Sandra Romero: “Me parecía muy bonito ver a los personajes crecer mucho más rápido que yo”

11 / 12 / 2024
POR Alberto Richart

La directora ecijana estrena a la vez su primera serie, ‘Los años nuevos’, y su primer largometraje, ‘Por donde pasa el silencio’. La película es un cruce entre ficción y realidad, en la que los intérpretes comparten la sangre, además del texto, y ya resuena como candidata en los próximos Premios Goya.

Antonio regresa a Écija, su ciudad natal, para reencontrarse con su familia. Sus hermanos María, y el mellizo Javier, aquejado de una discapacidad desde su nacimiento, le reprochan que no regrese a casa más a menudo. Y es que Javier, tan parecido y tan diferente a Antonio, habita el reverso, la emancipación que nunca alcanzará. Como tantas generaciones que se han marchado de casa, Antonio busca la manera de canalizar la culpa, y se cuestiona si su deber es el de quedarse para cuidar de los suyos. 

La andaluza Sandra Romero ya trató el retorno al hogar en un cortometraje previo, titulado también Por donde pasa el silencio. Con la historia reconvertida, pero de nombre inmutado, su ópera prima llega a los cines con una clara intención de reivindicar un slow cinema, que se toma su tiempo para practicar y experimentar con sus intérpretes, y que reflexiona sobre algunas de las ansiedades que afectan a una generación dividida entre el querer y el poder, las luces de la ciudad, y el regreso a las raíces. Conversamos con la directora, que también estrena este mes la serie Los años nuevos, de Rodrigo Sorogoyen, sobre un cine que se antoja tan natural que plantea dudas sobre las endebles líneas entre realidad y ficción.

Foto: Manu Trillo

Hablas de un tema que es bastante signo de nuestros tiempos, que es ese sentimiento de culpa de marcharse y dejar atrás o a un lado a la familia. ¿Te ha pasado personalmente al marcharte de Écija?

Siempre hay algo de autobiográfico en las películas. En este caso, aunque sean tres hermanos que no son mis hermanos, Antonio y yo somos amigos desde la adolescencia, y los dos nos hemos marchado juntos y hemos tenido una experiencia muy similar a la vuelta a casa. Hemos sido dos familias distintas, con experiencias prácticamente espejo. La manera en la que yo conecté con esta historia cuando la empecé a escribir era muy grande.

¿Teníais claro que queríais rodar allí en Écija tanto el corto como el largo?

Los primeros cortometrajes, por pura necesidad de producción, porque se hacen en el marco de la escuela, los habíamos hecho aquí, y había algo que yo había descubierto. Esta historia, que va sobre el regreso, me habría resultado muy complicada de realizar en Madrid. Creo que que al hacer un viaje real de regreso también me hacía ver como cineasta los espacios que ya conocía, y que me parecía que era importante para el tipo de cine que yo hago.

De hecho, esta película juega mucho entre realidad y ficción, al contar con la actuación de los hermanos de Antonio, Javier y María, ¿de quién fue la idea incluirlos en el relato, sin ser actores? 

Hay algo de realidad en esta película, porque escribo sobre tres hermanos que la van a interpretar. Pero mi punto de vista externo y toda esa parte de experiencia personal con mi propia familia, escrita por mí, hace la película completamente ficción. Cuando planteo la película así, lo que entra de la vida, sobre todo, son las emociones que ellos ponen en esta película. 

Y, por supuesto, hay una particularidad, que es la enfermedad de Javier, que también parte de lo real. Es una discapacidad que Javier tiene y que ha sido muy generoso al ponerla en foco, y al nutrir a este personaje. Yo que conozco bien la discapacidad en mi familia, tener la oportunidad de trabajar un personaje con alguien que también la vive desde dentro, esos atisbos de realidad, esas grietas de realidad, a mí me han aportado mucho porque me han hecho hacer la película de una manera más honesta.

Foto: Julio Vergne

¿Cómo ha sido trabajar con Javier para que se pudiese abrir en canal sobre un asunto tan personal?

Javier es un chico muy inteligente y conecta muy bien con las emociones. Pero nosotros tuvimos un trabajo de seis meses de ensayo, que también fue un aprendizaje de cómo entrar en una escena, de cómo sostener un texto, de cómo repetirlo una y otra vez. Yo luego tenía que montar esta película y había que repetir una y otra vez lo que estaba escrito en el texto, sin perder la emoción que alcanzábamos. Fue un proceso de dedicación muy grande por parte de todos. Ellos se implicaron de una manera mucho más extensa que lo que suele ser un proyecto más industrial.

Es increíble pensar que está todo guionizado, porque no lo parece, parece tan natural. 

Esa era la idea. Evidentemente, siempre había alguna improvisación partiendo del texto, pero esa improvisación luego se tenía que volver a repetir. Hay momentos que nacieron en la película. Pero todo lo que yo puse estaba en pro del realismo, de que las emociones fueran reales y de que esta película pareciera de verdad.

Hay mucho diálogo en la película, pero también hay una cierta incomunicación entre la familia, que da a pensar que es lo que da nombre al título. Pero luego está ese paso de Semana Santa, en el que Antonio hace de costalero. ¿Crees que hay un punto de unión entre esa educación religiosa que nos han podido inculcar en nuestra generación, y la culpa con la que nos flagelamos a veces?

Claro que sí. Yo siento que al final somos lo que podemos ser. Es decir, no podemos despegarnos de la educación, incluso aunque como adultos reflexionemos, hay un impulso interior que siempre te lleva hacia lugares de tu educación. 

En este caso hay una educación religiosa: un regreso que Antonio mantiene año tras año, que es volver para cumplir una penitencia. La penitencia y la culpa están aquí muy relacionadas, casi como ficción. Fíjate, que la Semana Santa es una ficción que transita esto, y la película también es una ficción por la que transita esta penitencia. Pienso mucho como adulta hasta dónde podemos llegar a cambiar lo que ya somos. Y creo que muchas veces es simplemente aceptar que no lo vamos a cambiar y convivir con ello. Convivir con la culpa, pero a pesar de eso tratar de elegir de una manera racional.

Hay otra secuencia que llama mucho la atención, que es esa fiesta de cumpleaños que está construida con mucha tensión, con los cuerpos muy cerca de la cámara, y que señala bastante bien ese amor-odio entre los hermanos. ¿Cómo fue rodar ese momento que se hace tan incómodo?

Me di cuenta que hay cosas que buscas y hay cosas que encuentras, y a veces te sorprendes. Mi apuesta era que la cámara fuese casi un hermano más. Hay una cosa muy bonita de los tres que ya aportan desde sus vidas, que son unos gestos compartidos. Antonio y Javier son hermanos mellizos, María, aunque sea la hermana pequeña, tiene mucho de físico en común con ellos. ¿Cómo no me di cuenta antes de esto?

Hay algo de opresión en esa cámara que está tan cerca, y que me parecía también muy propia para esta película. Sentía que había que trabajar también desde ella porque la situación en sí es opresiva.

Hablando de ello, también hay una cuestión bastante presente en la película, que es el tema de la medicina y las drogas, y más anecdóticamente el sexo. ¿Te interesaba retratar estos subterfugios de los protagonistas para poder evadirse de la realidad?

Siento que hay personas que van a entender esto porque quizás lo han vivido. Ya se hizo una película sobre esto que se llama La belleza y el dolor. Esta medicina tiene el mismo principio activo que la morfina, lo que te provoca un estado de letargo muy profundo y una adicción, que hace que no solo la consumas más para paliar el dolor, sino que también tomes otro tipo de drogas para intentar compensar el letargo en el que entras. Es peligroso porque hay personas que entran en unos bucles de adicciones muy profundos, que los descompensan a nivel mental muchísimo, y me parecía importante que estuviese ahí. Pero también quería que estuviese de una manera muy cotidiana, sin hacer un dramón de esto, simplemente exponer con lo que lidian los personajes.

Y por otra parte, para mí es importante que Antonio fuese un protagonista gay porque nunca somos protagonistas en las películas. Y hay una parte de ese encuentro que también habla de esos hombres que están ahí en el pueblo y que no tienen una relación muy sana con su propia sexualidad. El final de ese encuentro es frío y extraño, porque hay un amor que no sabe el otro personaje dónde colocar, como le pasa con su familia.

¿Cómo fue la experiencia de rodar tres episodios de Los años nuevos, un proyecto un poco más colectivo, no tan personal como esta película?

Cuando entro en Los años nuevos, hay una parte en la que yo ya conozco y soy muy amiga de dos de las creadoras, Sara Cano y de Paula Fabra. Entraba desde la amistad en ese proyecto, de una manera cálida. Con Rodrigo [Sorogoyen] igual, desde el primer momento fue como una conexión: yo conectaba mucho con la manera en la que él quería llevar esta serie a la pantalla y el tono que quería manejar, por su intención realista y naturalista. Lo bonito de esta serie es que cualquiera puede conectar, porque es una serie que también habla de nosotros. Creo que todos hemos tenido más o menos parejas y hemos tenido experiencias de este tipo. 

Había también algo muy bonito que me proponía, que es que yo tenía la misma edad que los protagonistas en estos capítulos, y me parecía muy bonito verlos crecer mucho más rápido que yo: soltarlos y que dentro de dos meses tuviesen ya 35.