FILIPINAS: un viaje por los contrastes entre sus islas y sus ciudades

17 / 12 / 2019
POR Lorena Varela

De la idea de muerte y el contacto con la naturaleza filipina a la idílica isla de Palawan, sus aguas cristalinas, sus peces de colores y su gente.

Acabábamos de llegar. Aterrizamos en Manila y nos dirigimos al hotel más cutre del mundo (en verdad estaba algo mejor que en las fotos ¡qué raro!). Dejamos las mochilas allí y fuimos a buscar un lugar para cenar; nos conformábamos con algo de Street food abierto a las once de la noche, sabiendo que en Filipinas, a las 6, en agosto, anochece. Vimos una terraza donde había gente comiendo y decidimos entrar pensando que tenía muy buena pinta, y sí había mucha gente comiendo, pero en un silencio absoluto. Todos nos miraban de una forma muy extraña y nadie nos venía a recibir, pensamos que igual vendrían a atendernos una vez nos sentáramos y ¡menos mal que no nos sentamos! Mientras estábamos intentando en vano entender una carta en filipino, al mirar a la derecha notamos que la decoración del garito empezaba a cambiar: cristos por todas partes, vírgenes, velas encendidas…pero,como sabíamos que eran católicos debido a la colonización de España hace 200 años, no nos extrañó demasiado. El problema llegó cuando nos fijamos más en esa zona y vimos ¡un ataúd! Estaban velando a un muerto y nosotros allí, dos guiris buscando algo para cenar. Nos fuimos corriendo ¡qué mal rollo y qué vergüenza!

El segundo día decidimos pasear por Manila y dimos con un cementerio. Nos adentramos en él y nada más lejos de la realidad, nos encontramos algo que nunca hubiésemos esperado. ¿Os imagináis vivir en un cementerio? Yo tampoco. Pues ahí, 2400 filipinos vivían entre las tumbas de sus fallecidos, sin lugar a dudas, era tan curioso como espeluznante para nosotros. Había tiendecitas en el cementerio y trabajaban limpiando y construyendo más tumbas o poniendo nombre a las lápidas. Para algunos filipinos, vivir en un cementerio les aporta tranquilidad y les aleja de la inseguridad de los barrios pobres de la ciudad. En las tumbas y estructuras improvisadas sobre ellas, la gente ve telenovelas, juega a las cartas y charla. Una vida completamente normal, solo que en un contexto extraño para nosotros. Por la noche, la gente acostumbra a dormir sobre las tumbas de sus familiares, es una opción práctica para ellos, nos contaban.

Además, Filipinas es un país devotamente religioso y hay quienes apenas ven la frontera entre los vivos y los muertos. Las tumbas se suelen arrendar durante 5 años, hasta que las familias las puedan seguir pagando. Una vez dejen de pagar, se exhuma el cuerpo y por eso es normal ver bolsas con cráneos y huesos entre la ropa de los que fueron sepultados. La gente deja ofrendas de bocadillos, bebidas, y cigarrillos a sus familiares y, a menudo, se puede ver a sus parientes orando o encendiendo velas para sus difuntos.

El tercer día, volamos a esa isla idílica: Palawan. Un sitio increíble, si no fuese por sus bichos. Y es que en esta vida podría acostumbrarme a todo menos a llegar de fiesta a la cabaña y encontrarme una tarántula al lado de la cama. O despertarme por la mañana y esquivar una cucaracha para no pisarla descalza.

Lo bueno de este tipo de situaciones es que siempre deja una anécdota que contar. Volvamos a lo de la tarántula. Obviamente en cuanto la vi, salí asustadísima a buscar al vigilante de las cabañitas para que se deshiciera de ella. Total, que se acerca a la habitación e intento pasarle mi zapato para que la matase y ante su “don’t worry”,  yo me relajo aunque me sigo preguntando cómo va terminar con ese bicho. El señor de unos 50 años, un hombre experimentado en el asunto, abre su mano de par en par e intenta golpear al animal. La tarántula se escapa recorriendo la habitación, nosotros ya nos veíamos durmiendo en otro lugar de la isla, pero, por fin, tras 5 minutos de lucha, el vigilante consigue matarla ¡Menos mal, joder! Cuando creí que todo había terminado, coge a ese bicho asqueroso y poniéndomelo delante de la cara me dice mientra ríe: “look, you are safe!”. Dominada por mi terrible fobia a las arañas y perdiendo los papeles, le grité histérica que me sacase esa cosa de mi cara.

Cuarto día, el segurata del hotel nos aseguraque lo mejor que hemos traído los españoles a Filipinas ha sido el catolicismo. Discrepo.

El quinto día, nadamos en las increíbles playas de Palawan, historia para la cualme extiendo haciendo un “copia y pega” de mi libreta de viajes porque me parece bonito reflejarlo tal cual lo sentí y lo escribí en su día:

No sé qué día es hoy. Me gusta no saber en qué día vivo. Qué manía tan fea la de medir el tiempo, como si se fuese a acabar el mundo en cualquier momento. Como si pudiésemos conocer el final de la historia. Desde que he llegado a Palawan, mi mood ha cambiado completamente, solo quiero vivirlo y disfrutarlo como si fuese aquella tortuga gigante que nadaba lentamente bajo el mar, hasta que subía a la superficie, sacaba su cabecita y volvía a respirar.

El agua en Filipinas es tan cristalina que parece un sueño. Allí he podido ver los arrecifes más increíbles del mundo, nadado alrededor de las anémonas protegiendo su casita para que nadie entre. Me sumergí entre miles de peces de colores que hacían del mar un lugar mágico al que soñaría con llamarle hogar. He visto rocas con forma del más complejo cerebro bajo el mar.

Ese día, cogimos una moto y nos recorrimos la isla sin sentido alguno. De repente, se puso a llover de esa forma peculiar en la que llueve en los países tropicales y tuvimos que cobijarnos en una tiendecilla en medio de las palmeras que llevaba un padre junto a su niña de 3 años. Al dejar de llover, el padre se puso a construir una casa al lado de la tienda. Mientras tanto, Anabel, su hija, cobraba unas chuches y unos helados a otros niños que iban a comprar a la tienda. Nos quedamos fascinados porque ¡la niña de 3 años estaba cobrando! Supusimos que no sabía contar, ¿no? Quizás los niños eran buenos y le daban tal cual lo que tocaba o quizás no, quien sabe.

El viaje duró 26 días y en el hay muchas, muchísimas aventuras que podría seguir relatando, sin embargo aquí os dejo un resumen de lo que más me ha impactado y lo que más he disfrutado a la vez.

Fotografías y texto por Lorena Varela

@lorenavarela__