Marta Gordo: “me interesaba contar una ruptura desde un paradigma distinto al del drama, incluso cuando ésta viene dada por una infidelidad”

08 / 08 / 2024
POR Irati Fernández

Entrevista con la autora de ‘Todos deberíamos romper’ (Caballo de Troya) publicada en VEIN#17.

Un día como otro cualquiera Nadia, una mujer de mediana edad, recibe la noticia de que Juan, con quien empezó siendo adolescente, la deja por otra. En pleno estado de shock, se ve forzada a abandonar de un solo golpe la vida en la que se ha visto inmersa durante los últimos 20 años. Sin pensarlo dos veces corta comunicación con todo lo que formaba parte de su día a día, incluido su móvil, pide un traslado en su trabajo como bibliotecaria y se muda a un piso cochambroso en Lavapiés donde vivir de alquiler.

Su perspectiva de narradora poco fiable, mediada por el shock y las lagunas, hará del barrio madrileño el auténtico protagonista de su flujo de conciencia. Nadia observa el mundo que la rodea como por primera vez, lleno de movimiento, cambio y conexiones; desautomatizándolo a medida que lo describe y trata de comprenderlo. En lugar de obsesionarse con la ruptura, se convierte en una suerte de flaneur, con su consecuente escrutinio del barrio, como quien está de viaje, posando la mirada especial de aquel que tiene el corazón roto sobre todo lo que la rodea. Ella interpreta esta nueva perspectiva que le ha concedido la ruptura como una repentina lucidez, un estado de hiperconsciencia del que no quiere desprenderse: nunca se ha sentido tan dueña de sí misma como en este momento, pese a que todas las cosas que la sostenían se hayan derrumbado. Encuentra que una vida sin dolor, sin rupturas y sin cambios es una vida ajena, extraña, en paliativos. Ese nuevo espacio que constituye Lavapiés en la obra se opondrá a la imagen de la antigua vida de Nadia en un barrio moderno a las afueras, congelado e impersonal.

En el proceso de regeneración que la novela nos presenta vemos a su protagonista recorrer un camino doble, en tensión constante: hacia el interior y hacia el exterior. Por una parte su mente se proyecta hacia el mundo que la rodea, los vínculos retomados tras años de desconexión, la novedad que impregna todo. Por otra, van surgiendo multitud de recuerdos enterrados, que aparecen de manera espontánea, montoncitos de información que su subconsciente había descartado como irrelevantes pero que ahora, al buscar indicios sobre lo que una es, cobran una importancia totalmente nueva.

Muy a menudo, los cambios se nos presentan como algo que temer, no así en la novela de Marta Gordo. La muerte de lo que fuimos es fecunda y regeneradora, parte de un continuo infinito entre la estabilización y el cambio. Tras la bajada (hacia el interior), hay un renacer de la mano de la primavera, que llega hacia el final de la novela al barrio. Las semillas del pensamiento, que estaban enterradas durante el invierno, madurando y echando raíces; comienzan un peregrinaje hacia las alturas para florecer una vez más. Lo inevitable es renacer.

¿Qué es lo que más te atraía de narrar una historia sobre la ruptura?

Principalmente el tema de la pérdida: que se desmorone un mundo y que tú sigas ahí, ver cómo lo haces para continuar. Cuando se sale de una pareja como la de la novela, con dos personas que comienzan siendo muy jóvenes, toda la vida adulta se desmorona. De repente deja de ser quien era, es un personaje fuera de su mundo. Estar fuera de lugar me parece una sensación muy interesante, porque siempre estamos fuera de lugar en cierto modo, aunque intentemos ir acomodándonos, y una ruptura siempre es un momento en el que volvemos a estarlo del todo.

¿Dejamos de tener 20 años alguna vez? Quiero decir, ¿hay algún momento en la vida en el que uno sienta que sabe qué es lo que está haciendo? ¿o en el que las posibilidades no estén abiertas?

Las posibilidades que percibimos se cierran mucho por la rutina, por ponerle un cauce a las cosas. La potencia siempre está ahí, pero estamos naturalmente preparados para buscar rutina. La protagonista, como dices, tiene una especie de regresión, como si al romperse la relación de convivencia con Juan le hubieran quitado un disfraz, y empieza a recordar cosas de su adolescencia, vuelven temas del instituto… se encuentra de repente con sensaciones e ideas más propias de la primera juventud. Otra vez se encuentra en ese estado de potencia. La protagonista se encuentra con toda esa libertad repentina y tiene pequeños arrebatos de euforia que ni ella sabe muy bien de dónde vienen… y que se nos hacen bastante improcedentes, no es lo que se espera de ella tras una ruptura.

Claro, es muy interesante ese contraste en la novela, reflexionar sobre cómo nos imaginamos que tiene que sufrir una persona a la que han “dejado por otra”.

Cuando estaba escribiendo me interesaba contar una ruptura desde un paradigma distinto al del drama, incluso cuando ésta viene dada por una infidelidad. Parece que tiene que haber traición, mucho sufrimiento, mucho dolor… No es que no lo haya, pero a mí me interesaba contar las cosas desde un punto de vista que, aunque también es real, es menos narrado y también menos narrable. Es menos narrable esta euforia, aunque estoy casi segura de que incluso en rupturas súper dolorosas o personas muy sufrientes hay en algún momento del día este momento eufórico, incluso si es inconscientemente.

Parte de la euforia que comentas de la protagonista es que ella percibe una repentina lucidez de pensamiento. ¿Tú crees que es verdaderamente lúcida?

Lo que ella comprende por lucidez podría llamarse quizás extrañamiento, está viendo el mundo que la rodea como por primera vez. Antes me preguntabas sobre el por qué de hablar de una ruptura… yo creo que precisamente lo más interesante es que te permite ver las cosas de otra manera, con otros ojos. Y además para ella todo es realmente ajeno, porque ha cambiado de vida de un día para otro: está en otro barrio, con otro trabajo y vive en una casa ajena. Siente que ve las cosas por primera vez, y las cosas vistas por primera vez impactan mucho, tienen más intensidad, pesan mucho… se ven más. Aún no ha habido toda esta especie de familiaridad y embotamiento que hace que pongamos el piloto automático.

¿No hay lucidez en una vida tranquila y estable?

Quizá no se trata tanto de lucidez. Uno de los temas de fondo es la posibilidad de tener una vida auténtica, de no verte envuelto de repente en una vida que no has elegido, a la que te has visto arrastrado por las circunstancias. La protagonista se encuentra en un momento privilegiado para volver a sentir el deseo de autenticidad, la potencia de tener una vida más acorde a sus inclinaciones, a tomar responsabilidad sobre su vida. Es una problemática que me llama mucho la atención sobre la vida en pareja, el cómo cedemos terreno. La amenaza de la autenticidad en su caso viene de una vida en pareja ya muy limitada, en la que se siente como un cisne dando vueltas en un estanque. Es un peligro que se corre a veces en estos vínculos.

Hablamos de autenticidad y otros conceptos del existencialismo. ¿Cuánto hay de la profesora de filosofía que eres en tu escritura?

He intentado evitarlo (risas). Lo más importante es este extrañamiento repentino, la sensación de estar de repente arrojada a la vida, sin referencias. Es verdad que esto es muy existencialista, pero más que ideas filosóficas, es el fenómeno de estar fuera de contexto lo que me movió a escribir, aunque sean difíciles de separar.

Me encanta la importancia que tienen los paseos y el deambular en la novela, creo que cada vez nos cuesta más salir de casa sin un fin concreto. ¿Por qué tienen tanta presencia en la obra?

Existe toda esta tradición literaria del contacto con la ciudad a través del paseo, del flaneur. Quería describir una ciudad viva, hablar de la vitalidad de Lavapiés, era uno de los protagonistas para mí. Nadia pasea por allí siendo alguien anónimo, incluso para sí misma. Está todavía en potencia, sin encarnar. En el paseo nos convertimos en observadores. Yo creo que Nadia busca zambullirse, sumergirse, dejar que la vida la atrape. Está en un momento en el que todavía no es nadie, es muy fantasmagórica, es muy propio que salga al mundo como observadora.

¿Por qué crees que tu libro está teniendo tanta difusión subterránea?

Yo creo que tiene que ver con que hay mucha gente que se reconoce, en cierto modo. También con que es una cierta fantasía, esto de romper con todo y empezar de cero. La idea de una segunda oportunidad, de aprender de los errores y poder encontrar un sitio más propio al volver a intentarlo.

¿Y qué te han dicho los lectores?

Los lectores y lectoras que me han dicho cosas son muy amables. Uno de los comentarios que más me ha gustado escuchar es que se habían leído la novela del tirón. Si me dicen eso, ya no hace falta decir más. También es un gusto escuchar que la novela, en este o aquel aspecto, les ha cambiado un poco su mirada. Recuerdo una lectora que me dijo que ahora veía y caminaba por el barrio, por Lavapiés, de un modo distinto. Me hizo mucha ilusión, claro. Para mí uno de los efectos más valiosos de la literatura es que, de algún modo, enriquezca la mirada o amplíe la conciencia, eso te lo llevas a la vida luego.

Pero bueno, todo esto de la recepción de la novela ha sido algo con lo que no contaba en absoluto. En el plano personal, en cuanto a la gente de mi entorno más o menos próximo, he sentido que ha habido un acercamiento generalizado, un pasito adelante. La novela abrió un canal de comunicación en un nivel digamos íntimo que ha sido para mí algo precioso.

¿Hay alguna otra pregunta que hubieras querido que te hiciera?

“¿Tomamos otro café?”

¿Tienes algún avance sobre lo que estás escribiendo actualmente?

Esta pregunta es la que no quería que me hicieras (risas). Estoy escribiendo una novela muy diferente. Todos deberíamos romper me exigió una primera persona y un tiempo presente que eran como un túnel, técnicamente pedía mucha contención. Ahora estoy trabajando en una novela que requiere otros recursos y que me tiene bastante pillada, no se me va de la cabeza. Estoy aprendiendo con ella que también se escribe sin escribir. A ver qué pasa.

Recomiéndame tres obras.

A ver, Proust y Woolf a mí me cambiaron la vida y los dejaría como recomendaciones perpetuas. Pero por decirte lo último que me ha sorprendido: Fernando Chivite, sus novelas. Me he sentido afortunada de dar con él, con eso te lo digo todo. También he visto que han vuelto a reeditar el Diario del ladrón, de Genet, que es una novela que me impresionó mucho. Y de los últimos años, una recomendación que suelo repetir: la trilogía de Rachel Cusk (A contraluz, Tránsito y Prestigio).

Ilustraciones de Sara Herranz

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