Un paseo por las calles del centro de Nápoles: la poesía del Mediterráneo
Nada más poner los pies en Nápoles intentaron timarme, pero ser mediterránea te permite manejarte en un mismo lenguaje, aunque apenas hable italiano. Aquí me vuelvo más romántica, escribo postales y fantaseo cosas con las que no suelo fantasear. Nada es insignificante, si observas, cada esquina alberga un símbolo, un mensaje y te lo regala la calle. Llegué con el corazón abierto pero aquí se dio la vuelta por entero. No entiendo la pizza, pero los locales, lo que más consumen es margarita. A mi me gusta el arancini y es siciliano. A esta gente las mueve el amor, lo que les hace ver la muerte de otra manera: a la muerte la veneran, como a la virgen María, ella es la que manda aquí, luego viene Maradona, San Genaro, Marek Hamsik, Parthenope, Sofia Loren, Totò…
Los niños conducen moto sin casco, las niñas se operan los labios, aunque puede que tengan ya 16 años. Me he enamorado de este sitio que se parece un poco al mío y en el que no me cuesta relacionarme. Voy a correos y la que espera conmigo me invita a tomar algo, me presenta a sus amigos, compro un anillo y me invitan a comer. Tarantina Taran tiene un grafitti enorme frente a su casa que le recuerda su pasado estelar, está sentada en su puerta con otra amiga, así las tardes de calor pasan más rápido. Se me rompe la cámara el último día y ya no le encuentro sentido a estar aquí, porque donde mire veo algo sacro, sombra y rayo de luz que merecen poesía.
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