Cómo se construye un objeto de deseo

18 / 12 / 2020

Necesitamos creer que hay algo- lo que sea- capaz de solucionarlo todo- lo que sea. Analizamos, a través de la filosofía, cómo el deseo y el consumo van de la mano.

Obra de Brueghel el Joven – Sátira de la tulipomanía

Hubo un momento en el siglo XVII en que el ciudadano medio holandés tenía que estar trabajando, aproximadamente, 12 años para comprarse un bulbo de tulipán. Varios miles de familias en los Países Bajos vivían y se enriquecían gracias a esta flor. Se comerciaba con ellos, se vendían, se cultivaban y especulaba sobre su precio. Esta fue la primera burbuja económica de la historia: los tulipanes convertidos en un objeto de lujo, distinción y capricho. No tenían ninguna otra utilidad más allá de la exhibición. ¿Pero cómo y por qué se llega a ese punto? ¿En qué momento algo deja de ser una cosa cualquiera para convertirse en un objeto de deseo, en algo único, alejado, perfecto, y caro?

La falta y el deseo

Casi la totalidad de los filósofos más importantes de la historia hablaron acerca del deseo. Cada pensador tenía un punto de vista particular, pero la mayoría coincidían en una misma idea: un deseo indica siempre una carencia. Aristóteles decía, por ejemplo, que la muestra más evidente de que no somos perfectos está en que tenemos la necesidad de movernos para conseguir cosas: desde la comida hasta el reconocimiento, el dinero o el amor. De forma parecida Locke, un filósofo inglés del siglo XVII, hablaría del deseo como una extensión de la carencia. Se busca porque algo falta. Y aquí introdujo un giro interesante: lo relacionó con la tristeza.

La idea era la de que, al desear, observábamos todo aquello que estaba vacío, roto o dolido en nuestro interior. Desde carencias físicas como el hambre hasta otras más espirituales o psicológicas: obsesionarse con la perfección, con el poder, con el atractivo…

Fotografía de Natasha Gudermane

El resumen es que deseas, y entonces buscas. Y por lo tanto hay algo que te falta. Es a partir de esa ausencia- como un agujero negro o un grito profundo que no se calla- que comienza el movimiento, la búsqueda. Al notar ese vacío interior, se trata de llenar de alguna manera, uno se mueve para remediarlo. De la forma que sea: viajando, queriendo o comprando. 

¿Pero cómo se llega a pensar que un bulbo de tulipán puede completar o resolver nada? Sencillamente, por el estatus que terminó por tener. Ya no era algo que decoraba el hogar. Se había transformado en un símbolo cultural. Pasó a tener una importancia que trascendía al propio tulipán.

Un símbolo para vender rápidamente

El consumo y el deseo tienen una relación íntima y estrecha. Cualquier publicidad se centra en la idea de que hay algo que te falta o necesitas, y que ese producto/servicio te puede facilitar. Eso sí, como decía Bauman (un importante sociólogo del siglo XX) tiene que haber siempre una condición: y es que esa promesa sea completamente falsa. ¿Por qué? Pues porque en cuanto alguien obtenga esa plenitud, cuando te sientas realmente colmado y satisfecho después de comprar algo y no necesites nada más, en ese momento dejarías de consumir. Poco importa el coche, la ropa o el móvil. Todo eso se tiene que estropear, aburrir o volver insuficiente y obsoleto. O marchitar, como las flores.

Obra de Barbara Kruger

Y por eso las modas son circulares y van y vienen. Porque ninguna es capaz de sostenerse eternamente en el tiempo, porque al final se revelan como aquello que sencillamente son: cosas. Fue lo que pasó en los Países Bajos con los tulipanes, que un día se dieron cuenta de que no dejaban de ser más que tulipanes. Y entonces explotó la burbuja y miles de familias se vieron arruinadas. 

Los tulipanes solo eran un producto que llamaba la atención, por lo exclusivo que era. Fueron una serie de circunstancias las que favorecieron esa especie de tormenta perfecta. El comercio marítimo, el gusto por las flores exóticas y el exceso de riqueza de algunas familias burguesas en los Países Bajos. Es decir, tal y como fueron los tulipanes pudo ser otra cosa: la carne bañada en oro, el caviar o cualquier otra expresión del lujo. Al final la idea es simple: un objeto de deseo se construye por la sencilla razón de que necesitamos creer que hay algo- lo que sea- capaz de solucionarlo todo- lo que sea-.