Sus primeros zapatos de suela plana, un abrigo de seda antiguo o sus preciados turbantes son algunas de las prendas que más estimaba. La filósofa y escritora contó en una entrevista cómo construyó a lo largo de los años su armario.
Simone de Beauvoir con su bata roja
Simone de Beauvoir (1908 – 1986) es una de las intelectuales más destacadas en París, ciudad en la que nació y vivió. Durante toda su trayectoria luchó por los derechos de las mujeres y por la despenalización del aborto. Su obra más destacada, «El segundo sexo» es un ejemplo de su lucha. En él hace una reflexión acerca de lo que había significado para la autora el hecho de ser mujer y nació una de las citas más famosas de la escritora: «No se nace mujer, se llega a serlo».
Si bien es cierto, Beauvoir siempre apuntó que su preocupación por la moda era nula, por la razón que señalaba: «Tengo tantas cosas por las que preocuparme, tantos otros intereses que tengo en mente». Sin embargo, el artículo «Mi ropa y yo» publicado en 1960 por el periódico británico The Observer, revela que la novelista poseía verdaderos tesoros para el mundo de la moda.
Su niñez no destaca por vestir extremadamente bien. Ella misma confiesa que, cuando era pequeña, iba terriblemente vestida. La posición acomodada de sus padres se caracterizaba por arreglarse abundantemente. Pero, Simone de Beauvoir, no se preocupaba en absoluto por su apariencia. «La vida estaba llena de otros intereses y a mi mejor amiga de la escuela tampoco le importaba su imagen», relata a la periodista de The Observer. Más adelante, rompería este lazo que le unía al estilo de vida convencional que su familia llevaba para formar su propia historia, muy diferente a la que había tenido.
En su primer año como profesora en La Sorbona – la histórica universidad de París – se confeccionó dos vestidos horribles, según sus declaraciones. En el segundo año, comenzó a llevar faldas y suéteres (que los alumnos le solían copiar). Después, llegó la guerra. La preocupación por cómo ir vestido se apartó, a la gente le preocupaba tener algo que echarse a la boca. Solían llevar zuecos, sin medias. Y, en estos años, la escritora comenzó a utilizar el turbante prácticamente todo el tiempo, como decía ella: «Para ahorrar tiempo de peinarme y porque el agua caliente era escasa».
Acabada la guerra viajó a Portugal, donde vivía su hermana. «Cuando crucé la frontera los aduaneros me miraban con horror», cuenta Simone. Durante esta etapa cambió sus zapatos de suela de madera por sus primeros de suela plana. Y, desde entonces, en cada viaje que realizaba Simone de Beauvoir adquiría alguna prenda del país que visitaba. En Rusia compró un enorme abrigo de cordero persa. En sus viajes a Guatemala, China, África o Dalmacia adquirió materiales locales y campesinos. También guardaba con cariño un abrigo de seda que era una verdadera túnica de teatro chino. La prenda más utilizada por la filósofa era su bata roja de estar por casa, la cual se quitaba a mediodía cuando salía a comer o ver a sus amigos.
Beauvoir siempre se ha preocupado poco por su apariencia, quizá con una intención marcada. Hizo de sus turbantes una seña de identidad, como también lo fueron sus abrigos oversize o sus trajes de dos piezas. Lo que sabemos hoy es que este icono del feminismo transmitía en su vestimenta su forma de pensar: libre y abierta. Ella simplemente, vestía como consideraba, sin preocuparse de gustar al resto. Probablemente por eso sea una referente de estilo ya que, hablar del estilo de Beauvoir es hablar del estilo de una mujer que se viste como quiere sin importar el «qué dirán».