Deborah Turbeville, icono de la fotografía de moda del siglo XX, dejó unos de los mejores legados: el arte de capturar la belleza.
Fue durante la década de los 70, cuando fotógrafos como Helmut Newton y Guy Bourdin monopolizaban las portadas de moda con sus impactantes imágenes, cargadas de erotismo y provocación, cuando de la mano de Deborah Turbeville (Boston, Massachusetts, 1932 – Manhattan, Nueva York, 2013) apareció la nostalgia, el pasado, el romance y la atemporalidad.
Ella, a pesar del reconocimiento, nunca se llegó a considerar así misma como fotógrafa de moda, ya que antes de eso fue editora, y su encuentro con las instantáneas fue algo casual, aunque, indudablemente, determinante en su carrera, ya que sus trabajos protagonizaron páginas y páginas de las ediciones más influyentes del mundo, siempre conservando ese misterio que la caracterizaba al fotografiar.
Entre sus trabajos más polémicos se encuentra la serie que hizo para Vogue en 1975 Bath House. En ella inmortalizaba a cinco mujeres en un aseo público, con ropa de baño y en posiciones lánguidas y ligeramente desaliñadas. Esta sesión hacía una crítica a la desigualdad, representando a la mujer como una prisionera.
Así, años después de su muerte, hoy la recordamos como la revolucionaria que fue, marcando una nueva estética en la moda, y contribuyendo a que la línea que existía entre moda y arte cada vez se hiciera más fina.