La mujer más fea del mundo, una historia contra la complacencia

16 / 10 / 2019
POR Nerea Llanes

Ana Rujas y Bárbara Mestanza nos invitan a la revolución contra los cánones impuestos a través obra de teatro que nos transporta a un mundo donde lo feo se vuelve bello.

La mujer más fea del mundo estará representándose en el Teatro Kamikaze desde el 16 de octubre hasta el 3 de noviembre. Hablamos con Bárbara Mestanza y Ana Rujas de dejar atrás la complacencia para contar historias de una manera distinta. La obra nos abre en canal el mundo interior de sus creadoras para mostrar la fealdad que escondemos dentro y aprender a quererla a través de un proceso de catarsis en el que nos abrazamos a nosotros mismos en todo nuestro ser. Un espectáculo que analiza sarcásticamente el papel que ejerce en el mundo el cuerpo físico y como este determina nuestra felicidad.

El día que nos encontramos en Teatro Kamikaze tengo la suerte de conocer a gran parte del equipo que compone La mujer más fea del mundo. Esta es una historia que comienza en Nueva York allá por enero de 2018, sus protagonistas, ahora sentadas frente a mí, me la cuentan con ojos brillantes de emoción. El texto ha sido creación conjunta de Bárbara Mestanza, que a su vez ejerce de directora y dramaturga, y de Ana Rujas, la actriz que da vida al personaje. Les apasiona lo que hacen, creen en ello y a eso se les suma un discurso muy necesario en estos días. “Estábamos en un momento de mierda. Un día muy catártico Ana me estaba contado cosas que no me había contado nunca, yo también le estaba explicando cosas de mí, y, de repente, pensamos que eso la gente lo tenía que saber”, explica Bárbara. Vendieron la idea de la obra incluso antes de tener el texto: “había algo muy real, un deseo por parte de las dos de que ocurriera algo, de hacer una catarsis en el escenario” sigue Ana. Una en Madrid y otra en Barcelona fueron creando el texto a partes iguales, “parte de situaciones personales de Ana y mías. A partir de ahí volamos”.

Esta no es una historia de poética, es una historia que muestra la fealdad tal y cómo es, fea y a la vez bella, porque, como dice María, “la belleza y la fealdad son dos cara de una misma moneda”. Pero, ¿cómo aceptamos nuestra fealdad en una sociedad que nos impone la belleza?, “desde la conciencia de nuestros privilegios, y al tomar responsabilidad de ellos” comenta Carla. Y eso es precisamente lo que la obra hace, ayudar a combatir ese canon de belleza ideal que nos han impuesto.

Uno de los objetivos que tenían a la hora de comenzar este proyecto era que llegase, sobre todo, a la gente  joven. “Queríamos que vinieran a hacer cola, igual que pueden ir a un concierto de trap, a un espacio donde podíamos ser cuenco de su dolor, de su vacío o de sus preocupaciones”. Una de las premisas con la que contaron es que querían llegar a gente que no acostumbra a ir al teatro porque no saben que este puede ser un sitio donde sanen, lloren, rían o encuentren un lugar de apoyo. “El teatro del siglo XXI sigue perpetuando las mismas reglas, eso va en contra de la conciencia, y es complacencia”, explica Bárbara, para quien los jóvenes necesitan ir al teatro y que les hablen de verdad, sin terciopelos de por medio.

La mujer más fea del mundo, habla además de la lucha contra ese ideal de mujer que nos ha creado el mundo de la cultura, y que hemos normalizado hasta el punto de que si no lo cumplimos somos nosotras las raras, y ahí es donde aparece la fealdad, “porque no nos olvidemos que la fealdad y la belleza son patrones creados por otros”.

La figura de la virgen, Dios, la fe, etc, han sido algunos de los referentes estéticos de la pieza, “el vía crucis es el recorrido que hace el personaje”, pero también se ha inspirado en “la mujer en potencia en todas sus facetas posibles, desde la niña a la madre tierra”. Esto tiene que ver con el contraste que hay entre la mujer virginal en que nos educan desde la cultura y la ficción, con esta realidad que transmite la obra, en la que las imágenes inspiradas en la virgen se ven rotas por lágrimas o la boca manchada de negro, “eso es lo que hemos intentado con la obra: sacar lo negro de dentro”.

La pieza bebe de fuentes varias, como lo son cada una de las personas que la componen y que han aportado algo a este proyecto. No estamos ante el típico monólogo estático, denso, sino ante una pieza que mezcla teatralidad, performance, el estar en presente en la escena. Para ello han querido “respetar el animal que es Ana, su entraña propia, dejarle libertad” añade Bárbara. La obra potencia las virtudes de la actriz y a la vez sus defectos para hacerlo algo único y no encorsetado, sino, como dice María “un teatro vivo, que cada día es algo nuevo, que no se muere nunca”. Esto tiene mucho que ver con el diálogo que se establece con el público, que pasa a ser otro personaje más en escena, y que según sus reacciones modifica a la actriz.

El público no se irá con ninguna respuesta, sino con  muchas preguntas, porque La mujer más fea del mundo no tiene pretensiones de ser una sentencia de nada, solo el inicio de muchas reflexiones.  Porque, como dice Ana “¿quién tiene razón?”, La mujer más fea del mundo invita a que te cuestiones las cosas, como las chicas mismas me cuentan puede que después de esto les toque hacer otros trabajos contrarios a lo que están denunciando, pero lo importante es que “aun haciendo algo de lo que se denuncia en la obra, lo sepas y tengas conciencia de ello”.

Como ellas mismas dicen, esto es una banda de rock and roll en la que todas han puesto la herida más dolorosa. De modo que cada noche, cuando se abre el telón atraviesan el pozo juntas y con suerte, el público lo atraviese con ellas.