Hablamos con la autora de “Las palmeras”, sátira sobre una España casposa y trastornada en mitad de una pandemia.
Fotografía @jiminasabadu
El estallido de un virus desconocido marca el inicio de “Las palmeras” (Algaida), novela que fue publicada a pocos días de ser decretado el estado de alarma. Sin embargo, analogías aparte, el libro de Jimina Sabadú no es un drama apocalíptico. Los infectados se convierten en una especie de zombies a los que se espanta con la música muy alta y de los que resulta fácil escapar.
El inicio del brote motiva el periplo hedonista y sin rumbo de sus dos protagonistas –Verónica y Alejandro– por el litoral levantino, encontrándose con una ristra de esperpénticos personajes. Un cómico en horas bajas, una exitosa vedette, un tronista y una empresaria sin escrúpulos forman parte de este incisivo y delirante relato plagado de referencias a la cultura televisiva.
Además de escritora y guionista, su autora Jimina ha sido actriz, directora y colaboradora habitual de fanzines pioneros como Mondo Brutto. “Las palmeras” es su tercera novela tras las premiadas “Celacanto” y “Los supervivientes”. Hablamos con ella de cultura pop, falsos gurús y teorías conspiranoicas.
¿De dónde surge la idea de escribir “Las palmeras”?
Fue en el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola en 2006. Yo era uno de los jurados de la sección de cortometrajes, y coincidí con muchísima gente que hizo de aquello una convivencia ácrata, alcoholizada, divertidísima, y puede que irrepetible. Era el año en el que se premió a la mona Chita, que no pudo acudir debido a su avanzada edad y a que era un chimpancé. Su cuidador sí vino. Un encantador dipsómano. También estaban entre otros Quique Camoiras, Quique San Francisco, Ángeles González Sinde, Flipy, Mauro Entrialgo, el ex-marido de María Jiménez, María Barranco dando voces, Jorge Sanz, Montero y Maidagán, algunos chanantes, Javivi… La idea de la novela se me ocurrió saliendo del hotel, viendo a unas personas moverse por la playa. Hay bastantes situaciones que tuvieron lugar en esos días. Si no las cuento yo, ¿quién las va a recordar?
Los protagonistas de tu novela se topan en su viaje con toda una gama de “juguetes rotos” pertenecientes a esa “periferia televisiva” a la que haces alusión en el libro. ¿Qué tienen de fascinante estos personajes en un escenario apocalíptico?
La televisión ha cambiado muchísimo. No digo que sea peor ahora, pero sí que ha cambiado el tipo de personaje que da la cara. La dicción, por ejemplo, ya no es importante. La belleza ha cambiado. Nunca hubiéramos tenido una Mayra Gómez Kemp, una María Teresa Campos o una Rita Irasema de haber existido La Sexta. Los presentadores y artistas de variedades, en general, saben que lo suyo dura unos pocos años. Hay quien permanece pero la mayor parte desaparece, porque las modas cambian y porque cada reyezuelo viene con sus vasallos. Es gente que tiene dificultades para trabajar, no ya en la tele sino en otras cosas porque todo el mundo les conoce. Los que les abordan se dividen en enajenados e iracundos. Menos mal que se paga bien. Pero luego viene la coca, claro, que en España no es una forma de ocio sino un horizonte vital.
También hacen su aparición en la historia falsos gurús, orgullosamente referidos a sí mismos como emprendedores. ¿Qué papel desempeñan en un contexto como el que narras? ¿Percibes algún tipo de analogía con la situación actual?
Todo tiende al monopolio por encima de gobiernos y sindicatos (ahí está Amazon) y al nicho. Si eres Mark Zuckerberg o Jeff Bezos fuiste no sé si el primero, pero sí uno de ellos. Pero si eres un niñato con un máster en algún lugar de Estados Unidos, una vena psicópata y tu capitalito de riesgo gracias a contactos que hiciste desde la cuna, pues en alguna medida podrás competir. Los de “Las palmeras” en concreto se corresponden con dos timadores con los que me he cruzado. Los dos van de salvadores. Uno se presentó en las listas del PP en no sé dónde y el otro se saca fotos con niños pobres en los brazos y da charlas de motivación en institutos. No es que haya una analogía, es que es lo que hay. Es gente que quiere que te sientas solidario por consumir de una manera muy determinada. Mi frutero trae fruta de su huerta y se la compra a agricultores locales. No necesito una app que me busque tomates y me de notificaciones con dibujitos mientras le vende mis datos a nadie. Lo mismo pasa con la ropa: “Ayúdanos a reciclar tu ropa”. No, no. Llama al Ayuntamiento, que te la recoge en la puerta. No le des a esta gente materia prima que ya le has comprado de antemano. No condeno que se haga esto, pero ese nuevo mundo de hipervigilancia cool yo no lo quiero, así que no voy a ser tan tonta de, encima, poner yo misma los ladrillos.
Hace ya varias semanas, se propagaba en Twitter el bulo de que tanto el Rey como el presidente Pedro Sánchez habían plagiado sus respectivos discursos en el inicio de la crisis sanitaria de los emitidos en tu novela por sus homólogos en el cargo. En el actual estado de alarma, ¿es más contagiosa la desinformación que el propio virus?
La desinformación ha entrado en una dinámica propia de la esquizofrenia paranoide. Philip K. Dick pasó una parte de su vida enfrascado en la paranoia de que le habían suplantado. No se puede vivir así. Gente que trabaja, gana dinero y tiene carreras universitarias reenvía cosas que no vienen firmadas ni van a ningún lado. Vídeos que empiezan con “Hola a todos, soy yo”. Si alguien te timbra al telefonillo y te dice “Hola soy yo” ¿le abres la puerta? Se nos ha transmitido que los medios nos mienten y que “no verás esto en los medios”. La desinformación es el arma del odio, de la crispación y de la radicalización. Y encima el tema de los bulos está en manos de quien está. Los bulos se crean para conseguir ganancias y el dinero no es ni de izquierdas ni de derechas. El dinero sólo atiende al dinero. En esta época el odio genera dinero, parece ser. Una herramienta para ello parece ser la desinformación. Escolarización pensada para facilitar trámites burocráticos y acceso al consumo. El resto de tu vida ya convertido en un hierbajo con orgullo de clase.
Al hilo de lo anterior, en el libro se cuela cierto misticismo y toda una serie de teorías de la conspiración entre altas esferas que harían las delicias de Iker Jiménez. ¿Vivimos un momento de clímax para los conspiranoicos?
Es un momento maravilloso para la conspiranoia. No sólo es que hay un montón de conspiraciones que los gobiernos, Bilderberg, los Illuminati y un montón de peña no quiere que conozcas, sino que son unas conspiraciones tan birriosas que cualquier colgado puede subir un vídeo a Youtube para desmentirlas. ¿Qué clase de conspiración permite que se haga una serie en Netflix sobre su misma existencia? El tema de las sectas ha mutado también. Hay que ser muy periférico para apuntarse por ejemplo al Palmar de Troya. El Opus anda con la asignatura pendiente de tener una imagen un poco menos siniestra. Ahora tenemos Herbalife, por ejemplo. La recompensa no es la vida eterna ni la salvación ante un inminente ataque externo (Hercólubus, ¿cuándo llegas finalmente?), sino el pleno bienestar material que se exhibe no tanto como una comodidad o un lujo, sino como una forma de validar a personas que de otro modo se sienten culpables por no haber alcanzado un status quo. En estos sitios te dicen que eres especial, que nadie ha sabido verlo, y que tu potencial va a florecer. Pero cuando estás agotado y arruinado te irás dejándole el sitio a otro. La desesperación es también el estado mental más abierto que existe.
Antes de acabar la carrera firmaste un contrato para escribir el guión de “La máquina de bailar”. Para los que hemos estudiado Comunicación Audiovisual antes del Plan Bolonia había, al entrar en la facultad, un listado de referentes cinematográficos indiscutibles como Bergman, Tarkovski, Truffaut, etc. ¿Echaste de menos más referencias a la cultura pop o al cine gamberro en las aulas?
Comunicación Audiovisual no estaba pensada para hacer cine. Estaba pensada para alimentar los despachos de todas esas cadenas que estaban a punto de nacer. La cultura pop no era lo que es ahora. En segundo de carrera empecé a colaborar con Mondo Brutto, y lo que ahora es mainstream entonces era cosa de cuatro raros. Pero la cultura se tiene que asentar para ser estudiada. Me dan más reparos los análisis apresurados que la inexistencia de un análisis. ¿Cuánto se ha escrito ya sobre la importancia de C. Tangana o de Rosalía? Creo que la mayor parte de la gente que escribe sobre estas cosas son cuarentones que no quieren perder el tren y, de todos modos, si algo entra en los planes de estudios es que ya no es transgresor. Pensemos por un momento que viajamos veinte años hacia atrás y encontramos un montón de libros de ¿filosofía? sobre PopStars, Fórmula Abierta o Auryn. Y resulta que en PopStars no sale ni Roser en solitario, y que encima están escritos por unos que en esa época coincidían con los de OT en algún premio GQ. ¿A qué sonaría eso? Pues lo mismo pasa ahora.
Una parte destacable de tu trayectoria ha sido (y sigue siendo) tu aportación en fanzines como Mondo Brutto o los editados por Julián Almazán como “Trueno” o “Chicas y maricas”. ¿Qué importancia han tenido para ti estas publicaciones?
Para mi lo han sido todo. Cuando empecé a leer prensa, los dominicales y los periódicos estaban copados por gente muy consagrada y había muchos temas que no se tocaban. Mondo Brutto fue para mi un cambio de paradigma. El humor, la documentación, el punto de vista, el lenguaje… Me descubrió un mundo increíble que no me hubiera cruzado de otro modo. A veces pienso en cómo hubiera sido yo si no hubiera leído nunca MB. Antes de colaboradora me considero lectora. Los fanzines eran lugares de libertad, como lo era Internet a finales de los noventa y principios de los 2000. Con todo el abanico “Chicas y maricas” he vuelto al punto de escribir para divertirme en una publicación que se hace porque es divertido. Eso sí, veo que ha cambiado. Pocas cosas hay ya que no sean un medio para conseguir algo. Todo lo que hace Julián Almazán es lúdico y genuino. Le importa una mierda si está de moda o no. Tiene su mundo y es un mundo que llega a otros. Es como vivir en tu dormitorio adolescente y eso es genial porque tampoco tenemos por qué estar opinando todo el tiempo. Es agotador. Estas publicaciones mantienen vivo el espíritu que recogía uno de los mejores grupos de pop español: Los Terry Cuatro. Yo soy Terry Freak.
Soy una gran admiradora de tus artículos en Medium. ¿Qué supone para ti este canal de expresión?
Vaya, gracias. Lo abrí pensando que nadie iba a leer esos artículos y jamás he tenido una exposición como con estos. Escribo lo que quiero cuando quiero y en el espacio que pide el tema. Hay artículos que son más analíticos y artículos que son estrictamente personales. Hay algún cuento también. Empecé a hacerlo cuando me pidieron una colaboración para un medio que sacaba un especial sobre un tema “serio”. Pero me dijeron que si lo podía hacer “sobre dibujos animados o algo así” como a ver si les podía mandar alguna tontería de las mías. En plan, “déjanos lo importante a los mayores”. Entre eso y los sinsabores del guión me puse a escribir lo que me apetecía, harta de tener que complacer a otros y también de quedar yo mal para hacerle el favor a alguien.
Has estado utilizando tu cuenta de Instagram como un diario audiovisual de la cuarentena. ¿Cómo estás experimentando el paso del tiempo y qué has estado haciendo para mantener una sana rutina física y mental?
Las primeras tres semanas intenté llevar un horario rígido que me llevó a una crisis de ansiedad muy grande. He tenido muchas pero hacía tiempo que no vivía una. Así que me relajé y me centré en hacer menos cosas al día y disfrutarlas (dentro de lo disfrutable que es, por ejemplo, echar las cuentas del mes). Hago más cosas y más rápido, ese ha sido el resultado. Con la rutina física soy muy estricta porque todavía tengo mucho peso que perder. El problema es el sueño. Sin embargo, la cuarentena a mi me ha venido muy, muy bien. Necesitaba bajar el ritmo. Lo que viene ahora me da mucho miedo: solo veo odio y complejo de Juana de Arco. Y acabo de borrar una frase de la respuesta por miedo a lo que me puedan llamar. Así estamos de bien.
Uno de los personajes en “Las palmeras” afirma que siempre parece que se va a acabar el mundo pero luego no sucede nada. ¿Qué panorama presagias una vez levantado el estado de alarma?
Un mundo más polarizado. Ricos más ricos y pobres más pobres. Apesebramiento general, golpes de pecho, anécdotas inventadas, libros espantosos sobre la pandemia, hilos sobre mi padre, el héroe de mi calle, insultos, iniciativas peregrinas, manifestaciones constantes, y grandes avances en el campo de la intransigencia. También preveo un vuelco político importante. El otro día consulté al tarot sobre esto y me lo confirmó. Y si lo dice el tarot va a misa.