¿Que hay de nuevo? Atrapadas en el pasado

18 / 03 / 2024

¿Qué hay de nuevo? La columna de Estel Vilaseca para VEIN 


Cuando ya dábamos por terminadas las presentaciones de otoño-invierno 2024, Hedi Slimane, al que le encanta ir a su aire, presentaba su nueva colección para Celine, marca de la que es director creativo, con un desfile “phygital”. La propuesta, lejos de propulsarnos hacia el futuro con sus innovaciones, nos vídeo-transporta a los sesenta, “época dorada de Celine” con una colección de prendas que es puro revival: impecable en su factura pero sin ninguna re-lectura crítica, ofrece una versión idealizada y súper-estilizada de la moda de esa época, . Al contrario de lo que hizo Marc Jacobs hace algunas semanas o en su memorable colección primavera-verano 2013 para Louis Vuitton, en Celine no hay nada nuevo, sino más bien un agarradero a tiempos pretéritos para sobrellevar la ansiedad que está generando – sobre todo a las personas más jóvenes – el presente y el futuro. Si esas prendas fueron revolucionarias en los años sesenta…¿podríamos considerarlas reaccionarias ahora en los veinte del siglo XXI?

La obsesión actual por las tendencias del pasado y las ganas de nostalgia es un tema que me resulta muy interesante y sobre el que ya he escrito en ocasiones anteriores. Le dediqué un artículo en 2018, y seis años después, aquí seguimos. Sin ir más lejos, en la pasada gala de los Oscars, una de las piezas más aplaudidas fue el vestido de Balenciaga que lució Carey Mulligan, una réplica prácticamente exacta de un diseño original de Cristobal Balenciaga fechado en 1951. La actriz ya había lucido en eventos anteriores replicas de Schiaparelli y Dior. Por su parte, la actriz Sandra Hüller vistió un Schiaparelli inspirado en un diseño del famoso vestuarista Adrian de 1947, que en su día llevó la socialité Millicent Rogers, y Kyle Minogue un Gucci con un parecido más que razonable con un diseño de 1966 de la firma Galanos, tal y como señaló la historiadora de moda Caroline Rennolds Milbank en su cuenta de Instagram.

@jupeculotte

El estilo que propone Hedi Slimane para la próxima temporada entronca directamente con una de mis colecciones favoritas de Yves Saint Laurent, la de 1960 que le costó su puesto en Dior. Inspirada en los beatniks, incluye la famosa chaqueta de piel, la primera en una pasarela de alta costura, con una silueta cuadrada y estructurada. En su nota Yves decía: “Este año, los vestidos no llevarán a las mujeres: serán las mujeres las que lleven los vestidos”. Su sexta y última colección para Dior “conmocionó profundamente el mundo de la alta costura”, explicó el propio diseñador, que agregó sobre ese momento: “Las estructuras sociales se estaban desmoronando. La calle tenía un nuevo orgullo, su propio chic, y fue para mí una fuente de inspiración como frecuente había de serlo de ahí en adelante”.

 

@defunctfashion

“Todos los humanos somos nostálgicos, de manera que es imposible que la moda no sea un espejo de quienes somos, de nuestras preocupaciones y desafíos. Todos tenemos memoria. La nostalgia es un lugar muy seguro, lo familiar es reconfortante, especialmente en tiempos de incertidumbre” comentaba Pamela Golbin, curadora del Musée de la Mode et du Textile de París en el artículo “Decoding Fashion’s Nostalgia Addiciton” de Misty White Sidell en 2017. La fascinación por la nostalgia, algo muy ligado a la generación millennial, tiene también sus peligros: “Nos está retirando en un espacio seguro en lugar de comprometernos con la complejidad del presente. La versión nostálgica del pasado nunca es una representación precisa del pasado. Siempre es una versión estilizada, idealizada y esterilizada del mismo” reflexionaba la profesora de historia y estudios culturales Alison Landsberg en el artículo “Why retailers are banking on millennial nostalgia” de Fashionista.

Mirar al pasado es ya costumbre también en Chanel y Dior, dos de las marcas de lujo más valiosas del mundo. Si en Dior la silueta de los sesenta también ha estado presente con un homenaje a las colecciones de Marc Bohan, en Chanel el punto de partida de la nueva propuesta ha sido un diálogo entre los años veinte y los setenta. Desde el punto de vista de alguien que lleva veinte años analizando colecciones, las propuestas carecen de cualquier tipo de relevancia cultural y eso puede entrañar grandes peligros. ¿Qué peso histórico tendrán estas colecciones dentro de veinte, treinta años, más allá de explicar un contexto de inestabilidad obsesionado con la nostalgia? Instalarse en el pasado sin comentar el presente es una estrategia comercial que ofrece estabilidad a corto plazo pero también entraña el gran riesgo de caer en el olvido.