Aves en la tierra colorada

09 / 08 / 2016
POR Caro Urresti

La escritora española Josefina Plá y el novelista paraguayo Augusto Roa Bastos, denominaron «Isla rodeada de tierra» al Paraguay, país en el corazón de América Latina que  se despliega a través de las rendijas y los caminos que uno se anima a transitar.

 
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Cada viaje al Paraguay lo organizo sintonizando mi agenda al calendario de los festejos de las fiestas populares locales. Algunas de carácter aborigen, otras teñidas del olor del cristianismo y la religión católica y otras tantas donde las misturas y mezclas hacen del festejo una celebración suspendida en el tiempo.

Este 24 de julio  sabía que quería estar pisando tierra colorada, para ser testigo de los festejos en honor a San Francisco  Solano, fraile y sacerdote franciscano español. A finales del 1500, durante más de 14 años, misionó por el Chaco Paraguayo y es en Emboscada, donde se lo honra de manera especial. Allí evangelizó a los hombres más aguerridos  conocidos como los “guaycurúes” (bárbaro o salvaje) con la palabra, la música y el baile. El amor por las aves que profesaba el fraile es lo que distingue la fiesta patronal.

Los festejos se celebran en una humilde capilla en la Primer Compañía Minas de Emboscada.

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Guiados por rumores de fiestas nocturnas, procesiones y bailes, viajamos la noche del sábado 23.  A tan solo 39 km de Asunción, recorrimos carreteras que obligan a detener la marcha y desacelerar el andar y que de alguna manera, presagian el tiempo detenido que nos espera en el lugar. Plumas en el piso anuncian que los “promeseros” ya estuvieron.

Detrás de la Capilla, se despliega una feria nada improvisada y a los lados los “copetines” ofrecen cerveza, chipa, lomitos. Calesita de madera que da vueltas a tracción humana,  juegos de apuestas a base de maderas, clavos, bolitas. Artefactos con ventiladores que le dan impulso a globos que vuelan eternamente, carritos de pochoclo, helados que nada tienen de artesanal, comidas típicas stands que imprimen la foto de uno en un llavero, muñecas y autos “made in china”, revólveres de plástico, vírgenes, santos y venta de cacerolas y electrodomésticos. Todo en alegre armonía es parte de la kermese religiosa.

Hablando con los lugareños y aquellos que adornan y visten el frente de la Capilla, nos enteramos de la misa  central de las 11 de la mañana del día siguiente.

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Domingo 24 de Julio, frente a la Capilla se despliega el altar con sus sacerdotes orando en español y en guaraní la fe cristiana mezclada con los ritos nativos. Canciones tradicionales de la liturgia católica son entonadas por todos los presentes, sean “promeseros”, público creyente o simples espectadores como nosotros.

El patio central está escoltado por filas de “Guaycurues” vestidos con trajes ornamentados por plumas prólijamente elegidas de gallos y gallinas. Antiguamente se desplumaban faisanes y avestruces que le daban mayor colorido a los atuendos.

Hombres, jóvenes, mujeres, niños y adultos que se enorgullecen de ser los protagonistas indiscutibles de la fiesta cumplen con sus promesas, casi siempre vinculadas con la salud y la cura de enfermedades. Visten con hidalguía los trajes confeccionados por sus propias manos durante largos meses, imprimiéndole cada uno su sello particular. Afinan sus voces para no ser reconocidos y  emiten sonidos cual aves. Un coro de risas,  palabras en guaraní  y español  y el agudo piar crean un nuevo idioma cuando conversan entre ellos.

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Los rostros siempre cubiertos, ya sea por mascaras de cotillón,  telas pintadas delineando ojos y bocas, camisetas viejas reutilizadas, antifaces. Es el nuevo rostro que enmascara al hombre, solo algunos niños eligen mostrarse.

Al terminar la misa, son los “promeseros” quienes transportan la imagen del Santo a la cancha de futbol y da comienzo la procesión, musicalizada por petardos, por cantos, por risas y el sonido de las aves. Al terminar la caminata, vuelven todos al patio frontal de la Capilla, entregan el Santo al sacerdote que celebró la misa.  Y comienzan a sonar bombos, instrumentos percusivos y es cuando todos los “Guaycurues” bailan entre ellos frente al altar. Saltan, ríen, cantan y se adueñan del festejo, es el acto final  y ellos bailan con desparpajo, alegría y cierta provocación hacia aquella iglesia católica que los colonizó en estas tierras.

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La palabra de Dios, lo berreta, el despliegue de las plumas, el cotillón colorido y barato , la voz de los habitantes originales, el español y el guaraní, la originalidad de los trajes,  el calor, el cristianismo y el carnaval local, trascienden tantos años de historia, tradición,  sincretismo, dolores y avasallamientos.

“La paz os dejo, mi paz os doy” diría la liturgia cristiana. Pero son los guaycurúes quienes  protagonizan el acto final dándonos y compartiendo alegría, vitalidad y  salvajismo.