Hasta pronto, Michelle

28 / 11 / 2016
POR Pablo Gandía

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La ex primera dama de EE.UU. enseña a los niños de su país lo importante que es llevar una alimentación saludable, incluso si vives en Barrio Sésamo.

 
Cuando Barack llegó a la presidencia, allá por el 2008, yo todavía iba al instituto. Deambulaba entre clases de matemáticas con la intención de convertirme en un arquitecto de los que hacen del mundo un sitio más agradable, de esos que se sacan Guggenheims y MoMAs de la manga. Casi nada. Al poco tiempo me di cuenta de que España, lo único que necesitaba en aquellos días, era alguien con dos dedos de frente para decir ‘basta’ al buffet libre inmobiliario. Pero no nos desviemos del tema. Recuerdo que la víspera de las elecciones mi padre estaba fascinado con tu marido. “El negro es el único que puede cambiar a esos locos capitalistas, aunque seguramente lo acaben matando”, decía. En ninguna de sus predicciones aparecías tú, y en los medios te resumían como la sombra de un gran hombre. Una etiqueta que era lógica teniendo en cuenta las aportaciones de tu antecesora tejana.

Ocho años después, el planeta entero –incluido Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat- se arrodilla ante ti, y no veas de qué manera. En la Convención Demócrata del pasado julio miles de personas levantaron sus carteles morados con las letras de tu nombre. Lo que querían decirte entre líneas (porque no se atrevían a gritarlo con Hillary presente en la sala) era que no te marcharas, que protegieras a su extraño país del odio y la insensatez. La mayoría fantaseaban en silencio con la posibilidad de que TÚ fueras la próxima presidenta. Qué paradójico, ¿verdad? Imagínatelo por un momento. ¿Quién te iba a decir que en el 2016 eclipsarías a tu pareja y que las revistas echarían mucho más de menos tus portadas que las de Barack? Pero fíjate, pese a este giro inesperado de 360 grados, hay algo que me dice que la revolución era del todo predecible.

Y tu juventud puede explicarlo. Cada día te cruzabas Chicago en autobús para llegar a la escuela Whitney Young, la única de la ciudad que te permitiría superar las limitaciones de una familia humilde. Tus profesores, sin embargo, se empeñaban en lo contrario. “Jamás podrás entrar en Princeton”, te recordaban a menudo. Y a juzgar por los hechos, no solo lo conseguiste; varios años después, ya como primera dama, desarrollaste Let Girls Learn, una iniciativa que defendía el derecho de las niñas a la educación. O Reach Higher, que incentivaba a los adolescentes a no dejar de formarse después de la secundaria. El año pasado, mientras terminaba la universidad, descubrí a una fotógrafa estadounidense de principios del siglo XX que me recordó a ti. Su nombre, Frances Benjamin Johnston; búscala en Google, te gustará. Ella utilizó la cámara para transformar todo lo relacionado con las minorías. Incluso llegó a construir escuelas para las mujeres y el colectivo afroamericano. ¿Te suena de algo, Michelle?

Déjame resaltar otro éxito tuyo. Si hay un detalle con el que diste en el clavo fue el de educar tu segunda piel, esa que uno mismo escoge, moldea y renueva a medida que la primera va entrando en edad. Vale que ahora sueno muy cursi, lo admito, pero créeme. Y si no, comparemos el vestido amarillo de la cubana Isabel Toledo, aquel que llevaste en la inauguración presidencial de 2009, con el blanco de Zac Posen de la Black Girls Rock! 2015. La evolución, perdona que insista, resulta evidente. Como tu esfuerzo por enseñar lo nuevo (y sobre todo lo excluido) de una industria caprichosa. Sacaste a la calle, a los platos de televisión y a los mítines políticos, los diseños de jóvenes que hasta entonces no tenían voz ni demasiado voto. Prabal Gurung, un incipiente Jason Wu, Duro Olowu y la firma Anndra Neen fueron los elegidos, aunque hubieron muchos más a lo largo de los dos mandatos. ¡Y no te olvides de que enseñaste los brazos en público! Según la agencia EFE, esa decisión provocó que las operaciones de bíceps aumentaran un 4300% en el 2012, con respecto a principios de siglo. Pero lo más importante es que animaste a muchas mujeres de Estados Unidos a hacer deporte por primera vez, a preocuparse por su físico. La vanidad, como dijo la periodista Harriette Cole en la CNN, obligó a la gente a centrarse en su salud. Un acto heroico para un país marcado por el sobrepeso.

¿Y qué hay de Sasha y Malia? O quizás la pregunta sea qué es lo que queda de aquellas dos niñas que entraron a vivir en la Casa Blanca sin saber muy bien por qué. En la Convención Demócrata arrancaste tu discurso con una faceta que ahora, en el 2016, muchos ya habían olvidado: la de madre y esposa. Durante un par de minutos volviste a tus inicios mediáticos, a la imagen de mujer tradicional con la que la opinión pública te conoció. Y analizándolo dos veces, tenía sentido que lo hicieras. Después del Olimpo era importante demostrar que las madres y esposas no solo eran capaces de valerse por si mismas, sino que además podían hacerlo sin dejar de lado a sus hijos y maridos.

Mientras escribo estas líneas (te prometo que las últimas), me es imposible no pensar en lo que nos vendrá encima, en el miedo que infunden el terrorismo y unas dictaduras, cada vez más evidentes, disfrazadas de democracia. Como millennial que ya no aspira a ser arquitecto, sino a escribir sobre lo que los arquitectos proyectan en la sociedad, me pregunto qué será de mí dentro de diez años, a dónde irá a parar mi intimidad, mi espacio vital. Y la incertidumbre me recuerda que nadie está a salvo, ni siquiera los que tienen pinta de privilegiados. Después de todo, puede que lo que nos haga falta ahora sea una nueva Madonna, como la que sostenía a su hijo herido en aquella mítica foto de Samuel Aranda. O como la que defendía en la sombra un histórico (y espero que eterno) Yes We Can.

 

Pablo Gandía