Por favor, dime que has leído lo último de Elvira Lindo

10 / 03 / 2017
POR Pablo Gandía

“No puedes pensar que tienes tu sitio ganado en el periodismo; hay que conquistarlo cada vez que publicas”

 

Casi siempre el sonido del timbre viene acompañado por el andar ágil de un cuatro patas. En la nueva casa de Elvira Lindo (Cádiz, 1962) se cumple la regla. Lolita, una yorkshire con flequillo y mechas californianas, se abalanza sobre las piernas de ese tipo extraño que ha venido a hacerle preguntas indiscretas a su dueña. Lo examina con el hocico y no tarda en darse media vuelta. “Uno más”, debe pensar mientras se dirige a su puesto privilegiado en el sofá. Al lado está sentada la mujer que en los noventa describió la sociedad española desde los ojos de un niño regordete de Carabanchel. Ella habla poco, más bien casi nada, como si estuviera haciendo apología del silencio. Parece mentira que sea la misma que se pronuncia todas las semanas sobre tabúes universales. Sobre los escarceos monárquicos en Suiza, la menstruación como regalo de navidad o la ropa barata que invade el centro de nuestras ciudades con la misma vehemencia que Napoleón. En definitiva, tiene un discurso para todo. Pero en este caso prefiere observar a su invitado, incluso le hace pensar que está tomando notas mentales para incluirlo en una de sus próximas novelas. Hasta que él le toca la fibra sensible; ahí es cuando Elvira Lindo, por fin, le da rienda suelta a su propia opinión.

 

Que un libro lleve tu nombre tiene que ser un seguro a todo riesgo.

¿Eso crees? Han cambiado muchas cosas. Ahora mismo estamos todos más a prueba, la gente joven desde luego, porque tiene que abrirse camino en un mundo muy incierto, y además, si es en el periodismo, en un oficio que está cambiando de paradigma. No tiene nada que ver con lo que era hace una década. La transformación ha sido tan grande que todos hemos tenido que ponernos al día. Y el que no lo hace se le nota mucho; enseguida se queda caduco, rancio. Publicar siempre ha sido salir al ruedo, pero ahora más. No puedes pensar que tienes tu espacio, tu sitio ganado ¿sabes? Lo tienes que conquistar cada vez que publicas.

 

Después de Manolito Gafotas hiciste varias entrevistas polémicas para El País, como aquella de Penélope Cruz en 2008. ¿Qué pasó?

Pasó lo que se cuenta en la entrevista, nada más. Yo creo que había gente que la leía con malicia, que pensaba “a ver esta pelea de gatas”. Y no, no tenía ninguna malicia. Simplemente era difícil de ajustar nuestra conversación, porque yo quería hacer una entrevista humana y sincera, y a corazón abierto, y ella es una mujer, tal vez, en exceso… a mí no me parece mal el pudor ¿eh? O sea, me parece muy bien. Pero creo que hizo tabula rasa y entendió que todo el mundo iba con malas intenciones. Y solo le preguntaba por cuestiones de su vida personal, y no siempre que te preguntan por cuestiones de tu vida personal es inadecuado. Eso no quiere decir que tú estés hurgando en un aspecto prohibido o de periodismo basura, o algo así. No, es natural. Eres una persona por la que el público tiene interés. Siempre las entrevistas tienen que, no sé cómo decírtelo, trufarse con cuestiones de orden personal, porque si solo se hacen para promocionar una película, y solo vas a decir que has estado encantada con el director porque en el equipo erais como una familia, pues entonces lo que se puede hacer es escribir una entrevista tipo y ya está ¿no? Pero claro, esa no es la clase de conversación que yo tengo con una persona. Quiero algo más. Quiero hacer un retrato del personaje. Y yo creo que ella no lo entendió así, y lo que reflejaba la entrevista era una gran frustración por mi parte, porque no ocurrió nada.

 

¿Te molesta que la gente no sepa diferenciar entre vida privada y vida interior?

Vamos a ver: lo privado, lo que no cuentas, lo controlas tú. Y en una conversación puede salir, a colación, tus hijos, tu marido, tu vida, tu infancia, todo eso que no dejan de ser cuestiones de índole personal, pero eso no quiere decir que tú estés siendo impúdico. Es que no tiene nada que ver con el impudor ¿sabes? O sea, ya hay otras cosas, no sé, como entrar en temas escabrosos, sexuales, económicos… está muy claro lo que es la intimidad en la que tú no puedes entrar y lo que es una conversación normal entre dos personas. Si hago una entrevista a un escritor y yo me dedico a escribir, claro que va a salir su vida, porque es la materia prima de la que se nutre cualquier artista.

 

Doce años en Nueva York habrán sido un chute de adrenalina para escribir, me imagino.

Bueno, sobre todo para hacer crónicas, porque a la hora de escribir ficción es muy difícil trasladarla a un terreno en el que tú eres extranjero. Yo lo hice en un guión, en La vida inesperada, pero sí que es verdad que los personajes eran fundamentalmente españoles. En el fondo uno siempre está escribiendo sobre terrenos que tiene, a no ser que hagas literatura fantástica, sobre terrenos que tiene más cerca, que conoce más, que le resultan familiares.

 

 

En alguna ocasión has confesado que cada vez tienes una imagen más borrosa de tu madre. ¿Todavía sigue difuminándose?

Sí, claro. Va y viene ¿no? Es un poco frustrante. Cuando has perdido a una persona muy pronto en tu vida al final es una especie de construcción de recuerdos que no sabes si es un poco falsa.

 

También has dicho que te planteaste dejar de publicar. ¿Se paga un precio muy alto por exponerse tanto?

No he pagado un precio más alto que los demás, yo creo. Lo que pasa es que el grado de vulnerabilidad de unos y otros es diferente. A mí sí que me cuesta publicar un libro y exponerme, porque siempre tiene un tono muy personal, que es mi estilo por así decirlo. Es como exhibirte delante de todo el mundo, de quien quiera. A lo mejor ahí me parezco incluso un poco a Penélope Cruz; la diferencia es que yo lo digo. Es posible que otras personas lo revistan con que es un terreno que no quieren mostrar, y no, no es mi caso. Mi caso es que yo me siento frágil ante el hecho de que me lean muchas personas.

 

¿Te da vergüenza que te lea tu marido?

No, para nada. Me daba más vergüenza que me leyera mi padre, porque era otra generación. Porque era mi padre. Pero eso nos pasa a muchos de los que escribimos. O sea, que te da más pudor aquella persona que sientes que es más… que tiene un papel más censor contigo.

 

De censura es justo de lo que quería hablar. Casi siempre la libertad de expresión es un derecho que se vulnera de manera vertical. Los de arriba, los políticos, los empresarios, los jefes, se las arreglan para que los de abajo mantengamos el pico cerrado. Pero a veces creo que somos nosotros mismos, los ciudadanos de a pie, los que nos callamos los unos a los otros.

La libertad de expresión es algo que hay que ejercer a diario ¿no? Es decir, que nunca se acaba de conquistar. Y uno tiene que defender su terreno en ese aspecto. Es posible que si trabajas para un medio en algún momento te puedan decir “esto no se publica” o “esto corrígelo”. Y yo creo que ahí es donde tú tienes que interpretar, o razonar, si lo que te piden tiene lógica o no, y ya actuar en consecuencia. También es verdad que con el nacimiento de las redes sociales todos están dispuestos a juzgar a quien sea, con lo cual, la libertad de expresión acaba empequeñecida, porque uno mismo, cuando escribe, no quiere tener un lío con nadie. Y ese es el signo de nuestros tiempos. No hace falta que te censuren desde arriba, ya te censura el entorno.

 

¿Se juzgan más las palabras de las mujeres que las de los hombres?

Siempre. Es un problema cultural. A pesar de que hay quien cree que la mujer está en el mundo de la cultura desde hace mucho, su presencia todavía es menor que la del hombre, en porcentajes de todo. Y las palabras de las mujeres siempre son juzgadas desde un punto de vista muy personal, es decir, que si te tienen que criticar, se pasarán a un terreno personal de manera más inmediata. Lo que pasa es que eso se está corrigiendo ahora, porque hay un movimiento feminista muy fuerte que ha creado cierto temor en personas que abiertamente eran muy misóginas o machistas. Pero yo claro que he sentido que si hacía humor era más criticada que un hombre. Y sobre todo en un periódico, que es un sitio que en principio parece serio. Que no lo estaba haciendo en un teatro ¿me entiendes? Entonces, yo creo que al final la mujer siempre tiene que poner un poquito más de energía en defenderse o en explicarse a sí misma. O en justificarse. O cosas de estas que al final te hacen perder… a veces lo que sientes es cierto cansancio.

 

Pues fíjate, como hombre que respeta y admira a la mujer, no me siento demasiado libre hablando de ella. Siento que al otro lado de la pantalla hay todo un grupo de feministas que están a la defensiva, que no les importa atacar a quien sea.

Mira, yo me definiría como lo hizo una escritora americana que se llamaba Grace Paley, como una feminista que ama a los hombres. Bueno, no a todos (se ríe). Pero sinceramente sé distinguir cuando un hombre mete la pata, y creo que al final eso es disculpable. Cuando un hombre está diciendo algo sin mala intención y no hay que buscarle las vueltas. Que esa mala intención es algo que hay que calibrar también. Y yo lo que suelo hacer en esos casos, de verdad, es expresar educadamente mi desacuerdo. Es decir, me parece que esto que estás diciendo es condescendiente o paternalista, o creo que es un poco una falta de respeto. Y mi experiencia es que hay hombres de buena voluntad que enseguida rectifican, y la rectificación está bien. O sea, tú tienes que admitirla. Pero sé distinguir ese tipo de, digamos, meteduras de pata, de un hombre que realmente es misógino. Entonces, ahí, pues no me importa ir a saco; no tengo ningún problema. ¿Te acuerdas de la historiadora que ganó el Premio Príncipe de Asturias, Mary Beard, que hacía un programa de televisión? Pues recibió muchos tweets súper agresivos por su físico, burlescos, crueles, y ella los sacó a la luz. Y yo creo que mejoró la vida de esas personas, sí, porque les hizo entender que el físico no era lo más importante, que agredir a una mujer, aunque sea una agresión verbal, hace daño. Y esas personas de alguna manera se sintieron señaladas y aprendieron. Pero yo que tú no tendría miedo. Escribiría de manera natural, y si en algún momento alguien te señala algo que tú razonablemente piensas “pues sí, no me he expresado bien”, lo admitiría, y si al contrario crees que no tienes nada de lo que pedir disculpas, lo diría también. O sea, tenemos que empezar todos a actuar así, porque no podemos convertirnos en policías de los demás. Tenemos que tratar de actuar como seres humanos que estamos condenados a entendernos.

 

Durante toda la entrevista te estaba imaginando aquí en el salón, escribiendo día sí y día también, y no sé si te pasará como a mí, que de pronto se ponen a discutir el angelito y el demonio. Uno dice que empiece a trabajar y el otro que me tome cinco minutillos más de descanso, y la verdad, no sé a quién de los dos escuchar.

Es que en este oficio es muy difícil tener una disciplina, aislarte. No sé, es difícil ser tu jefe. Lo bueno del periodismo es que tiene un deadline y tienes que entregar las cosas a una hora. Y eso es lo que muchas veces te lleva a trabajar.

 

Ilustraciones de Miguel Ángel Camprubí