Q, el secreto de la comida asiática.

22 / 09 / 2017
POR Kike Adela

La cocina oriental se ha hecho un hueco en nuestras dietas y entre las claves de su éxito se encuentra un elemento adictivo que muchos pasamos por alto, el Q.

Hace ya mucho desde que la comida asiática conquistó América con platos occidentalizados como el “chop suey” o la mítica “galleta de la fortuna”, que hicieron salivar a los estadounidenses y más tarde llegaron a Europa. Pero aún hoy, la popularidad de la cocina oriental sigue creciendo, y no porque se coman más rollitos de primavera que antes. Internet y su poder viralizador han catapultado a la fama a numerosas y exóticas delicias, creando auténticas invasiones culinarias, como la ya que ocurrió con el sushi, y que aún perdura. Los “maki” se han hecho un hueco entre la tapa de tortilla y el jamón de bellota, incluso en las estanterías de los supermercados, donde se pueden encontrar fácilmente todos los ingredientes esenciales para preparar este rollito de alga nipón.

Pero comer más no significa conocer mejor, aun hay importantes detalles sobre este estilo de cocina que se nos escapan y siguen siendo un misterio para nuestros paladares, como es el caso del Q.

Este elemento se encuentra en infinidad de platos de toda Asia, como el mochi japonés, el té boba taiwanés o las empanadillas de cristal chinas. Posiblemente no lo encuentres en un buffet libre de «cintita», pero si tienes la oportunidad de degustar auténtica comida asiática, no hay manera de esquivarlo.

Q es la propiedad gomosa de la comida, a la que también se le refiere como “tan ya”, que significa algo así como “dientes de rebote”. Y a pesar de que “gomoso” y “comida” no parecen maridar bien dentro de nuestros cánones europeos, en Asia no pueden vivir sin esta textura chicletosa. Su importancia es tal, que a menudo el sabor pasa a un segundo plano, y lo que se busca es que te rechinen las muelas al intentar masticarlo.

En Taiwan, una de las mecas del Q, las albondigas no tienen nada que ver con las bolas de carne picada que prepara tu abuela. Allí, una pasta de cerdo mezclada con almidón de maíz conforman unas bolas, cuyo color blanquecino y textura gomosa probablemente nos recordaría más a plastelina. Es tal su textura de chicle, que en América las llaman “bouncy meatballs”, y quienes las han probado, confiesan que tras la posible repulsión del primer bocado, mordisco tras mordisco se convierten en una experiencia adictiva.

Pero si no estáis preparados para comer bolas de cerdo con textura de chicle, os sorprenderá saber que es probable que ya hayáis experimentado el Q.

Esta característica se encuentra en preparaciones tanto dulces como saladas, frías o calientes e incluso en bebidas, por lo que es difícil no sucumbir a ella más tarde o más temprano. El té boba, por ejemplo, ya consiguió adeptos hace unos años, cuando se propagó por EU e Inglaterra, y finalmente acabó también en España. Su secreto, se encuentra en unas bolitas de tapioca, que a través de una pajita anormalmente grande, se deslizan con el té hasta la boca, donde finalmente explotan entre tus dientes o se te pegan a las muelas. Entre una rabia inmasticable y un placer indescriptible, la magia del Q ocurre, una magia que consiguió que este té alternativo se hiciera tan popular en UK como el mítico English Breakfast.

Quizás no estemos preparados y aún no concebimos la idea de una albóndiga chicletosa, o un té con grumos, pero la devoción asiática por el Q promete asentarse en Europa y descubrirnos el placer de lo gomoso en la comida, ¡preparad la dentadura!

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