Olivia Bee: Enveloped in a Dream

13 / 10 / 2014
POR Alina Lakitsch

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Tiene 20 años, desde los 11 que no suelta la cámara y es parte de una generación visual. Una que creció a la sombra de Internet y para la que vivir bajo las reglas de la inmediatez de la imagen es algo natural y espontáneo. Incluso su nombre es producto de una era que nos permite identidades múltiples. Porque a los 11 años, desde el ordenador de su habitación, Olivia Bolles elegía sin pensárselo mucho el pseudónimo con el que sería mundialmente conocida. Uno que suena a dulzura, a niñez, a dibujos animados. Y aunque su alter ego, Olivia Bee, pueda tener aún mucho de niña, sus trabajos para Hermès o Cacharel, su exposición en la Galería Agnes B de Nueva York o sus editoriales para monstruos mediáticos como Harper´s Bazaar o Vice la han consagrado como una de las fotógrafa de moda.

Quedé con ella en la Galería que acogió su exposición en Madrid, Olivia Bee: Enveloped in a Dream, un título que, según me cuenta, eligió ella misma y que no puede ser más acertado. Una serie de microrrelatos visuales de un pasado reciente que se hace onírico a través de su lente. Imágenes autorreferenciales de su adolescencia más íntima. Fotogramas que tienen la capacidad de evocar recuerdos, reales o ficticios, esos que tenemos o aquellos que nos gustaría tener. No importa demasiado si lo que vemos son cosas que realmente hacen los adolescentes o no. Lo interesante es el poder de sus fotos para trasladarnos a un lugar lejano, guardado en la memoria, como recuerdo o como anhelo. Porque de repente me pongo nostálgica y quiero tener 15 años, disfrazarme, hacerme trenzas con mis amigas, correr por la nieve, montar en bicicleta y colgarme cabeza abajo de los árboles…

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Y supongo que no soy la única a la que le ocurre eso al contemplar las fotos de Olivia Bee. Por algo se dice de ella que es la fotógrafa de la juventud. Una juventud retratada desde la misma juventud, a través de la frescura de una mirada que aún es ingenua pero que no por ser naif puede huir de esa dictadura estética que impone que lo joven es bello. Lo vemos a diario en las redes sociales, como si la adolescencia y la juventud fueran la condición necesaria de una buena foto: habitaciones poéticamente desordenadas, ortodoncias, pecas y niñas enseñando bragas. Bee es consciente de ello. De las ventajas y desventajas de una juventud que ha sido, y sigue siendo, un foco de atracción. “Ser joven me ha ayudado a que me presten más atención, y la temática juvenil de mis fotos contribuye a ello. Sin embargo, a veces es duro porque la gente no te toma en serio. Ahora, después de que mi nombre apareciera en revistas o haya hecho exposiciones, me resulta un poco más fácil, pero nunca falta quien pregunta ¿de verdad eres la artista? Además, es cierto que tanta vorágine hace que a veces olvide que sólo tengo 20 años. Pero sí, he hecho muchas cosas, y estoy ansiosa por lo que viene, por seguir haciendo más”.

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Al preguntarle cómo empezó en el mundo de la fotografía su respuesta también resuma adolescencia. “La verdad es que empecé en esto por accidente. Iba a un colegio especializado en Arte y quería tomar clases de video. Pero alguien metió la pata y me inscribió en fotografía. Y ocurrió que lo que inicialmente no me despertaba ningún interés, se volvió una adicción”. Desde entonces, Olivia comenzó a disparar a su alrededor, a su mundo cercano y a nutrirse de las vidas de sus amigos. En este sentido, quien analice un poco sus fotos verá un rostro recurrente, un rostro que parece familiar no tanto por su fisonomía como por lo que representa: la amistad, uno de los pilares en la fotografía de Bee. “Lillie aparece en muchas de mis fotos. Y esta última exhibición trata un poco de lo que vives con tu mejor amiga, de escapar hacia un mundo propio que nosotras mismas creamos, de compartir momentos mágicos. Con Lillie somos amigas desde que ella era un bebé y yo tenía dos años, incluso estuve en el hospital cuando ella nació, así que diría que somos una especie de mejores amigas de la vida. Nos conocemos muy bien la una a la otra, y esas imágenes proyectan el mundo que construimos juntas

Pero Olivia va más allá de su entorno íntimo. Su fotografía es una especie de práctica autobiográfica, de auto-representación, en la que Bee ha sabido captar los detalles más pequeños para intensificarlos, dotándolos de emoción y significado, algo que también dice mucho sobre la intuición para encontrar ese momento exacto en el que dejar de ser protagonista de su propia vida para pasar a ser espectadora. O ambas cosas. Porque son muchas las veces en las que Olivia, que describe su trabajo como “libre, optimista y colorido”, aparece en sus propias fotos. Dicho esto, es imposible no preguntar por la importancia del auto-retrato en la era del selfie: “El auto-retrato es algo muy importante para mí, especialmente porque puedo controlar absolutamente todo en la foto. Por un lado, mi cerebro trabaja para hacer esa foto y, por otro, para estar en ella. Así que es totalmente mi foto, mi visión. En mi caso, fue algo que empezó porque yo siempre fotografiaba a todo el mundo, pero nadie lo hacía conmigo, así que lo veo también como un modo de auto-reflexión y exploración del propio carácter”.

Una exploración íntima que no es ajena a la necesidad adolescente de contar la propia vida, de proyectar una imagen única en ese revoltijo de relatos que conforman la narrativa de las redes sociales. Una reflexión que se hace a modo de diario, de álbum virtual en actualización constante. Porque si hay un factor de peso en el salto a la fama de una Olivia de sólo 14 años es el hecho de haber colgado sus fotografías en Internet. Gracias a ello, un día recibió un correo de una agencia de publicidad proponiéndole trabajar para Converse, un primer contacto con ese mundo del trabajo adulto que descubriría más pronto que tarde: “Pensé que no era real. Enseguida llamé a mis padres, les mostré el correo y les pedí su opinión. Al principio, también ellos estaban incrédulos. Yo no respondí y la agencia volvió a contactarme. Entonces mis padres, ya más convencidos, me animaron a responder ese mensaje y aquí estoy”.

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Tras la llamada de Converse vinieron otras, y el portfolio y el caché de una niña que no tenía siquiera 18 años y que debía trabajar junto a un tutor para franquear la bandera legal del trabajo infantil, comenzaron a crecer de manera exponencial. Tanto que Olivia ha tenido que mudarse a Nueva York y ha elegido Brooklyn para establecerse, así que hablamos un poco de su barrio, de los cafés, de las tiendas… Pero antes de la experiencia neoyorquina y de ver su nombre impreso en las revistas, Olivia nació y creció en la costa oeste, en la otra meca cool norteamericana: Portland. Y claro, mis prejuicios y las dos temporadas de Portlandia me llevan a indagar un poco más en esta especie de denominación de origen. “Portland es alucinante, allí la gente no para de hacer cosas interesantes y siempre conoces a alguien que está involucrado en alguna actividad artística. Sin embargo, yo lo veo desde otro punto de vista. Si bien allí me he relacionado con muchos artistas, soy muy mala haciendo networking, sólo me limito a trabajar y a divertirme con mi novio y mis amigos. Para mí, Portland es el sitio ideal para crecer porque está rodeado de naturaleza y eso es algo que me encanta y que realmente echo de menos viviendo en Nueva York. Tengo una conciencia medioambiental muy desarrollada, incluso a nivel artístico. Mis fotos se basan en las relaciones interpersonales, pero también en las de esas personas con su ambiente. Crecí al aire libre y mi salida preferida era coger mi viejo coche con mis amigos y buscar sitios abiertos donde conectar con la naturaleza, y eso es algo que puede verse en mis fotos”.

Además, y como si fuera poco, Olivia Bee se declara autodidacta. Rehúye de las escuelas de fotografía y prefiere nutrirse de la experiencia y de Internet. “Todo está allí, así que puedo tomar lo que necesito, aprender según mis necesidades y a mi propio ritmo. Una escuela cambiaría mi visión de mis propias fotos y eso es algo que no quiero”. Así que me veo obligada a preguntarle cuáles son sus referencias y no duda en citar a los grandes –y quizás obvios- nombres de la fotografía: Francesca Woodman y Annie Leibovitz. Pero de algún modo supone que tras contarle que también me dedico a la fotografía, que admiro mucho su trabajo y que tenemos la misma edición de la Contax T2, espero algo más. Así que suelta el nombre de Ryan McGinley y entonces me convence, quizás por su afinidad estética, quizás por alguna imitación inconsciente por su parte.

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Pero, una vez más, Olivia es joven y aún le queda mucho que aprender. Y muchos cosas por hacer. Su ambición adolescente quedó reflejada en la conferencia TED 2012, en la que declaró que sus sueños se hacían cada día más grandes, y vuelve a confirmármelo. “Todavía me queda por fotografiar a mucha gente. Si pudiera volver el tiempo atrás, Elvis –al que rinde constante homenaje en su tumblr- sería una musa indiscutible. Otras personas que me gustaría poner delante de mi cámara son la modelo Natalie Westling, Mariah Carey y Lana del Rey. Es más, a veces pienso en contactarlas y ver si podemos hacer algo juntas”. Así que no nos extrañemos si alguna de estas tres mujeres se deja robar el alma por Olivia que, de momento, no para. Actualmente está trabajando en un cortometraje y en algunas editoriales, esta vez de moda masculina. Y, cómo no, en una serie de auto-retratos que saldrán pronto en una reconocida revista.

Por último, y como siempre, llega ese momento en las entrevistas a fotógrafos en el que mi predilección por la película y su estética hacen que no pueda evitar preguntar si analógico o digital. Y debo confesar que Olivia casi me engaña: “Me gustan los dos tipos de fotografía, por diferentes razones. Pero la mayoría de lo que hago es digital. En esta exhibición, hay sólo 2 fotos analógicas –una de ellas, es mi auto-retrato en el sillón, que además es una de mis fotografías preferidas”-. Y aquí es el momento en que mi cara de sorpresa pudo más que mi profesionalidad y mi saber estar de entrevistadora. Siempre creí que la mayoría de sus imágenes tenían esa estética por ser completamente analógicas: grano, dobles exposiciones, imperfecciones. Pero no. Así que con mi incredulidad a cuestas paso a la siguiente y obligatoria pregunta, una que nunca quisiera haber hecho. Y es que si las imágenes no son analógicas, Olivia Bee es una crack de la post producción. Pero ella lo niega: “No uso Photoshop, todo está en la cámara”. Sí, claro.

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Imágenes de Olivia Bee