La amistad como salvación, como zona de confort, como ese hogar al que volver y sentir un abrazo. Hablamos con el autor sobre su segundo libro, ‘Cuando me disuelva’, una narración de dos narrada a una sola voz.
La vida a veces se tuerce; el camino que creíamos seguir se desvía, y acabamos en callejones tortuosos, oscuros, a los que nos adentramos sin saber muy bien cómo, y de los que después no encontramos la salida. Aunque esté allí, aunque sepamos en el fondo que existe, que solo necesitamos caminar un poco más, encender la linterna del móvil y luchar contra el miedo a la oscuridad, sin mirar atrás. Porque mirar atrás, desde luego, nunca ha sido una buena idea. Esto queda claro en ‘Cuando me disuelva’ (Editorial Dieciséis, 2024), la segunda novela del gallego Román Aday (A Coruña, 1992). A través de la voz de Arturo, nos sumergimos en la mente y la piel de Lola, su protagonista. Sentimos su dolor, su autodestrucción, esa forma de vivir sin ganas de hacerlo, la sensación de despertarse y sentir que los días son plomo, de perderse en lugares remotos, con gente desconocida, intentando, fuera de órbita, encontrar alguna emoción, cualquier cosa. O, mejor dicho, buscando la manera de dejar de sentir esas cosas de una vez por todas.
Al leer a Román también resulta inevitable empatizar con Arturo. Sentimos su preocupación y su impotencia ante una situación que parece indomable. Por momentos, nos convertimos en él, pero lo más relevante es que nos enseña que, incluso las que nos sentimos tan Lola, siempre hay alguien en quien apoyarse, a quien llamar en los días difíciles, a quien aferrarse hasta que ya no haga falta. Ir a donde sea necesario, pero siempre volver y habitar ese lugar que ya conocemos. ¿Acaso no es eso la felicidad? El calor de la comodidad cuando se le echa en falta.
‘Cuando me disuelva’ es la historia de una amistad, de una relación que Román vivió en carne propia. Arturo es él, y aunque el autor afirma que Lola existe, quizás no sea exactamente como la conocemos a través de sus páginas. Para entenderlo, necesitamos la voz de ella. Pero, por ahora, me reúno con el gallego para hablar de su mirada, la del libro. Al otro lado está él, exactamente quién me imaginaba. Y también está Arturo, en estado puro.
Esto empezó hace ya un montón de años, unos cinco o seis, cuando conocí a la persona en la que está basado el personaje de Lola. Ella me empezó a contar una situación personal bastante difícil que había vivido. Fue un poco como adentrarme en su experiencia, o mejor dicho, en sus vivencias, porque a medida que íbamos hablando, me contaba más cosas de su pasado, de cómo había sido su vida. Todo eso se me quedó muy grabado. Recuerdo que, después de nuestras charlas, yo me iba un poco mareado, porque ella había pasado por experiencias muy duras.
Poco tiempo después, escribí un relato que se llamaba Lo asfixiante, y sentí que encajaba mucho con todo esto del personaje de Lola, con ese arquetipo que ella representaba. Me di cuenta de que, de golpe, estaba escribiendo sobre la vida de esta persona. A partir de ahí, sentí que tenía una imagen que tenía fuerza, que tenía recorrido. Y como soy de ideas fijas, sentí la necesidad de alargarla, de darle forma, terminarla y cerrarla. Con esto pasó exactamente lo mismo: llegó un punto en el que asumí que, en algún momento, tenía que escribir sobre esto.
Entonces empecé a hacer diferentes pruebas de cómo iba a ser la historia, y de qué forma iba a escribirla. Pero lo que iba pasando era que mi relación con Lola también iba cambiando. Pasamos de estar bien a estar enfadados, hubo muchas cosas en medio, y eso se reflejaba un poco en cómo estaba escrito. Eso me obligó a esperar bastante antes de poder escribir la historia de manera definitiva, porque al final tenía que dejar que las emociones se templaran.
¿Y cómo fue su gestación?
El grueso de la escritura llegó cuando volví a vivir en A Coruña, cuando regresé a Galicia. Había estado fuera apenas un año, y justo al volver sentí como si ese momento se tratara de una especie de lección. Algo así como un misticismo, espiritualidad, sabiduría, llámalo como quieras, pero yo lo veía como un aprendizaje.
Al final, mi vida, mi forma de disfrutarla, estaba muy condicionada por la gente de la que me rodeaba todos los días. Y ahí estaba la lección que me llevé. En vivir cerca de las personas que más quiero, en tener un círculo de amistad muy sólido. Al darme cuenta de ello, de repente, todo empezó a tener sentido, y ese momento coincidía con que tenía en la cabeza la historia de Lola, aunque la original era mucho más cruda. Fue entonces cuando me di cuenta de que si la escribía tal cual, quedaría hiperbólica, demasiado dramática y sucia, sin ningún sentido, y tampoco quería hacerle eso a Lola, aunque ella me hubiera dado permiso. Entonces, cuando tuve esa especie de pequeña revelación, o más bien, ese aprendizaje, entendí lo que le faltaba al libro: un hilo conductor más emocional, que giraba en torno a la amistad, a tener un círculo cercano, a entender que la vida es acercarse y alejarse, pero sobre todo, tener un punto de referencia al que volver, un lugar donde te sientas un poco como en casa, a gusto. En ese regreso creo que comprendí lo que quería decir en este libro, porque el anterior me quedó desordenado, y con este quería que hubiera un mensaje, que tuviera una resolución.
Dices que el anterior te quedó como desordenado, yo no tuve esa sensación al leerlo. ¿Por qué lo consideras así?
Lo planteé un poco desordenado, depende de cómo entendía yo la escritura en ese momento. Para mí, escribir entonces significaba un flujo constante, un chorro que no se detuviese, ¿no? El libro anterior tenía cinco capítulos, al igual que este, porque es una estructura que me da cierta tranquilidad mental, como una forma de alinearme. En el anterior, lo que quería hacer era escribir cada capítulo en un solo día. Si ese día lograba llegar a las 10 mil palabras casi sin pensarlo, sentía que tenía sentido y forma. Si no lo conseguía, si me detenía, entonces todo eso no valía, y quizá solo rescataba una o dos frases, esperando a otro día en que tuviera sentido de nuevo. Esto tiene mucho que ver con cómo soy: a veces soy muy acelerado, y esa era una forma de narrar también muy acelerada. Pero en este libro no fue así. En este intenté que todo estuviera más entrelazado. Aún hay algo de ese impulso, de esa rapidez, pero pienso que está mucho más cuidado.
Vemos que está escrito en una sola voz, que vendría siendo la tuya. Todo lo que sabemos que siente Lola, es a través de Arturo. ¿Le has preguntado a Lola cómo sería si lo narrase ella? ¿En qué crees que cambiaría?
La verdad es que es una pregunta muy buena, y no sé cómo lo habría escrito. Se lo voy a preguntar, porque hablamos casi todos los días. El tema del juego de voces me rayó mucho. Recuerdo que cuando tenía una versión más o menos avanzada de la historia, se la pasé a una amiga en la que confío mucho, a Pilar —aprovecho para mandarle un beso—. Ella me dijo: “Parece que odias a Lola, está escrito con mucho desprecio”. Y es cierto, en ese momento estábamos muy enfadados, y claro, solo se reflejaba mi voz en el texto. Entonces me di cuenta de que, al tratar el tema desde mi óptica, también tenía que explicar en qué situación estaba yo para que ella se entendiera mejor.
Pensé mucho en eso, y tuve muchas dudas sobre lo egoísta que podía estar siendo con la historia. En el sentido de que estaba tomando la historia de una amiga, la estaba lanzando aquí y luego poniéndola a la venta para ver si funcionaba. Esa fue una de las grandes dudas que tuve. Y esta, por ejemplo, es una de las cosas que creo que me faltó pensar: cómo lo habría visto ella todo.
Sí, la versión de ella podría dar para una segunda parte. Sería interesante. ¿Lola supervisó todo el proceso?
En cuanto tuve la primera versión escrita fue la primera en leerlo. Yo ya le había pedido permiso mil veces y le dije que si había cualquier cosa que le molestase que se quitaba, pero no tuve que hacerlo.
Es una historia dura, ¿en algún momento la escribiste pensando en las interpretaciones que se podrían hacer sobre ella?, ¿pensaste en cómo se recibiría y cómo nos llegaría la historia a nosotros?
Es algo en lo que no pienso mucho, la verdad. No me detengo en eso. En cambio, pensé más bien en a dónde quería que llegara el libro. Lo habitual suele ser que envíes un libro a muchas editoriales para ver qué te conviene más y probar suerte. En este caso, primero tuve que reflexionar sobre qué era realmente lo que me interesaba. Para mí, hay una sensación de completitud al ver que el objeto está hecho, aunque no sé por qué, porque normalmente no soy muy apegado a los objetos. Pero en este caso sí: verlo ahí, encuadernado, maquetado, con su portada, me parecía algo especial. Solo entonces siento que está cerrado. Así que, al final, siempre tiendo a intentar publicarlo. Pero tampoco tengo una intención muy firme de que llegue a mucha gente ni pienso mucho en las interpretaciones que se puedan hacer del libro. Creo que, en este en concreto, no hay mucho espacio para grandes interpretaciones. Considero que la parte central está bastante clara. Pero, claro, eso no quita que cada uno se haga su propia idea al final. De todos modos, lo que realmente me preocupa es lo que puedan pensar las personas que conozco personalmente.
La precariedad laboral, y el trabajo es un aspecto que tienen en común tus libros, aunque en el anterior haces un énfasis mucho mayor. ¿Por qué este elemento común?
Ahora, cuando pienso en las cosas que me gustaría escribir a continuación, siempre las empiezo a pensar desde un enfoque de oficio. Porque al final es algo que te condiciona todo el día; son muchísimas horas pensando y dedicándote a eso, y termina influyendo en las personas con las que te relacionas, en tu vida de lunes a viernes. Es como que te absorbe mucho. Y creo que eso también influye bastante a la hora de construir un personaje: su materialidad, sus cosas, lo que le está pasando.
Este libro no lo escribí pensando tanto en la precariedad. En el anterior sí que quería acentuar más un discurso sobre el capitalismo, el trabajo, y tal vez eso surgió de manera más intencionada. En cambio, este libro salió de una manera más natural. De hecho, lo escribí cuando trabajaba en una pastelería, que fue probablemente el trabajo en el que más feliz fui. Nos lo pasábamos muy bien, nos reíamos mucho. Así que lo quise escribir con más cariño hacia ese sitio, más que con una mirada crítica sobre la precariedad y demás. Creo que lo precario simplemente se coló solo en la historia.
Por otro lado, quiero que el trabajo sea una parte muy constitutiva de las historias. Un trabajo que no es precario no es drama, y si no hay drama, pierde gracia, ¿no? O sea, podría escribir sobre un registrador de la propiedad o un funcionario de clase alta y tal vez habría una historia, pero su trabajo seguramente no daría el mismo juego que un trabajo más acelerado, más rápido, más desordenado. A mí me gusta escribir sobre ese tipo de cosas, sobre el desorden y demás, porque siento que me da muchos recursos.
Te sientes más cómodo escribiendo sobre el desorden, a mí me pasa también. Del desorden y el caos salen siempre las mejores historias. De hecho, en la de Arturo y Lola a veces puede parecer que hay cierto grado de toxicidad entre ellos. Puede dar la sensación de que a veces más que una amistad hay tan solo un apego. Por un lado, sentimos autodestrucción, por el otro, un empeño en cuidar a una amiga que no deja que la cuiden. Cuéntame tu visión.
Bueno, yo soy un poco de tener amistades muy obsesivas, con mis amigos paso muchísimas horas y tenemos vínculos y relaciones muy estrechas. Así que para mí, hay una parte de eso que simplemente es un amor exagerado que me sale de forma natural. Y luego está la otra parte, en la que a veces se establecen dinámicas muy tóxicas. Por ejemplo, alguien me comentó que el personaje de Arturo se parece un poco a un ángel de la guarda. Yo nunca había pensado en ese tipo de figuras, pero si lo aplicas a las amistades en general, siempre hay alguien que da más, alguien que abusa más, alguien que tiende a caer y otro que tiende a levantar. Es como una versión llevada al extremo de ese tipo de relaciones. Así que sí, es una historia sobre amistades tóxicas también. Pero creo que muchas amistades pasan por momentos tóxicos y, después, pueden sanar y volver a ser más normales. De hecho, eso fue lo que pasó, la amistad volvió a ser algo más normal, a su manera, claro, pero por suerte hoy en día hablamos mucho. Ella ya no vive por aquí, pero seguimos en contacto y la amistad es mucho más normal.
Entonces, ¿qué es para ti la amistad?
Para mí la amistad es algo casi obsesivo, a veces es muy necesario. Es como si fueran personas de las que estás un poco enamorado, pero no en el sentido romántico. Mantiene esa línea difusa, y ese ‘enamoramiento’ puede durar 15, 20 o 30 años. Además, soy muy estable en mis amistades. Tengo muy pocos amigos nuevos; es raro que haga uno. Y si hago un nuevo amigo, es con la idea de que seamos amigos por 10 o 20 años. Mis mejores amigos, por ejemplo, las tengo desde los 14 o 15 años. Para mí, la amistad es casi como un compromiso de por vida, tipo una hipoteca. Yo entiendo la amistad así: una vez que somos amigos, es un vínculo indisoluble, que puede pasar por distintas etapas, pero que está basado en un afecto que no va a cambiar.
En el libro puede haber veces en las que da la sensación de que Arturo siente algo más por Lola, aunque luego nos damos cuenta de que es su amigo 100%, y hasta vemos cómo se encapricha con otro personaje que aparece en uno de los capítulos. Ahora que has definido la amistad, y ese ‘enamoramiento’, profundicemos más en qué es el amor para ti.
Creo que hay algo en el amor que tiene más fuego, más intensidad, y eso varía según el momento y la edad. Por ejemplo, la relación de la que hablo en el libro fue un tipo de amor que aparece en un momento crucial de la vida, cuando sientes que te has enamorado y piensas que con 24 años ya vas a tener hijos y que la vida está hecha. Pero luego, en tres semanas, todo eso cambia y todos siguen con su vida.
A menudo, vivimos momentos con mucha intensidad, pero al final hay muchos puntos en los que esas experiencias confluyen con la amistad. Creo que también deberíamos construir esos vínculos a través de la amistad, en términos de comunicación, de pasar tiempo juntos, de hacer cosas, buscando algo sano y un vínculo duradero. Eso es algo que hoy firmo, cosa que antes no hacía. Antes quería caos y emoción, pero ahora busco tranquilidad.
No sé, hay un punto más irracional en el amor. Entiendo muy bien por qué mis amigos son mis amigos, pero a veces no comprendo del todo por qué me gusta lo que me gusta. Creo que el amor tiene un carácter más loco, inexplicable e irracional, mientras que la amistad se puede explicar de una manera más sencilla. De todos modos, ahora que lo pienso creo que no hay tanta diferencia. la verdad es que estoy enamorado de todos mis amigos.
Ya me dijiste que la portada me iba a gustar. Hablemos de ella, del trabajo de la fotógrafa Arancha Brandón. ¿Por qué una flor congelada? ¿Qué similitudes tiene con la historia del libro?
Una flor congelada es una imagen muy poderosa. Es algo bonito, pero a la vez está detenido en el tiempo, medio muerto, en un estado que no es el natural. No está floreciendo, ni creciendo: se ha quedado ahí. Así que, de repente, me pareció muy natural y muy intuitivo, porque es realmente hermosa.
¿Cómo te gustaría que hubiera continuado la amistad entre Lola y Arturo?
Yo creo que como está ahora está bien. Siempre hemos tenido el sueño de abrir un pequeño restaurante, algo que realmente me entusiasma. Me gustaría mucho tener una pastelería y hacer cosas ricas. Además, Lola es una persona muy retraída, que no disfruta de hablar con gente, mientras que a mí me encanta interactuar, trabajar y charlar. Todo eso me llama bastante. Así que, al pensar en eso, me gustaría mucho tener un restaurante de pasta, seguramente uno que sirviera solo pasta vegetariana, y también algunos dulces y postres, como cannolis. La verdad es que no estaría nada mal.
El libro a mí me ha crujido un montón. ¿Escribes mejor en el desastre siempre, no? O sea, ¿te planteas en algún momento escribir alguna historia feliz?
Cuando las primeras personas leyeron el libro, me dijeron que era muy deprimente, y yo me quedé pensando: ‘¿No habéis leído los chistes?’. Porque, de hecho, hay muchos detalles divertidos en la historia. Creo que, en el fondo, es una historia feliz. El final es bonito y la conclusión es positiva.
Ahora tengo una sobrina de dos años, que es maravillosa, y pienso mucho en escribir sobre niños, en incluir personajes infantiles en mis historias. Sin embargo, en general, aunque mi vida es más o menos feliz, todo en mi cabeza parte de una especie de desgracia, como del trabajo y de la idea de que uno se va muy lejos, y que todo está mal.
Me hablas de niños. ¿Qué viene ahora? O sea, ¿ya estás pensando en algo?
Mi idea era empezar ya con lo siguiente. Simplemente por trabajo, no voy a poder hacerlo en un par de meses, pero sí que querría seguir escribiendo. Lo de tener un segundo libro es genial, porque con el primero, mucha gente suele pensar que es solo una cosa pasajera, que es una etapa que ya se le pasará, ¿sabes? Pero con el segundo, ya se da por hecho que vas a seguir escribiendo, y eso mola. Yo realmente siempre quise escribir mucho, así que tengo un montón de historias que me gustaría contar.
Hay una parte en el libro que dices “cuando me disuelva, pues me gustaría ver la vida pasar con los ojos bien abiertos”, ¿cómo te gustaría verla a ti? ¿Cómo te gustaría ver tu vida en un futuro?
No lo sé, creo que me gustaría recordar. En el día a día, hay muchas cosas que te hacen muy feliz: pequeños momentos que luego terminas olvidando, y eso me da mucha rabia. No sé, me gustaría no olvidar esos días en los que te ríes mucho, o esos momentos en los que sientes ternura o cariño por algo bonito. A menudo, solo se nos quedan grabadas las primeras veces o las últimas, pero no todo lo que hay en medio. Me encantaría poder volver a verlo todo, esos jueves random en los que estaba tomando algo y me reía mucho. Eso es lo que realmente me encantaría revivir. Implica lo malo, sí, pero también lo bueno.
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