‘4 días’ y otras películas sobre adicción y familia

20 / 05 / 2021
POR Alberto Richart

Se ha estrenado ‘4 días’, de Rodrigo García, el tour de force de una madre (Glenn Close) que se enfrenta a la adicción a la heroína de su hija (Mila Kunis). Repasamos otros 6 títulos que tratan el consumo de drogas en el contexto familiar. 

«La vida es química», citaba la banda Love of Lesbian en su canción ‘Psiconautas’, sobre una familia sumergida por la resaca psicodélica del hijo. Las enfermedades de drogodependencia de los primogénitos se convierten, de alguna manera, en las adicciones de los familiares más cercanos, preocupados por comprender el mal que habita bajo el mismo techo. Así lo cuenta el cine desde diferentes aspectos en los que los comportamientos adictivos han llevado a relaciones paterno y materno-filiales a su límite. 

Pero donde hay una crisis… ¿hay un resquicio de esperanza? Las figuras de los “cuidadores” se definen por no perder el brillo en los ojos por muchas mentiras, chantajes, robos y sufrimiento por el que hayan pasado. Ahora bien, ¿hasta qué punto estas mismas personas no forman parte del problema? Los desencadenantes, que según las terapias son los motivos que hacen recaer a los adictos, se achacan en muchas ocasiones a razones domésticas: en un espacio supuestamente seguro puede convivir el alfa y el omega de una adicción. La película ‘4 días’, recién estrenada y con un sólido tándem Glenn Close-Mila Kunis, retrata el declive familiar que fuerza la presencia de pastillas en el cuerpo. Hablamos de ella y de otras películas tan adictivas como el tema en cuestión.

4 días

Cuando Molly (Mila Kunis) aparece en la puerta de la casa de su madre, su aspecto no es precisamente fresco. Pero tal y como cantaba Amy Winehouse, desea evitar a toda costa una nueva estancia en rehabilitación. La joven lleva diez años enganchada a los opiáceos y esta vez pide ayuda a Deb (Glenn Close) para intentar desintoxicarse por enésima vez. El rostro que esta madre coraje encuentra al abrir la puerta es muy diferente a la imagen de la Molly del pasado. De ella ya casi no queda nada – ni siquiera los dientes, perdidos por el consumo continuo – del recuerdo de una joven despierta. 

Sería posible que dentro de un género tan frecuentado en el cine como son los efectos de la droga en el cuerpo, la película de Rodrigo García (2021) podría recordarse por su aproximación algo más realista a la hora de plasmar los grandes estragos físicos que ello conlleva. Aunque el maquillaje cumpla un cometido casi caricaturesco, la interpretación de Kunis totalmente consumida no deja de causar cierta impresión. El personaje de Deb, que se corresponde con la mirada más próxima al espectador, aparenta una fortaleza y dominio de la situación que se derrumba cuando su hija sale de plano. Sobre estas dos fricciones recae todo el peso de un relato que transcurre por los escenarios habituales de la adicción en jóvenes estadounidenses: las mentiras, la desesperanza, el violento síndrome de abstinencia, la clínica de desintoxicación, el discurso de superación… 

Lejos de la capacidad de aportar novedades sobre el tema, la película de García observa de cerca el caso real de Amanda Wendler, una chica adicta desde los 16 años que terminó durmiendo en la calle, y aprovecha la ocasión para arremeter contra el sistema sanitario estadounidense. Subrayado como incompetente durante todo el film, en él recae parte de la responsabilidad de que a los jóvenes les sean recetados narcóticos. Sin embargo, quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. El personaje de Glenn Close se dibuja claramente desde el impulso recurrente al alcohol y un historial sentimental con divorcio incluido, que apunta como bomba de relojería para una chica con tendencia a la experimentación. 

 

El regreso de Ben

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Ben Burns (Lucas Hedges) también es hijo de padres separados, aunque se lleva muy bien con la nueva familia de su madre (Julia Roberts) y sus hermanastros. Por su apariencia, nadie diría que Ben ha pasado tiempos difíciles. Llega directo desde rehabilitación, recomendado por su “padrino”, una persona que acompaña a los pacientes durante su estancia, con la idea de pasar una Nochebuena en familia bajo la promesa de permanecer un día completamente limpio. Su madre no le quitará el ojo de encima durante el tiempo que esté con él, pero será una tarea complicada cuando los narcotraficantes en el entorno social del chico sepan que ha regresado. 

La película de Hedges, de 2018, padre del actor, coincide con ‘4 días’ en diferentes motivos narrativos. Entre ellos, el viaje en coche hacia los bajos fondos de la ciudad: aquellos barrios más marginales donde se juntan traficantes con casas okupas de drogodependientes. Un umbral sin regreso, que puede ser terminal una vez atravesado. El director demarca en clave de drama y thriller ese punto liminal y decisivo en el que Ben puede darse por vencido ante el fuerte “mono” (síndrome de abstinencia) que sufre en silencio entre falsas sonrisas y juegos familiares. Una aparente felicidad que alcanza la estética neat de la película en su totalidad, evitando ensuciarse con imágenes ásperas de consumo de drogas.

 

El pico

Para mono – o “monazo”, tal y como dicen en la película – el que llevan encima Paco (José Luis Manzano) y Urko (Javier García), dos jóvenes bilbaínos que comienzan a flirtear con la cocaína hasta terminar enganchados a la heroína, poniendo en peligro las reputaciones de sus padres, un guardia civil (José Manuel Cervino) y un líder independentista (Luis Iriondo). 

Como parte del subgénero quinqui, Eloy De la Iglesia no duda en insistir golpear la resistencia de les espectadores con planos detalle recurrentes de “chutes” en los brazos. La crudeza de las imágenes está al servicio de una realidad social que achacaba el norte de España ante la nueva democracia, los movimientos independentistas y la llegada del sida. ‘El pico’ (1983) se mueve entre el drama familiar – gran interpretación de Cervino como ese jefe del hogar que espera que su hijo siga sus pasos – la documentación histórica de un momento revuelto de narcotráfico y la crítica hacia los cuestionables métodos de las autoridades. Será finalmente este padre quien se encuentre en la encrucijada de proteger a su hijo heroinómano o servir a la patria. 

 

Beautiful Boy

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Steve Carell se pone en la piel de David Sheff, otro padre sacudido por los hábitos de su hijo Nic (Timothée Chalamet). Como buen periodista, trata de investigar (e incluso experimentar) por aquello que está pasando su hijo con el fin de conocer por completo la sustancia enemiga. Divorciado y con un segundo matrimonio, el entorno familiar que en 2018 retrata Feliz van Groeningen recuerda a los episodios de sufrimiento de muchas otras películas de ideología pedagógica, con la diferencia esquemática de que en esa búsqueda del momento en el que todo se rompió en pedazos, el personaje de Carell recuerda diferentes etapas de crecimiento de su hijo. Pasado y presente se van intercambiando narrativamente e incluso llegan a confundirse en una biografía basada en las vivencias redactadas por el mismo Sheff en su libro homónimo.

Carell brilla esta vez en un registro calmado, trabajando una voz casi apagada y desconsolada ante la situación que le toca vivir, así como una mirada extenuada que escudriña en los retratos de su hijo su parte de responsabilidad del caos familiar.

 

Días de vino y rosas

En un momento de lucidez, reconoceremos que el alcohol es con toda probabilidad la sustancia nociva mejor socialmente aceptada. El continente americano es uno de los mayores consumidores de este elixir mágico, donde la ingesta per capita es un 25% mayor que en cualquier otra parte del mundo, según la ONU. En el cine, antes del exitoso experimento de los profesores de ‘Otra ronda’ (Thomas Vinterberg, 2020), Jack Lemmon y Lee Remick forjaban un triángulo amoroso entre elles y la botella en ‘Días de vino y rosas’ (Blake Edwards, 1962).

En este relato el agente publicitario Joe Clay entabla un idilio amoroso con la joven Kirsten Arnesen. Ella observa desde la cercanía la afición del simpático hombrecillo por la bebida, defendido bajo el típico lema de “lo dejo cuando quiera”. Para cuando afiancen su matrimonio la señora Clay se verá arrastrada en una espiral achispada de la que difícilmente podrán salir sin terminar separados. Estos días de más vino que rosas son una de las apuestas más crudas y melodramáticas de Edwards a la hora de describir las insanas influencias que tienen sobre nosotres las personas que más queremos. 

 

Réquiem por un sueño

¿Cómo olvidar uno de los referentes en películas sobre drogadicción? Un título más que merecido para esta cinta traumatizante que pulveriza el ánimo con planos detalle de la droga adentrándose en el sistema nervioso. La dilatación de unas pupilas nunca habían dado tanto juego a la hora de reflejar el subidón de adrenalina que contrarresta las decepciones del día a día. Y es que el cine de Darren Aronofsky está plagado de estas imágenes de transformación corporal, donde los personajes llegan a machacarse progresivamente ante estímulos externos, siendo ‘Réquiem por un sueño’ su paradigma más visual, con el permiso de esos músculos y esas venas híper-tensadas de Mickey Rourke en ‘El luchador’ (2008). 

En esta cinta de comienzos del milenio, la madre de Harry (Ellen Burstyn) no tiene la cabeza mucho más fría que su hijo (Jared Leto). Aquí cada uno trapichea por lo suyo: Harry y su novia (Jennifer Connelly) tratan de captar todo el dinero posible vendiendo droga – y catándola – para abrir un negocio propio, mientras que su enfermiza madre vive obsesionada con salir en un concurso de televisión. Las ilusiones de ambas partes se verán poco a poco truncadas en delirios de grandeza que les hará caer en las decisiones más degradantes para el ser humano. 

 

Postales desde el filo

«Tu afición a las drogas me justifica», espeta una vieja gloria del cine alcoholizada (Shirley MacLaine), a su hija Suzanne (Meryl Streep), quien ha seguido los pasos profesionales de su madre con alguna que otra distracción con los estupefacientes. La complicada relación de amor-odio entre esta madre y su hija, también extensible a la abuela, adapta la biografía escrita por la mismísima Carrie Fisher – sí, sí, la Princesa Leia de ‘Star Wars’ –, en la que cuenta cómo la relación con su madre, la actriz Debbie Reynolds, popularísima por su papel en ‘Cantando bajo la lluvia’ (S. Donen, G. Kelly, 1952), la empujó en cierta manera a las puertas de sus adicciones.

Mike Nichols se centra en esta cinta de 1990 en perfilar bien los motivos de la matriarca por los que se define como una mujer siempre dispuesta a ser el centro de atención en las fiestas. Cabe destacar su fascinante interpretación de la canción ‘I’m still here’ como toda una declaración de intenciones. Suzanne, recién salida del centro de desintoxicación, convive con la ansiedad que esta competencia le genera, aunque aguanta lo imposible por no recaer en sus vicios. Todo ello mientras lidia con otras toxicidades: las exigencias de una industria del cine despiadada y la masculinidad vanidosa de algún que otro amante.