Circula la idea de que actualmente su uso es feminista, que reapropiarnos hoy de los dispositivos de restricción corporal y mental que vistieron a las mujeres en siglos pasados empodera. Si no fuera así, ¿podríamos afirmar lo contrario?
Jean Paul Gaultier, Valentino Maison Margiela, Dilara Findikoglu, Giambattista Valli – pv 2024
Cuando se habla del corsé en la moda contemporánea se justifica su uso como un acto subversivo, empoderador y liberador. Alexander Fury, el reconocido crítico de moda, escribió en 2016 para The New York Times un artículo titulado: “¿Puede un corsé ser feminista?”. ¿No es en sí misma la pregunta un oxímoron? En la entradilla continúa con la misma lógica: “La corsetería ha significado históricamente tanto belleza como opresión”. ¿No es esa idea de la belleza uno de los mecanismos de opresión más efectivos hacia las mujeres?. En el primer párrafo Fury se pregunta: “¿qué prenda única encapsula la historia del vestido de las mujeres —de restricción y emancipación— más sucintamente que el corsé?”, ¿emancipación?, me pregunto. ¿Cómo? ¿de qué manera?. Continúa afirmando: “No hay duda de la sexualidad del corsé que enfatiza los senos y las caderas y, por lo tanto, subraya la figura femenina estereotípicamente fecunda”. Quizá sí hay duda. Muchos señores burgueses y de la alta sociedad en el siglo XIX se iban a hacer sus cosas con las mujeres del campo, de los bajos fondos y otras desclasadas pues sus señoras estaban inmovilizadas, con enfermedades respiratorias, así como problemas de fertilidad debido a la opresión ejercida sobre sus cuerpos.
Las mujeres que llevaban corsés, según el grado de opresión que marcaba la época, tenían relaciones sexuales dolorosas, no podían moverse solas, les faltaba el aire, se desmayaban. En 1863 la periodista Harriet Martineau escribió ‘Un tipo de asesinato intencional’, texto en el que ofrecía varios ejemplos de mujeres que por llevar crinolinas habían sido quemadas vivas al acercarse a una vela o chimenea. Y su confinamiento no era solo físico, también moral. En aquella época las mujeres no podían votar, trabajar, tener propiedades, etc. Las normas del decoro y la virtud también exigían a esos ángeles de su hogar, específicamente a aquellas de la clase alta, que vivieran confinadas en sus casas, lejos del espacio público, ociosas. Lo explicó bien Veblen:
“En la teoría económica, el corsé es, sustancialmente, una mutilación, provocada con el propósito de rebajar la vitalidad de su usuaria y hacerla incapaz para el trabajo de modo permanente e indudable. Es cierto que el corsé perjudica los atractivos personales de su portadora, pero la pérdida que se sufre por ese lado se compensa con creces con lo que se gana en reputación, ganancia derivada de su costo e invalidez visiblemente aumentados” – ‘Teoría de la Clase Ociosa’, Thorstein Veblen, 1899
El corsé históricamente ha sido sinónimo de la mujer dependiente del varón proveedor de recursos externos. Con el ascenso de la burguesía, tras la Revolución Francesa de finales del siglo XVIII, el hombre trabajador, siguiendo el lema de “Liberté, Égalité, Fraternité”, abandonó la idea de engalanarse y distinguirse ostensiblemente en favor de esa igualdad de oportunidades que supuestamente perseguían para todos (no para todas) los ideales democráticos y republicanos. Las mujeres entonces se convirtieron en un marcador de estatus: cuanto más emperifolladas e inválidas, mayor el nivel económico aportado por el cabeza de familia.
Lo mismo sucedió con el New Look de Dior en 1947, como bien señala Fury en su artículo. Cuando finaliza la Segunda Guerra Mundial, las mujeres que habían servido como fuerza laboral en sectores tan diversos como la industria de guerra, el campo, la salud o las comunicaciones, debieron regresar a las tareas del hogar cuando sus maridos volvieron del frente a ocupar sus antiguos puestos de trabajo. El diseño de Dior, inspirado en los vestidos de la Francia dieciochesca de María Antonieta, encorsetó de nuevo la cintura que un día liberaron diseñadores como Poiret, Fortuny o Chanel a principios del siglo XX. De nuevo la celda era corporal, pero también mental. Las mujeres que ya habían conocido un tipo de vida marcado por la independencia económica, ahora debían regresar a sus jaulas. Eso sí, doradas, con la promesa de electrodomésticos a su servicio que harían las tareas por ellas. Una tristeza extraña comenzó a apoderarse de muchas. Es lo que años más tarde Betty Friedan denominó “el problema que no tiene nombre” en su ensayo ‘La mística de la feminidad’ (1963).
En las últimas semanas de la moda hemos visto desfilar a numerosas modelos ataviadas con corsés y crinolinas. El desfile de Galliano para Margiela ha sido el más viral de todos y nos recuerda, al mismo tiempo, que las referencias a esos artilugios opresivos no son solo una cuestión del pasado. Desde el New Look de Dior, las recreaciones de la vestimenta femenina de los XVIII y XIX han sido continuas. Durante la segunda mitad del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI no han dejado de formar parte de la gramática contemporánea de la moda. Y a menudo a través de propuestas consideradas transgresoras hacia la normatividad impuesta, que cuestionaban los estereotipos tradicionales y se rebelaban contra las estructuras opresivas. Vivienne Westwood, conocida también como “la madre del punk” o Jean Paul Gaultier, apodado “L’enfant terrible de la mode”, motes que hacen referencia a sus caracteres contestatarios, promovieron nuevos usos y significados de estas prendas. Alexander Fury afirma que ambos consiguieron hacer del corsé en los años 80 “una vestimenta feminista irónica, empoderada y posfeminista de segunda ola”. ¿Cómo? Haciendo visible lo invisible, escribe. Convirtiendo la ropa interior en exterior. Así de fácil. Y termina el texto reafirmándose en la idea: “Lo interesante del actual resurgimiento es que, a pesar de toda esa historia, una mujer que usa un corsé hoy es un símbolo de empoderamiento, de libertad sexual, de control”.
Una fórmula utilizada también por otros creadores para defender que el uso del corsé hoy es feminista: si utilizas un artilugio cuya función es restringirte, te liberarás. Pero ¿por qué? ¿cómo? Me pregunto si esa lógica funcionará con las mismas leyes que aplican a las palabras de las que nos reapropiamos. Por ejemplo, ‘Zorra’, la canción de Nebulossa para Eurovisión, genera el mismo debate. ¿Puede ser feminista?, se cuestionan en El País. La presentadora de televisión Susana Griso fue más allá y se preguntaba en su programa de televisión: “¿Qué pensaría la comunidad LGTBI si la canción fuese maricón, maricón, maricón, maricón, eres un maricón?”. Un usuario de X respondía con un tuit donde mostraba varias canciones en las que sus cantantes se autodenominaban “maricón”.
Las personas que se llaman a sí mismas zorra o maricón señalan aquello por lo que se les penaliza: las prácticas que les proporcionan placer, que satisfacen sus deseos y les aportan mayor o menor grado de libertad, autonomía y consciencia. ¿Un corsé no apunta a todo lo contrario? ¿Vestirlo no es abrazar las ideas originales de restricción, sumisión, opresión? Seguramente tampoco. En la era posmoderna, las prendas actuales ya no apuntan a los referentes originales. Puedes llevar una corona de plástico comprada en Shein y no querer emular a la realeza, sino, tal vez, a la idea de feminidad que construiste en tu propia infancia cuando te contaban cuentos sobre princesas y forjabas una ilusión de lo que era ser mujer sin tener referencias sobre la opresión o el empoderamiento. Una forma de autorreferenciarte, simplemente apelando a la niña que un día fuiste. Como comprarte una camiseta del Che Guevara en el H&M o un crucifijo en Bershka. Es lo que Jean Baudrillard denominó el orden de la simulación, donde el borrado de la historia supone el fin de los significados, divorciados de los signos a los que representan.
Jean Paul Gaultier, pv 2024
Andreas Kronthaler for Vivienne Westwood, pv 2024
Valentino, pv 2024
Giambattista Valli, pv 2024
Maison Margiela, pv 2024
Thom Browne, pv2024
Dilara Findikoglu, pv 2024
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