación entre el espacio, las esculturas y yo misma. Nunca llego con una idea cerrada: prefiero escuchar lo que el espacio propone, sus tensiones, sus ritmos, sus posibilidades. Es una colaboración en sentido amplio, donde las esculturas no se imponen, sino que se adaptan, se infiltran, se dejan afectar.

Me gusta pensar en las esculturas como cuerpos porosos, que absorben y responden a lo que las rodea. A veces se comportan como organismos que necesitan del espacio para sostenerse, para desplegarse, para respirar. Otras veces, se enroscan, se resisten o se ocultan. Nunca son completamente autónomas, ni tampoco totalmente dependientes: están en un punto intermedio, en constante negociación.

Hay algo colectivo en esa interacción: no solo con la arquitectura, sino también con los cuerpos que visitan la exposición. Me interesa generar situaciones donde el espectador se sienta convocado físicamente, afectivamente. Donde la obra se convierte en un cuerpo más, presente entre otros cuerpos. Donde mirar también es moverse, acercarse, respirar junto a.

Tu obra invita a una experiencia física, casi íntima. ¿Qué tipo de diálogo buscas generar entre tus piezas y el cuerpo del espectador?

No busco algo concreto, pero sí me gusta pensar que las obras pueden proponer una relación afectiva y corporal que vaya más allá de lo puramente racional. Que cada encuentro con la obra sea también un pequeño desplazamiento en cómo habitamos el espacio y nos relacionamos con nuestro entorno. Que el espectador se sienta implicado físicamente, incluso sin necesidad de tocar, como si su propio cuerpo se adaptara o se sincronizara con el ritmo y la presencia de las obras. Un pequeño desplazamiento en cómo miramos, cómo sentimos, cómo nos comunicamos, cómo nos relacionamos, cómo respiramos, cómo transitamos…

Si tus esculturas fueran seres vivos en un universo paralelo, ¿cómo sería ese mundo?

Creo que sería un mundo blando, húmedo, resbaladizo, pulsante. Un lugar en el que las formas no están completamente definidas, donde los límites entre cuerpos, objetos y espacios son más porosos y cambiantes. Un ecosistema en constante transformación, donde nada está completamente separado del resto: todo participa de una dinámica común de adaptación, intercambio y cohabitación.

Las esculturas, si fueran seres vivos en ese mundo, serían organismos sin una función fija, sin una identidad cerrada. Serían entidades sensibles, capaces de responder a estímulos sutiles como la vibración, la densidad del aire o las variaciones de temperatura.

No habría una comunicación verbal ni una estructura jerárquica clara. La interacción entre estas formas sería más bien física en un sentido amplio: desplazamientos, proximidades, modulaciones en el ritmo o el volumen… Sería un mundo donde los cuerpos no están separados del entorno, sino integrados en un sistema más amplio de resonancias y afectaciones mutuas.

¿En qué espacios o proyectos podemos ver tu trabajo?

Hace unas semanas inauguré una exposición individual en Matadero Madrid, dentro del ciclo «Abierto por Obras», que estará abierta hasta el 20 de julio. En Barcelona, tengo una instalación en la exposición «Intenció Poètica», que se puede visitar hasta mediados de septiembre.

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