Hablamos con la escritora Sara Herrera Peralta sobre su nueva novela, ‘Me fui como una tormenta’, el bordado y la escritura.
‘Me fui como una tormenta’ (Consonni, 2025) es la hebra que une memoria, silencio y cuerpo. Sara Herrera Peralta entreteje escritura y bordado, guiada por Louise Bourgeois, para dar forma a un gesto delicado que borda la ausencia y la voz. La novela dialoga con su poemario ‘El piar de los pájaros y el goteo del agua que cae del techo’ (La Bella Varsovia, 2025), formando un testimonio voraz sobre la fuerza de lo frágil y la resistencia que habita en el arte.
¿Crees que el miedo al abandono puede convertirse en una forma de cuidado? ¿Qué une más: el hilo o la ausencia?
Sí, creo que el miedo al abandono puede convertirse en una forma de cuidado, pero resulta peligroso porque puede aproximarse a la dependencia, y una forma de cuidado dependiente, agota y a menudo daña. Me rebelo contra mi propia naturaleza, así que contra la nostalgia, prefiero la nueva imagen del mundo. Sostengo por eso que une más el hilo que la ausencia. En cualquier caso, diría que el hilo nos ofrece más posibilidades: en el caso del bordado, como metáfora de la vida, facilita el ejercicio de memoria, íntima y colectiva.
¿Cómo dialogas con la niña que fuiste? ¿Qué hay en la infancia que sigue pidiéndonos ser contado?
La curiosidad, la inocencia, la ternura. Pero en la infancia también están los traumas que nos persiguen luego toda la vida. Esa contradicción me parece fascinante, podría escribir y escribir sólo desde ese espacio temporal buscando respuestas a preguntas que probablemente queden siempre sin responder.
¿Qué lugar ocupa el silencio en tu escritura? ¿Puede lo cotidiano ser también una forma de resistencia?
Sin ninguna duda. En mi caso, para mí, lo cotidiano siempre fue materia poética. A veces el silencio dice, cuenta, grita, mucho más que las palabras de una frase. El silencio es otra posibilidad, y puede ser bellísimo o terrorífico.
¿Qué implica para ti ser sensible en un mundo que aún desconfía de esa forma de estar? En tu caso, ¿cómo se transforma esa sensibilidad en conocimiento?
Las personas hipersensibles conversamos con el mundo de una forma extrema. Lo alegre es más alegre, lo triste es más triste, el daño hace un más daño. Sin embargo, creo que las personas sensibles tienen la suerte de poder comprender más fácilmente y de una forma mucho más rápida.
Eso no siempre es una ventaja si no aprendemos a protegernos, pero cuando aceptamos esa sensibilidad, se abre un mundo de oportunidades que, si además de hipersensibles somos curiosas, me parece que puede ser algo maravilloso: un estado continuo de búsqueda y cambio, un círculo infinito. Ahora que soy madre de dos hijos les digo que ser sensibles nos permite estar más vivos, y, la verdad, en este mundo en el que nos quieren lo más dormidos posibles, ésa me parece una suerte inmensa. No me preocupa tanto que el mundo desconfíe de los sensibles.
En mi caso, además de hipersensible soy neurodivergente. Lo he descubierto en la edad adulta, muy recientemente. No comprender mi forma de funcionar me ha provocado mucho sufrimiento a lo largo de mi vida. Hoy lo considero una suerte y comprendo muchas cosas que antes no comprendía. Son precisamente la hipersensibilidad, la curiosidad y la neurodivergencia algunas de las cosas que me han permitido otras formas de conocimiento o la posibilidad de crear. No pasa nada si el mundo desconfía de esa forma de estar. La diferencia es enriquecedora, somos las personas las que ponemos los frenos y las barreras a lo que puede ser una oportunidad.
¿Qué aprendiste del dolor que no se comparte? ¿Puede la tristeza por una amistad perdida transformarse en una forma de amor más honda? ¿De qué forma crees que el perdón —cuando se piensa como una forma de reparar— nos ayuda a comprender mejor el paso del tiempo, el proceso de madurar o el saber dejar ir?
Creo que éste sería un buen ejemplo del poder del silencio. A veces las palabras duelen tanto que el silencio nos permite vehicular más fácilmente el dolor o el duelo. El perdón necesita tiempo y el tiempo es un bien escaso, así que sí, estoy convencida de que tener la posibilidad de vivir el duelo, durante el tiempo necesario, nos facilita ese dejar ir. Hay tantísimas cosas que se nos escapan y que no podemos controlar… pero en la incertidumbre existe la posibilidad y, en la posibilidad, la oportunidad de elegir.
¿Dónde sientes que termina lo íntimo y comienza lo político? ¿Has sentido alguna vez que lo más tuyo era también lo más colectivo?
Lo siento siempre que decido dar el paso hacia la publicación. Yo siempre digo que escribo para mí misma, pero lo íntimo, lo personal, es político y, muy a menudo, las experiencias personales vividas en situaciones injustas o en desequilibrio abrazan las experiencias colectivas, y pensar, imaginar, crear en colectividad, es, sin duda, mucho más enriquecedor. Por eso el arte como acto político, la escritura política, la mirada crítica, dan para mí sentido a exponerse y a compartir la escritura o la obra de arte.
Hablas sobre el no man ‘s lands. ¿Qué signica para ti habitar un cuerpo que ha migrado pero que aún borda con su memoria? Has viajado y vivido a lo largo de muchas ciudades, ¿cómo se comprende la voracidad del paisaje mientras se recuerda, añora y perdona?
El cuerpo en migración es un cuerpo herido, pero la memoria corporal, el sentimiento de pertenencia y la capacidad para amar los nuevos paisajes dependen de si la migración es voluntaria o forzada. Son innegablemente cuerpos con posibilidades distintas. Yo elegí migrar, pero desde la elección mi cuerpo también sufre. Hay mucho de abrazar el cambio y mucho de soledad y muy poco de aburrimiento en todo esto, pero el cuerpo recuerda los paisajes como recuerda la infancia, y detrás del cuerpo está el lenguaje, que nos permite aliviar la voracidad del paisaje. La mente, sin embargo, recuerda los paisajes en los que fui feliz y las personas de esos paisajes en los que fui feliz. En ese sentido, no comprendo el concepto de patria, rechazo las fronteras y las banderas: prefiero la posibilidad de lo desconocido. Creo que la apertura nos permite ser más libres.
Milan Kundera menciona en su novela, La insoportable levedad del ser (1984), que nuestra vida es una prolongación de la vida de nuestras madres. Somos el relevo narrativo cuando la historia se pausa. ¿Crees que hay una línea continua entre ser hija, madre, y mujer? ¿Qué se hereda emocionalmente entre esas versiones de una misma?
Sí, creo que existe esa línea continua, de la misma forma que no elegimos el lugar en el que nacemos o la educación que nos dan, los privilegios y las desgracias con las que llegamos al mundo, creo que heredamos, observamos, repetimos, miedos, comportamientos, errores y, a veces, aciertos. Las mujeres lo hemos tenido mucho más difícil que los hombres, lo seguimos teniendo, y eso prolonga efectivamente el pesar.
En mi caso, soy la primera generación de mujeres por parte de mi familia materna con derecho a estudios universitarios. Mi madre tuvo que buscar un empleo para poder estudiar en la universidad, no así su hermano, que por ser hombre tuvo derecho a estudiar en la universidad, a pesar de que ni quería estudiar ni rindió en sus estudios. Mis dos abuelas, la materna y la paterna, dedicaron sus vidas a las tareas domésticas y la crianza. Quiero que mis hijos, tanto mi hija como mi hijo, sean conscientes de que esas realidades no son lejanas, existen aún hoy, son injustas, a pesar de que nuestra sociedad las normalice. Mi madre es muy buena lectora y tiene una mirada muy crítica. Creo que mi madre habría escrito si hubiese tenido las oportunidades que he tenido yo, el apoyo o la libertad que encontré. Creo también que tendría menos miedo y más serenidad. Por ende, yo también. Así que sí, creo a ciegas en esa línea continua.
En La Ode à Eugénie Grandet de Louise Bourgeois, ¿qué lugar ocupa el arte cuando ya no hay respuestas claras, solo preguntas? ¿Es para ti una forma de permanecer o de atravesar?
Louise Bourgeois decía que el arte es una garantía de cordura y decía también que necesitaba sus recuerdos porque eran su documentación. Gran parte de la materia creativa de Bourgeois residía en su pasado y más concretamente en su infancia. Creo que el arte tiene un poder si no sanador, al menos liberador. Me parece que el arte nos permite ambas cosas, permanecer y atravesar, pero me interesa más lo segundo porque implica movimiento.
Figuras como Penélope (Homero) y Aracne (Ovidio) tejieron formas de decir lo que no podía decirse de otro modo. ¿Qué signica para ti esa espera que no es quietud, sino tiempo suspendido? ¿Aprendemos las mujeres a esperar de una forma distinta? ¿Crees que la espera femenina se transforma casi inevitablemente en creación?
Creo que no es cuestión de género, es cuestión de lo que vivimos, de las experiencias que atravesamos. Mi interés por quienes viven, trabajan y crean en los márgenes, en paisajes olvidados o devastados, junto a la preocupación por la ruina económica y ecológica y las dicultades a las que históricamente se han enfrentado las creadoras, busca un espacio posible de creación conjunta entre el relato, el testimonio, la imaginación y la convivencia de la literatura con otras disciplinas artísticas, con un especial interés por la fotografía, lo rural y lo artesanal como alternativa a las posibilidades del sistema capitalista y como diálogo y ejercicio necesario de memoria, individual y colectiva. No creo que las mujeres esperemos de una forma distinta, creo que la sociedad nos fuerza a esperar como fuerza a las minorías. Tampoco creo que cualquier tipo de espera se transforme casi inevitablemente en creación, hay esperas que llevan a decisiones suicidas. Creo que es peligroso romantizar el arte o la creación.
Mientras escribías Me fui como una tormenta (2025), también ibas tejiendo tu poemario en paralelo. ¿Cómo fue ese proceso emocional de crear con lenguajes distintos al mismo tiempo?
Responde a una necesidad. En cuanto a la escritura, me resulta fácil y hasta necesario crear simultáneamente varios proyectos o varios artefactos a través de géneros diferentes. Es la primera vez que se publica un proyecto común atravesando varios géneros, pero no es la primera vez que trabajo de esta forma. Me pasa lo mismo con la lectura, por ejemplo, porque suelo leer varios libros a la vez y retomo la lectura de aquel que más me apetezca en ese momento según mi estado de ánimo o las circunstancias en las que vaya a leer el libro. Adoro también crear con las manos, aunque muchas cosas no se me den bien. Coso, bordo, dibujo, cuido de un jardín… las actividades manuales me calman y me nutren como lo hacen la escritura y la lectura.
¿Qué dejamos en las cosas cuando ya no estamos? ¿Es la escritura —o el bordado, o cualquier obra— una forma de decir: “Esto es lo que fui. Esto es lo que quise que entendieran”? ¿Cómo dialogas, en tu proceso, con los rechazos que también te han construido?
No pienso en la permanencia durante el ejercicio de escritura. Considero la escritura como una forma de comunicación conmigo misma y con los demás y un espacio de libertad que no hallo en el mundo. Sin embargo, no escribo para cuando no esté, escribo para mí, en un acto egoísta. Si publico, es porque creo que tiene sentido compartir el libro por alguna razón colectiva.
El concepto de “rechazo” o “fracaso” a los que me refiero en los dos últimos libros, tanto en el poemario ‘El piar de los pájaros y el goteo del agua que cae del techo’ (La Bella Varsovia, 2025) como en la novela ‘Me fui como una tormenta’ (Consonni, 2025), hacen alusión a la oportunidad que se presenta siempre frente a lo que en Occidente consideramos como fracaso o como fallo. Sin embargo, en francés fracasser signica “romper algo en mil pedazos violentamente”. ¿Y si el fracaso nos permitiera comenzar de nuevo para recomponer algo con más posibilidades? Esto es precisamente lo que experimenté durante el proceso de escritura y publicación de estos libros, particularmente en el caso de la novela. Los rechazos reescribieron la historia y permitieron posteriormente la publicación. Si permitimos el diálogo, se desbloquea el miedo, llega la posibilidad.