Nepal Sonríe

23 / 06 / 2016
POR #VEINDIGITAL

Maria Herreros y Paula Bonet viajaron a Nepal para pintar una escuela infantil y Noemí Elias lo documentó en fotos. En #VEINDIGITAL tenemos el placer de compartir el relato de esta bonita historia narrada por sus propias protagonistas.

 

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· Maria Herreros ·

Parece un cliché decirlo, porque hemos escuchado mucho sobre la pobreza (económica) en las zonas rurales de países como Nepal, y realmente te lo esperas; pero aun así te golpea.

 

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Algo que me maravilló fue comprobar el programa educativo de los niños de la escuela de Nepal Sonríe. Lectura, idiomas, yoga, respeto al entorno, educación emocional… Estos niños están avanzando cuatro generaciones respecto a un entorno en el que, pese a la generosidad y espiritualidad dominante, temas como el medio ambiente o las emociones entre padres e hijos no suelen estar desarrolladas.

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Las coordinadoras de la ONG Nepal Sonríe y las profesoras (locales) nos contaron la historia de la escuela y de unos niños que estaban en bastante malas condiciones de salud por los parásitos en el agua. Los educaron en costumbres como el lavado de los dientes y manos (que ellos enseñan ahora a sus padres) y les proporcionaron agua potable; con lo que cambiaron sus vidas. Empezaron a reír, a jugar y a aprender de manera increíble solo con estos pequeños cambios. Hemos introducido partes de su historia en las paredes de su escuela, así como elementos de su cultura y un respeto a la estética asiática, pasada por nuestro filtro, que también aporte a sus ojos algo nuevo. Que les haga ver que este planeta es muy grande porque quiero que estos niños gobiernen el mundo en treinta años.

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· Paula ·

Pensaba que encontraría un pueblo triste y devastado. Polvo y pesimismo. Encontré la gente más alegre, honesta y buena que he visto nunca. No tienen nada y te lo dan todo. En Katmandhu nadie intenta timar a tres tías guiris que se ve de lejos que son muy guiris. Podíamos caminar tranquilamente por cualquier calle. Tampoco intentan robarte. Nos dijeron que quizás, en el bus, con la aglomeración, pero sólo lo que pudieras tener en los bolsillos.

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En el centro de Katmandhu hay varios templos hechos escombro. Allí siguen: todo tirado por el suelo o apuntalado. Parece que estará mucho más tiempo así, la reconstrucción necesita un capital muy elevado. Muchos de esos edificios ya estaban muy deteriorados antes del terremoto, no tenían medios para restaurarlos. También los pueblos que visitamos: todo embarrado, restos de casas en medio de la calle. Grandes solares. Tiendas de campaña de la Cruz Roja China.

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Pero nadie se lamentaba por nada. Nadie daba pena. Todos seguían con sus vidas, los niños jugaban en las plazas y reían, las mujeres hacían la colada o se lavaban el pelo en la calle (era sábado, el día de lavar la ropa), los hombres estaban tumbados en los largos porches… A veces daba la impresión de que no estaban afectados por lo que han perdido (hablo sólo de cuestiones materiales) porque ya no tenían nada. Es tristísimo.

La experiencia en Bastipur fue de las más duras y bonitas que he vivido nunca. El simple hecho de llegar ya fue una odisea. La calidad de las pinturas dejaba mucho que desear. El negro era morado. No teníamos agua (limpiar los pinceles era algo complicadísimo! Y tienen que limpiarse con mucha frecuencia. Nos decían que bajáramos al río. ¿Cómo iba a limpiar los pinceles en el río? Nos subían agua del río, limpiábamos allí los pinceles, y después la echaban al río de vuelta :S Al final bajamos a limpiarlos al río. Hay basura por todos lados: en el campo, en las calles, en el agua.) De repente caía una lluvia densa y dura y apedreaba la pared en la que estábamos pintando. Toda la pintura resbalaba por el muro, el dibujo a la mierda. Con la humedad no se había secado. Vuelta a empezar. Sin saber si iba a caer otro chaparrón en quince minutos. Cortes de luz a todas horas. Un calor achicharrante desde las 8 de la mañana hasta que bajaba el sol. Empezábamos a pintar a las 6 de la mañana.

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Nos quedamos a dormir en casa de una familia de Batispur. Compuesta por los abuelos, los padres y los tres hijos. Una de las casas más limpias del pueblo (aunque en general me daba la impresión, siempre, al verlos barrer, que lo único que hacían era cambiar el polvo de sitio) tenía alquiladas dos habitaciones a las chicas de la ONG. Cenamos con ellos, compartimos la comida de la escuela y la que ellos tenían. Todo muy sencillo pero muy sabroso. Dormimos en unas camas durísimas e intentamos ducharnos en un lavabo extremadamente hediondo. Apenas tienen agua y las heces nunca acaban de desaparecer. Si te descuidas no puedes ducharte porque el agua se acaba rápidamente. En toda la casa, ni un solo espejo. Ni en el baño.

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