Eve Babitz fue una de las escritoras más originales y sagaces del siglo XX: ensayista, autora de memorias, novelista, artista visual, groupie declarada, feminista y testigo astuta de todo lo que enfebrecía la California de los 60 y 70. Ahora se publica por primera vez en España ‘Días lentos, malas compañías’, un libro que captura con nostalgia y mordacidad un mundo hedonista que parece haber nacido y desaparecido con las olas de la costa californiana.
En la canción folk del grupo Father John Misty, ‘Hollywood Forever Cementery’, el artista canta cómo todas esas almas que lo han dado todo por ser alguien, terminan —a pesar del empeño— como cualquier otra. A algunos, aun así, el saber que yacerán en ese cementerio concreto, con Judy Garland o Rodolfo Valentino como compañeros, les brinda cierta serenidad antes de enfrentarse a la muerte. Seres privilegiados que lograron fama en vida, o se acercarán a ella asegurándose una plaza en ese mitológico parque de descanso. Fue en mi segunda visita a Los Ángeles cuando pude pasear por el que es el cementerio de las estrellas, y la verdad: no es como ningún otro. La puesta de sol sobre el Hollywood Sign se avista desde cada tumba, palmeras y jacarandas dividen las secciones. A un lado, una escultura de Totó —el yorkshire del Mago de Oz— al otro, Johnny Ramone ondeando la guitarra sobre su nicho. El lamento de Vincent Gallo tallado en piedra “Please don ’t go” y los ecos fantasmales de La Mujer de Negro ornamentan el camposanto. En Los Ángeles el imaginario nunca termina del todo, ni siquiera bajo tierra.
Como no podía ser de otra forma, la brillante e irrepetible Eva Babitz, cronista y musa de Los Ángeles, está enterrada en ese radiante lugar. Una de las escritoras más originales y sagaces del siglo XX: ensayista, autora de memorias, novelista, artista visual, groupie declarada, feminista y testigo astuta de todo lo que enfebrecía la California de los 60 y 70. Fallecida en 2021, la autora se fue en pleno renacimiento y reivindicación literaria de su figura. Su narrativa —visceral, desacomplejada y libre —ha encontrado ecos en generaciones de lectoras que aprecian una voz cargada de ingenio que invita a reflexionar y deleitarse en el amor, la sexualidad y la identidad.
En el prólogo de ‘Días lentos, malas compañías’ —publicado por primera vez en España gracias al Colectivo Bruxista— cuenta María Bastarós que para visitar Los Ángeles, uno debe llegar con el corazón roto. También creo que Los Ángeles como bienvenida te rompe el corazón. Pocas ciudades evocan ese hilo conductor. Para quienes nos embruja esta ciudad que apenas lo es, aparece Eve Babitz, hallando esa luz y belleza rota del lugar que la invocó a convertirse en escritora. Hija del primer violinista de la 20th Century Fox y de la artista francesa Mae Babitz, rechazó desde bien pronto una educación clásica para entregarse de lleno a la escena artística que le correspondía por nacimiento. Sería una capturadora de momentos.
Es fácil quizás imaginarla como una Carrie Bradshaw desenfadada, pero con el telón de fondo angelino: más impulsiva, más excéntrica, más hedonista. Piensen en ella viajando a Venecia con un hombre al que acaba de conocer esa misma noche, solo para escuchar las orquestas de la Plaza de San Marcos, o tomando un vuelo a París con un amante reciente solo por el capricho de desayunar croissants. A diferencia de Bradshaw, todo en Babitz es apetito y sus decisiones pura vivencia exprimida para volcarla en relatos como Sex and Rage o L.A Woman (sí, a ella va dedicada la mítica canción de The Doors). Desde sus veinte ya sabía que su búsqueda no implicaba la del amor a un hombre, el idilio y su perpetua búsqueda romántica, la ocupaba ella y esa ciudad.
Babitz logra que te apiades de todos esos personajes a priori insoportables que deambulan luminosos por los locales de Sunset Boulevard y amanecen extraviados en mansiones de Franklyn Avenue. Una viuda billonaria, un actor insulso y adicto– muchos actores insulsos y adictos–, o magnates indeseables, pero con mucho dinero. Encuentra ternura y belleza en todo el escenario angelino, estrambótico y delirante. Sus textos, incluso aquellos manchados con rímel son una carta de amor a Los Ángeles, y su caótico, pero tan deslumbrante ecosistema
A lo largo de su carrera los poderosos hombres de la industria editorial infravaloraron -o ignoraron- los escritos de Babitz. Reducirla a it girl era una salida facilona. Pero a la autora no le pesaba esa faceta suya. Una de las imágenes más rompedoras ideada por la artista, es la tomada por Julian Wasser: ella, desnuda jugando al ajedrez con Marcel Duchamp. En una carta a Rolling Stone, explicaba cómo el error fundamental que cometen los editores con sus escritos es que “esos tipos insisten en que quieren leer noticias serias no comprenden que en Los Ángeles rechazamos los hechos, nos gusta el artificio».
Su filosofía como escritora era ser parte de, no una distante observadora como su coetánea Joan Didion. Erróneamente enfrentadas por la prensa, el primer libro de Babitz, Eve’s Hollywood, fue editado por la misma Didion, que le otorgó su exquisito sello de aprobación. Enemistar a ambas es perderse la visión completa de una ciudad compleja, capturada por sensibilidades que jugaban a ser opuestas. “Yo no puedo hacer que mi hilo argumental se mantenga recto hasta convertirse en una novela”. La ciudad afecta así a su escritura, en Los Ángeles no hay centro, y la misma cadencia eléctrica fluye en sus textos. Babitz no concluye si está cautivada por la idea de Los Ángeles o por la idea de esa idea misma. El encantamiento de lo cinematográfico radica en la incertidumbre de lo que se esconde tras las cámaras; en Los Ángeles sólo queda entregarse a la trampa.
Todo allí, como en el enamoramiento, es proyección. Escribir sobre Los Ángeles de la forma en la que lo hizo Eve Babitz es también, probablemente, escribir y hablar sobre el amor.
–