Elisa Victoria: «La diferencia siempre es castigada»

27 / 03 / 2024
POR Román Aday

Hablamos con la escritora Elisa Victoria sobre ‘Otaberra’, su última novela publicada con Blackie Books. Una obra preciosa y cuidada sobre el pasado, el trauma y las relaciones humanas.

Durante los últimos años, Elisa Victoria se ha convertido en una de las escritoras más interesantes del panorama. Con una mirada original y una dulzura en su tratamiento de los personajes, la autora propone ahora una novela mucho más experimental pero no incomprensible, más íntima sin ser densa. En ‘Otaberra’ (Blackie Books 2023) alcanza una madurez en narración y forma que confluyen en una obra especial, muy interesante de leer y con una sensibilidad cercana pero atemporal. Es una obra más arriesgada que sus últimas novelas, pero también más bonita y profunda, como quien corre algún peligro para volver luego con un tesoro.


¿De dónde sale a nivel vital y laboral este libro? ¿Cómo lo inscribirías dentro de la línea de tus otras novelas?

Creo que están relacionados el nivel vital y la trayectoria. Porque mis últimas novelas tenían una estructura más tradicional y lineal, y mis libros más jóvenes eran un poco más juguetones y salvajes con respecto al formato y la perspectiva. Pensaba poco sobre la accesibilidad de los lectores. Y después de aquellos libros raros quise probar a hacer novelas más tradicionales, sintiéndome cómoda, pero siendo menos experimental. En cuanto lo conseguí, eché de menos tener una experiencia más introspectiva y aplicar todo lo que había aprendido sobre estructuras tradicionales, pero para romperlo. Quería hacer algo que no fuese canónico. El cuerpo me pedía algo un poco más oscuro y esotérico, que representase esa parte más inexplicable de la escritura, más dotadora de sentido o más intuitiva.

Los temas a tratar tenían mucho que ver con que yo misma me estaba haciendo mayor. Mi entorno se veía afectado por el tiempo. Lo cierto es que el funcionamiento del tiempo siempre me causó mucha inquietud. Es uno de los conceptos de la física más extraños, de hecho, y tenía esa espinita clavada desde la juventud. Quería entender el tiempo y ver cómo pasan los días y cómo percibimos los diferentes ritmos. Por eso, el tema vino de las consecuencias tan dramáticas que tiene para la experiencia humana el contacto con el tiempo.

Aun así, aunque fuese a usar esa base conceptual, quería hacer un libro muy humano, muy terrenal.

No me había fijado que Otaberra es “arrebato” escrito al revés. Ese lugar es el pueblo en el que sucede prácticamente toda la historia. ¿Qué intentaste reflejar en él? ¿Qué volcaste en ese pueblo ficticio?

No hace falta darse cuenta de que es “arrebato” al revés. Si alguien se da cuenta, pues espero que le haga gracia el chiste, y sino no pasa nada, no influye en la historia. Yo quería reflejar con ese espacio un nicho de cómo un entorno puede afectar tanto al desarrollo de un ser humano, la manera en la que condicionan el comportamiento las normas sociales de un espacio. En un sitio tan pequeño y cerrado se vuelven cada vez más importantes esas normas sociales, coartando la libertad de las personas, obsesionándose con cumplir esos patrones. Todo el mundo sabe qué es lo correcto: cómo debe ser una mujer, un hombre, una familia, las expectativas correctas para el futuro… Y si alguien fantasea con algo diferente, todo el mundo sabe también cuáles son los castigos que conlleva, porque la diferencia siempre es castigada.
Me interesaba representar un entono muy gris como estandarte de lo poco colorido. Primero pensé que iba a ser un barrio, pero luego vi que un pueblo representaría mejor esa idea de estar aislado y asfixiado para no escapar con facilidad a otras zonas.

En tus otras obras con Blackie se habla de la adolescencia y de la infancia. Siempre hay una mirada al pasado en tus últimas novelas. ¿Te sale escribir como un ejercicio de nostalgia?

Nunca he escrito desde ese punto. Me interesan más bien las etapas de desarrollo. Me interesa ver cómo se enfrenta un ser humano con el mundo. Yo no tengo asimilado cómo es el mundo, pero te acostumbras. Con el tiempo le vas cogiendo callo y viendo qué puedes hacer con ello. Pero al principio se genera un choque fuerte, y eso me interesa mucho.
En este caso, hay un período que es la adolescencia, en una parte troncal del libro los personajes tienen 16 años y se estudian las reglas de la adolescencia. Pero en este libro hay más etapas, y esos personajes aparecen con otras edades en otros momentos. Me interesaba ver cómo dialogan las diferentes escenas de la vida y cómo a veces conllevan un contraste muy fuerte y en otras ocasiones se completan.

Además, en general, esas primeras etapas me conmueven mucho.

El libro tiene un poco de laberinto, aunque se entiende muy bien. Hay mucho salto temporal y también hay dos personajes en forma de calcetines que van guiando la historia. ¿Qué tal fue la conceptualización de la obra? ¿Se te hizo difícil?

Esa parte fue quizás la más completa a la hora de mezclar lo intuitivo con las decisiones más conscientes. La idea de las voces en formato teatral, que conducen y dan pistas sobre la historia, son un poco un coro que ayuda a comprender desde otra dimensión la narrativa. La aparición de esos “calcetines” sí que fue un poco inexplicable. Se me aparecieron en la cabeza. Sí que es cierto que yo estaba viendo Arrebato, que es una película que me interesaba. Y a partir de imágenes de esa película que veía en duermevela y de que se me fuesen mezclando cosas un poco ambiguas y otras imágenes, surgieron esas voces.

El origen es bastante fantasmagórico, pero el darle forma implicó mucho debate con la gente de confianza. Y le dimos muchas vueltas a cómo presentarlo. Sí que ha habido decisiones más técnicas sobre cómo equilibrar estas figuras en el libro.

En cualquier caso, las figuras de los “calcetines” son muy importantes, porque me interesaba explorar el metalenguaje en esta obra más experimental. Y quería hacerlo desde un punto de vista más divertido, pero que también tuviesen cierto peso filosófico, por eso le di muchas vueltas a cómo se expresaban. Y que, aportando meta lenguaje, aligerasen el texto, que suele ser lo contrario que hace el metalenguaje.

¿Ha habido muchas versiones de esta novela o más o menos la escribiste de una?

Hubo mucho pulimiento, especialmente al principio. Hubo versiones de cómo ordenar las diferentes escenas. Aunque sea un libro más personal, y que no quería que fuese fácil de seguir, no buscaba un jeroglífico, o algo impenetrable. En este sentido, sí le he dado muchas vueltas. Yo tenía un puzle, lo ordené así, y ahora la gente tiene que ordenar su propio puzle.

Personalmente, esta me parece la obra más madura de las que te he leído, que son las publicadas en Blackie. Es como si todo estuviese más cerrado o incluso más lleno. ¿Tú tuviste esa sensación en tu planteamiento al trabajar? ¿Sentías que tu escritura estaba teniendo como mayor madurez?

Yo me sentía con gran soltura esta vez. Mis 3 libros más conocidos son con Blackie, pero este es el sexto publicado en realidad. Y recuperando ese espíritu más salvaje y con esa capacidad de orden y de estructura, sentía que me resultaba fácil jugar con la manera de las cosas, y que era divertido sin ser farragoso. En ‘Vozdevieja’ recuerdo adaptarme al formato novela y que me costara trabajo. Aquí también ha habido esfuerzo, pero me lo he pasado bastante bien. Eso supongo que es buena señal. Así que he sentido que tenía una relación muy estrecha con la escritura, aunque eso siempre lo he sentido. De pequeña escribía porque me gustaba y porque hacía que mi noche, en vez de ser un aburrimiento, fuese una fiesta. Mi mejor momento del día era el de la escritura. Ese sentimiento es el que tengo que intentar mantener en todo momento.

Por un lado, pasé mucho miedo de que este libro pudiese ser un acto un poco suicida. Porque las novelas de estructura más tradicional pueden tener mejor acogida de público. Al final, este es mi trabajo y necesito que vaya bien. Pero, aparte del miedo, me he divertido mucho, y he sentido que era lo correcto incluso para mi propia vida.

Lo que yo he sentido todo el tiempo es que mi relación con la escritura se había vuelto más intensa, y que yo la quería mucho a ella y ella a mí. Era un noviazgo que iba bien. Esa parte me hacía sentir segura frente al riesgo.

En tus novelas siempre hay un punto en el que la sexualidad hace acto de presencia, convirtiéndose en algo, incluso, sorprendente para tus personajes. ¿Cómo trabajas esa idea? ¿Lo haces con una decisión personal o es algo más instintivo?

Creo que la sexualidad es muy difícil abordarla con naturalidad, porque para eso haría falta transformar mucho nuestro entorno o vivir en una comunidad muy concreta donde esa naturalidad impere, y que sea un sitio aparte del mundo oficial. La sexualidad no es nada natural en nuestro sistema.

Si estás en una conversación con una amiga, puede ser totalmente natural porque es algo privado: compartir experiencias, hablar sobre el tema… Pero si lo vamos a enseñar, porque el libro al final es un producto, yo sé que esas páginas van a tener una recepción diferente. Porque el sexo en el mundo siempre se mira diferente. Siempre llama la atención, siempre se giran las cabezas… Sigue siendo un tabú, lleno de contradicciones y misterios. A mí me afecta, a la hora de elaborar esos fragmentos, el saber que siempre van a llamar la atención y se van a mirar con unos ojos distintos.

Sí hay una decisión ligeramente política. Un personaje se queda un poco incompleto si no se dice nada de su sexualidad. Igual que me interesa hablar de sus rutinas de alimentación e higiene… Son aspectos que definen mucho a un personaje y a un ser humano, y muchas veces quedan al margen, por no ser parte de la acción. Pero a mí, como público, me interesa saber esas cosas que hacen.

El personaje principal, Renata, es un personaje disociado, que se escapa mucho del momento presente y se va hacia el pasado. Nunca está en el sitio. Me encajaba que su relación con la sexualidad fuese muy mortecina, que no estuviese muy presente para ella. Pero sí hay otros momentos donde la sexualidad cobra mucho la importancia. El capítulo en el que una joven, cuando su novio se afeita, tiene una serie de revelaciones, ahí sí tiene un lenguaje más desgarrado en torno al sexo. Y eso siempre se va a percibir de muchas maneras. Va a ser más explosivo y a alguna gente le parecerá de mal gusto. Hablar de sexo siempre es jugártela.

A lo largo de todo el libro buceas mucho en el trauma y en su superación. A mí la idea que me ha dejado un poco es la de que hay que volver al pasado para salvar el presente.

Este es un asunto un poco fantástico, en el sentido literal. Renata no puede cambiar el pasado ni puede arreglarlo todo escribiendo. Pero sí que hay una especie de oda a la escritura y a sus posibilidades, a nivel psicológico, que funciona como un chiste de capas, porque en la obra hay muchos personajes que escriben, al tiempo que escribo yo sobre ellos. Porque todos los personajes, cuando están escribiendo, sí encuentran una especie de consuelo o de reapropiación de los actos, y les resulta balsámico. Y lo mismo que les pasa a ellos, lo experimento yo.

A veces están escribiendo sobre cosas conocidas con diferentes enfoques. Y aunque todo sea una ficción que no tiene nada que ver conmigo misma, también me cura. Hay ese homenaje de capas en torno a la capacidad curativa de la escritura, que no arregla todo pero rasca mucho la postilla que tienes. Y he jugado sobre la posibilidad de escribir sobre que las cosas sean de otra manera hagan que se arregle, tipo ‘Regreso al futuro’.

Pero regocijarte en cómo fueron las cosas tal cual con la escritura, la pintura… hace que te apropies y te reconcilies con ello. Y esa capacidad que tiene la escritura es la base de mi existencia y de mi supervivencia. No soy la persona más feliz del mundo, pero cuando escribo me siento mejor.

Eso no era algo pensado, en principio, sobre el libro, pero me di cuenta de que procesar el tiempo a través de la escritura es algo que yo misma he hecho sin parar, y es un recurso muy frecuente, que sienta bien y te gusta. Y quizás te ha pasado algo horrible, y escribes sobre ello y sigue siendo horrible pero te transforma, y te puede hacer verlo de otra forma.

Fotos de Joaquín León