El cine del transgresor director vasco va alcanzando, poco a poco, una mayor duración y consistencia. Esta nueva pieza, de poco más de una hora y co-protagonizada por Christina Rosenvinge, viene cargada de terror adolescente, ambigüedad, y un sabor agridulce sobre los designios de la vida.
Acceder al universo imaginario de Ion de Sosa es una de las experiencias más bizarras, pero también apasionantes, de la cinematografía española. El guionista, director de fotografía y realizador vasco, lleva desde la pasada década dejando patidifuso al público con sus relatos ambiguos y transgénero, en cuanto a que entrecruzan géneros cinematográficos en cuestion de segundos: de la comedia al drama existencialista, del terror al musical… Las (breves) historias que ha llevado a la pantalla, desde el personalísimo documental True love (2010) hasta Balearic (2025, se estrena este viernes) caminan entre el sueño y la pesadilla, y se desmarcan de cualquier otra propuesta indie por su carácter eminentemente transgresor.
En el pasado Festival de Sitges, De Sosa presentó su nueva cinta, de mayor duración que sus últimos trabajos (74 minutos), y en una conversación distendida sobre un cine colaborativo, el cineasta se enorgulleció de haber contado con varias manos para este Balearic: las de Lorena Iglesias, Chema García Ibarra, Burnin’ Percebes y Julián Génisson. Todos ellos constituyen una sagrada constelación del costumbrismo mágico español, del lenguaje de Internet y de la identidad queer, a la que esta vez se ha sumado la cantante y actriz Christina Rosenvinge.
En la nueva película de De Sosa, este curioso imaginario se materializa en el reencuentro de viejos amigos en una casa rural una noche de San Juán que, más que dar paso al verano, se presiente apocalíptica. Sobre el comportamiento adulto, el adolescente y los deseos de futuro, comentó De Sosa antes de presentar en el festival la que podría ser su pieza más enigmática, y a la vez, resplandeciente.

La última película tuya que vi fue Mamántula [2023], una pieza muy pequeña, queer, y transgresora, que tuve la suerte de ver en una pantalla enorme en el Festival de Cine de Gran Canaria…
La verdad es que yo le tengo un cariño especial a Mamántula, porque fue hecha a salto de mata, de una manera muy visceral, con muchísimo arrojo y con un equipo muy entregado. Fue tan exprés… Desde que se hizo el guión, a los seis meses ya estábamos rodando. Conseguimos las ayudas inmediatamente, y fue de esas veces en las que la idea sigue fresca.
¿Has repetido el trabajo con tu equipo habitual para Balearic?
Sí, es una peli muy familiar. Y también fuera de las cámaras. Entre los actores, Marta Bassols repite, que lleva conmigo cuatro pelis; Moisés Richart, que es “Mamántula”, tiene un papel en Balearic. Julian Génisson es la primera que sale, pero en la otra tiene un “cameito”. Lorena Iglesias lleva dos, Mamántula y esta. Vamos sumando.
¿En qué punto se sumó Christina Rosenvinge?
Con ella hicimos una película que se llama Karen [María Pérez Sanz, 2020], y yo era el tío de fotografía. Ahí nos caímos muy bien. Igual que en esta película, acabamos siendo muy familiares. Era una producción muy pequeña y la verdad es que es muy guay que se animase para esta.
Hay un momento en Balearic en el que Christina rompe a cantar, ¿estaba en el guion inicial?
Estaba planteado de otra manera. El personaje de Christina tiene una relación, y la iba a cantar el que hace de su marido. Estuvimos buscando una canción que iba a ser en otro idioma, en croata, pero no dábamos con la tecla, teníamos miedo a no encontrar los derechos o no poder pagarlos. Pasamos a buscar canciones populares, pero yo no me sentía seguro y Christina me dijo: “No hay problema, yo compongo una”. Y una vez me la cantó, le dije: “La tienes que cantar tú”. Ella se negaba al principio, porque decía que era muy de cajón que la cantante cantase, pero lo decimos así.

El momento se vuelve más orgánico cuando se suma el resto de voces.
Es todo ideado por Christina. Ella quería que fuese una canción popular, como si siempre se hubiese cantado en esa casa, pero que nadie más conocía. Algo que a la hermana le conmoviera, y quería que la gente se sumase, como si fuese una cosa que pasa cada año en esa casa. Se crea una atmósfera que le da a la secuencia un empaque bonito, y que luego conecta con el plano de las hormigas comiéndose la paella que no pueden comerse ellos.
¿La paella que cae al suelo en la película, fue un referente al popular meme de la familia y el arroz echado a perder?
Absolutamente, lo es. Es un humor muy de Chema García Ibarra, que por eso vino a aportar su personalidad a la película. De alguna manera, Ibarra le da una cultura viva.
¿Crees que hay espacio en la industria para un cine menos comercial, que conecte con estas raíces más costumbristas?
Mi camino en el cine es un camino de exploración. Siempre me meto en fangos, de los que no sé cómo voy a salir. Y no he ido pensando a priori en una idea de que fuese a funcionar más o menos. En Balearic, sí sabía que quería partir la peli y que quería marcar una especie de brecha generacional haciendo dos historias completamente separadas que se terminan de definir. Esto nos provocó algún problema a la hora de financiarla, porque no entendían por qué no hacíamos montajes paralelos entre una historia y la otra, para ir poco a poco refrescando ese interés por la generación anterior. Pensé que era buena idea quedarnos con la idea original, y que fueran dos películas distintas, como si fuera un programa doble.

En esta doble historia, hay dos formas diferentes de enfrentarse a la muerte según la generación. A una le pilla mucho más de sorpresa, tiene toda la vida por delante. Con los adultos, parece que es algo que se llega a aceptar, e incluso a esperar.
Se acepta, pero se busca también la longevidad. Está este personaje anciano, conectado a las máquinas, que parece que está aferrando con las uñas a los bienes materiales que ha acumulado durante toda su vida, así como a esa vida que lleva, que aunque sea de echarse la siesta y darse la vuelta en la silla de ruedas, él quiere vivir de ese modo.
La muerte es una cosa muy presente en la película. La propia canción de Christina dice “y la vida dura menos que una flor”, y es una de las tesis de la película: a qué vas a dedicar tu vida sabiendo que dura tan poco. ¿Vas a vivir intentando joder lo menos posible a los demás? ¿O vas a querer acumular todo lo posible, cueste lo que cueste? ¿Vas a vivir ajeno a los malos del mundo, o vas a intentar conectar y cambiar algo?
El germen de la peli empezó cuando iba a cumplir 40 palos, e iba a pasar por ese midpoint que se llama crisis. Esos pensamientos de si verdaderamente estaba haciendo algo útil, y si iba a dejar algo. No un legado, que es una palabra grande. Sino, por lo menos, saber que en la medida de lo posible no estás dejando la cosa peor que cuando entraste.

Supongo que la noche de San Juan, cuando transcurre parte de la película, también adquiere ciertas connotaciones existencialistas, en este sentido.
La noche de San Juan que planteamos está bastante caricaturizada, porque pienso que la gente cree que es suficiente con quemar el papelito de buenos deseos. Parece que hay una comunicación con el más allá, en un rito entre cristiano y pagano. Porque se celebra San Juan, pero a la vez parece una tradición que no tiene que ver con la Iglesia. Se celebra fuera de ella, cada uno en su hogar, y a mí ese rito siempre me ha llamado mucho la atención. Ya ni siquiera se hace una hoguera. Quemas lo que quieres dejar atrás y sigues adelante con la vida. Me parece que es una manera leve de espiritualidad, muy frágil y muy pintoresca, y así la he querido retratar. Me hace gracia que la gente no se preocupe de lo que pasa alrededor, y creo que es un signo más del ensimismamiento individual.
En el guión hay frases muy lapidarias. ¿Lo escribiste a varias manos?
La cosa es que fue por etapas, y en la primera parte, con Juan González, de Burnin’ Percebes, pasamos de tener cero páginas de guión, a tener ochenta. Estuvimos trabajando intensamente para sacar el grosor de la película. También me gusta mucho colaborar con Chema, y me apetecía que dejase su imprenta con su humor.
Este documento es con el que pedimos las subvenciones y las ayudas, y esa fase a veces se extiende alrededor de dos o tres años. Cuando me tocó ya enfrentarme a qué íbamos a rodar de forma más inminente, pensé que la película necesitaba un refresquito, y entraron Julián [Génisson] y Lorena [Iglesias] a reescribir diálogos, a ajustar la película al presupuesto real que habíamos conseguido. Fue un proceso muy bonito.
Hay una cosa que admiro de las personas con las que hemos escrito, que es el cero purismo: que nadie ha pensado que otra persona se metía en su trabajo. Justamente, es por esta promiscuidad por lo que la película está tan viva. Me gusta mucho como ellos lo han enfocado y lo han sabido compartir, y han sabido que esto iba a ser cosa de más gente.

He leído en redes sociales a alguien que escribía que, por fin, con tu película, los jóvenes hablaban con el lenguaje de los jóvenes. ¿Quién es responsable de esto?
Pues eso yo creo que Julián y Lorena, de la fase final del guion, porque es verdad que todavía no había voces definidas para los personajes. Fue en esa última fase cuando ya quisimos distinguir que los jóvenes no fuesen monótonos, que cada uno tuviese su inquietud. Y ahí le fuimos metiendo matices, entre las formas de hablar y los problemas concretos de cada uno. La masa se convirtió en individuos. Lorena y Julián están muy conectados a Internet y a la gente juvenil. La propia Lorena ha desarrollado una serie que se llama Millenial mal, y es ella, que vuelve a la universidad con 40 años. Hemos contado con la persona apropiada, porque está ya muy conectada a este lenguaje con su propio proyecto.
En la última serie de Eduardo Casanova, Silencio, hay una frase, que es que “los adultos están anclados en el pasado”. Pero viendo tu película, me da la sensación de que estás queriendo romper las reglas con la narrativa.
He pensado mucho en el target. Ahora que tenemos que hacer el marketing para la película, y pensamos en quién es el público objetivo, yo siempre he pensado que era un público joven. La música es de Xenia Rubio que es una cantante que debuta con esta película en el cine. La directora de fotografía es también debutante, y yo creo que esa juventud en el equipo ha traído algo fresco. Pero realmente no sé quién es el público. Me gustaría que fuese lo más amplio posible, pero sí me gustaría que los jóvenes se viesen reflejados, al igual que se hace una crítica de cómo los jóvenes miran a los viejos, en plan: “Uy, estos puretas”. Es un drama para ellos, pero también una risa.

Eres vasco, pero parte de tu filmografía, como esta Balearic, se desarrolla en la zona de Levante. ¿Qué te atrae del imaginario de la Costa Blanca?
Mi primera impresión de Benidorm fue un flechazo tremendo, con esa forma de construir. Me pareció un lugar fuera del tiempo, especial. En Sueñan los androides decidimos hacer un Blade Runner, allí porque era un lugar muy sugerente. Y luego, al coincidir con Chema, que es de Elche y co-escribió conmigo el guion, me propuso rodar La disco resplandece [C. García Ibarra, 2016] y luego Espíritu Sagrado [C. García Ibarra, 2021]. Eso ha reforzado ese cariño con el que Chema retrata la ciudad donde ha nacido, vivido y desarrollado todo su cine.
Chema y Leo son gente que viven las fiestas populares y los eventos, las fechas señaladas del calendario de lo que acontece en su ciudad de una forma tan bonita, que enseguida sentí ese cariño también. En Balearic, tuve la oportunidad de conocer la zona de Alcolecha, también preciosa. Había animales en la carretera con los que te ibas cruzando. Hablo siempre de esa cosa del augurio, así que encontrar a esos animales lo veía de una forma muy romántica. Iba muy cauto, con pretensión de avistar, desde ese pequeño trayecto del hotel a donde teníamos que rodar la localización. Sentí una conexión con la tierra.
Este año se ha estrenado también Ariel, de Lois Patiño, rodada en las Azores, donde también te encargaste de la fotografía. ¿Qué te falta por explorar como artista?
A mí lo que me apetece ahora es seguir trabajando con personas con las que me gusta trabajar. En Mamántula tuve muy buena experiencia al hacer una película lineal, con una protagonista a la que le pasan cosas, y con esa historia de amor. Y creo que quiero seguir esa línea. Me gustaría conectar con un público y hacer una historia que esté a la altura de aguantar unos 80 minutos. Me voy poniendo pequeños retos. Balearic es mi película más larga. Mamántula dura 49 minutos y la otra, Sueñan los androides, 60. No me gusta sobrecargar las pelis, o hacer que duren más de una manera que no sea orgánica. Pero voy a intentar encontrar una historia de 90 minutos que conecte con mucha gente.

–
Síguenos en TikTok @veinmagazine








