«No repetiría ningún trabajo porque escribir me ha permitido volver a todos: transformarlos, revisarlos, incluso corregirlos. La literatura me ha dado lo que la vida laboral nunca me dio: la posibilidad de reescribir».

Violeta Niebla sabe que el siglo XXI se escribe a base de trabajo precario. Escritora, fotógrafa y gestora cultural, Niebla se define como «artista que escribe, produce y dispara», una descripción que se adapta perfectamente a su nueva obra: Todo lo que hice por dinero (Blackie Books).
Este libro, que juega con ser su primera novela y a la vez un irónico currículum vitae, es una disección del yo a través de su historial de empleos. Desde su Málaga natal, donde, por cierto, sigue impulsando la escena cultural y construyendo su propia casa, Niebla nos invita a repasar esa lista de ocupaciones que, según la sinopsis, miente para decir la verdad. Hablamos con ella sobre trabajo, picardía, sueños y vida en épocas de inestabilidad y, claro, todo lo que hacemos por dinero.

Violeta, ¿qué querías ser antes de trabajar en nada?
Quería ser veterinaria, forense o detective. Ahora lo pienso y las tres caras de esa moneda siguen ahí: animalista, oscura y morbosa. Al final me he quedado con algo de las tres: observo, registro y disecciono, pero lo hago con las palabras. Con la literatura puedo serlo todo.
Hay demanda de autoficción, nos sentimos abrazadas escuchando las experiencias de las otras para aliviar las nuestras. ¿Por qué crees que se da este fenómeno?
Creo que en la literatura siempre ha existido la autoficción, aunque no se llamara así. Desde las confesiones, los diarios, las novelas con alter ego, siempre ha habido un yo que se infiltra. Lo que pasa es que ahora le ponemos nombre.
¿En qué andas trabajando ahora?
Estoy a punto de sacar mi primer libro de narrativa, que sale el 15 de octubre en Blackie Books: Todo lo que hice por dinero. Como vengo de la poesía, todavía siento pudor al cambiar de género, es como entrar en arenas movedizas.
Es una novela con estructura de currículum, o una colección de relatos del mismo personaje que usa la vida laboral como excusa para hablar de muchas otras cosas: identidad, deseo, familia, humor, pérdidas. Cada trabajo abre un género distinto —terror, amor, comedia, drama—, como si detrás de cada empleo hubiera una novela escondida.
En ese sentido, es una novela madre: de ella podrían brotar muchas otras, como los Gremlins cuando les echas agua y se multiplican. Es un libro interminable, que puedo seguir escribiendo y versionando mientras siga activa laboralmente. Más que un proyecto cerrado, me gusta pensarlo como un dispositivo literario abierto. He abierto la veda, y luego ya veremos por qué otros caminos se expande.
El 18 y 19 de octubre tengo el estreno de PARQUE con la compañía que he formado junto a Cristian Alcaraz en el Teatro Cánovas de Málaga. PARQUE es un experimento escénico: escribir un libro en directo, sobre el escenario. Nos interesa preguntarnos cómo jugamos los adultos y convertir ese juego en literatura y teatro al mismo tiempo (que es como jugamos nosotros). Estamos trabajando en mediación con distintas asociaciones, porque queremos que PARQUE sea también un libro comunitario: en cada función escribimos un capítulo nuevo, de manera que cada bolo deja huella y el libro se va completando colectivamente.
Al final, lo que proponemos es eso: unir literatura y teatro, pero también abrir un espacio de juego compartido con el público y con todas las personas que están abrazando el proyecto.
Y a finales de octubre también, tenemos la XIV edición de IRRECONCILIABLES, Festival de Poesía de Málaga que un año más estoy armando junto a mi bestie Ángelo Néstore. Ya mismo sale la programación completa que podrás consultar en nuestra web www.irreconciliables.com
Y en paralelo, de octubre a junio, sigo con varios frentes abiertos: el taller de poesía pUMA en la Universidad de Málaga, el club de lectura también en la UMA, mi columna semanal en Diario Sur y unas colaboraciones mensuales para la revista SIX. Además, llevo adelante junto a Alessandra García todo el trabajo de producción de Dos Bengalas, nuestra cooperativa.

Tomar confianza en un oficio creativo es algo que en nuestra generación se está consiguiendo, en general, a partir de la treintena. Hacerse autónoma, qué fuerte qué vértigo, a saber las de facturas falsas que han caído detrás de eso (sí, es mi caso). ¿Cómo valoras este proceso y qué fue lo que te empujó, lo que te hizo ver que habías convertido tu vocación en oficio?
Lo que me empujó fue darme cuenta de que la vocación no es un lugar al que todo el mundo llega de repente, como una revelación, sino en mi caso, es más bien una identidad que se va entrenando en paralelo a los trabajos que he ido haciendo y descartando.
En el libro se ve muy claro: la narradora busca trabajos, pero en realidad busca reconocerse en ellos, encontrar un modo de estar bien, aunque sea a ratos. Hay una búsqueda de bienestar y también de dignidad, incluso sabiendo que las reglas del juego están marcadas y que a veces la única salida es inventarse un atajo.
Para mí, el oficio creativo consiste justo en eso: no solo en producir, sino en aprender a moverte entre lo que deseas y lo que te permiten, con ironía y con cierta conciencia de estar jugando a medias dentro y fuera del sistema.

¿Qué trabajo repetirías y a cuál jamás volverías? Alguna experiencia que no olvides de toda esa amalgama de curros random.
Sería muy falsa si te dijera que haría todo igual y que no me arrepiento de nada porque he fantaseado tantísimas veces con volver al punto de salida y cambiar mi vida por completo. La pena es que solo tenemos una y dura muy poco.
No repetiría ningún trabajo porque escribir me ha permitido volver a todos: transformarlos, revisarlos, incluso corregirlos. La literatura me ha dado lo que la vida laboral nunca me dio: la posibilidad de reescribir.
Construir una casa es algo que consume pero a la vez engancha, te mantiene ilusionada a pesar de las complicaciones que surgen y lo agotador del proceso. ¿Cómo lo vives? ¿A la Violeta de hace seis años se le pasaba esto por la cabeza?
A la Violeta de hace seis años no se le pasaba nada de esto por la cabeza. Ni a la de hace veinte ni a la de hace treinta. Nunca tuve claro qué iba a ser de mí.
Lo vivo con orgullo y, no te niego, también con un poco de vergüenza: a veces parece que las cosas me hubieran caído del cielo y sé que hay quien todavía se pregunta de qué vivo o cómo he conseguido lo que tengo.
La realidad es que he sido muy tenaz y he hecho muchos sacrificios, sobre todo con mi tiempo. Lo sigo haciendo, porque la casa —como la escritura— nunca se termina del todo. Ahora apenas empiezo a ver el color de tanto esfuerzo, y esa es mi ilusión: habitar lo que yo misma he construido.

Algún sueño que hayas tenido últimamente.
Por desgracia, muchas pesadillas. Pero soñé con mucha claridad con la casa nueva de una amiga, que se ha mudado y todavía no la he visto y en el sueño su piso era gigante, tenía una cama de diez metros de ancho.
Una sala entera llena de duchas como de gimnasio. Allí dentro hacíamos una clase de teatro y teníamos que hacer el rol de perros y olernos los culos unos a otros.

Un poema para el futuro.
Los poemas los he dejado en barbecho que dicen que es bueno para la tierra.
¿Y una foto?
Una de mi perro, Rómulo.

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Texto y fotos: Rocío Madrid








